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lunes, 14 de octubre de 2013

SÓLO UNAS PALABRAS PARA LOS MIRISTAS DE VERDAD.


SÓLO UNAS PALABRAS PARA LOS MIRISTAS DE VERDAD.


Uno podría hacer un exhaustivo y multidimensional análisis de todo lo que implica y lo que no implica esta suerte de inesperada, brutal y hasta un poco perversa “metaforización” de una parte no irrelevante de nuestra historia como colectivo, partido, cultura, “familia”, parada ante la vida. memoria, emoción o lo que sea que alguna vez nos hizo o nos sigue haciendo sentir que hay por lo menos una cosa en el mundo más importante que uno mismo.

No tengo las palabras precisas, pero lo que quiero decir es que, por lo menos para mí, no fue una ridiculez, ni una más entre tanta aventura de adolescencias precoces y/o tardías, esto de haber entendido y asumido la vida con la actitud del que no pide descuentos al precio de soñar, de soñar alto.

Hasta el momento, todo indica que al interior del MIR hubo efectivamente dos cuadros (entiendo que uno de ellos de nivel fundacional y en funciones que lo situaban en una posición de toma de decisiones) presentaban un trastorno psiquiátrico incompatible con la generación de instancias sociales donde exista siquiera una remota probabilidad de acercarse a un niño o niña. Es lo que generalmente se menciona como pedofilia, pederastia, en sus distintos tipos y fijaciones.

Enfrentadas a una situación de esta naturaleza y envergadura, las personas tendemos, natural u ortopédicamente, a reaccionar desde una cierta histeria que no es otra cosa que instalar un enorme cartel en que nos proclame buenos, en contraste con aquellos que, producto de una muy desafortunada patología, incurren en acciones y presentan compulsiones sexuales que implican una ruptura profunda e irreversible de esos mínimos equilibrios universales que hacen posible que exista y se exprese eso que llamamos “vida”.

Entonces surgen las "profundas indignaciones", los asombros y esos casi infinitos acordeones de correos electrónicos atestados de dimes y diretes; de matices; de teorías y explicaciones que me atrevería sin ningún temor ni soberbia a calificar como rudimentarias y, en los más excepcionales casos, una que otra autocrítica de cuneta.

Pero este no es el juego de quién es más bueno y quién es más malo.

No.

Aquí la pelea de fondo es y sigue siendo entre lo que respira y lo que nos respira; entre la justicia y la impunidad; entre el cumplimiento y el abandono de la una obligación tan básica como es poner a salvo de la locura ajena a los más frágiles de entre los frágiles.

Es, en definitiva, la eterna pugna entre el falopoder, faloprestigio, falocarguito falopartido o faloloquesea y la fantasía lactante de recuperar la “completitud” a la mala; el perpetuo y excluyente romance de Narciso con sus siempre complacientes pero tiránicos espejos; la victoria del ego sobre el desapego.

Así como no me interesa compartir ni debatir absolutamente nada con quienes han tenido y ocultado por cuarenta años información relevante para determinar dónde están y qué les hicieron a nuestros compañeros desaparecidos, siento que tampoco tengo absolutamente nada qué compartir con esos ex militantes y, sobre todo ex dirigentes del MIR, que ya hacia 1986, hace 27 años, tomaron conocimiento de la naturaleza, recurrencia y potencial agresivo de estos miembros de la organización y no hicieron nada, o a lo menos nada razonablemente significativo y eficaz como para haber tomado medidas ahora, aquí, ya.

Encubrieron y callaron estos hechos en aras de algo que ellos, en el marco de una subjetividad que en algunos casos combina muy bien con lo que al final terminó por revelarse como su más auténtico sentido de vida o destino. Se consideró que había un “bien superior” que era el “prestigio” de la organización o qué sé yo qué pasó por sus mentes y corazones en esos momentos.

Personas, equipos y al parecer también partes significativas de sucesivas direcciones y niveles de responsabilidad del MIR estimaron que no era conveniente ni oportuno abordar el “asunto” de una manera drástica y definitiva. En otras palabras, esto nos convierte de manera automática en la única religión del mundo que hacia finales de los ochenta sacrificaba niños como ofrenda a los dioses de turno.

Por favor, no salgan con argumentos del tipo "hay que considerar el contexto histórico", o los temas de seguridad tan relevantes en esos años.
Ya estoy algo viejo para permitir que me lo metan o me lo traten de meter en el ojo, en el pabellón del oído, debajo de los párpados y por las fosas nasales. O, por lo menos, si pretenden que uno innove en la materia a estas alturas de la vida, tengan al menos la cortesía de pedir consentimiento.

Me retiro de la Red Charquicán y toda instancia de convivencia social hasta que esta gente se vaya de nuestro mundo y de nuestra historia, o tenga la mínima decencia de intentar una mirada desde esa humilde pero infinita osadía de reconocer que a veces uno no es culo para algo; que a veces hay cosas (que generalmente son uno mismo) que nos ganan por goleada; que también podemos ser miserables y pusilánimes cuando no somos capaces de trascender a nosotros mismos; que no siempre nos funciona el ajustador automático de escalas de prioridades y que debajo de esos los tatuajes siempre hay una cicatriz del mismo tamaño y profundidad que su propio abismo.

Puedo entender, a partir de una lógica meramente estadística, que el MIR haya tenido a sus propios Karadimas. Lo que no entiendo ni acepto es que hayamos tenido y sigamos teniendo Woytilas, Ezzatis, Errázuriz, como ha quedado tan grotescamente en evidencia en estos últimos días.

En fin, no sé si me explico bien. No tengo ganas ni tengo ganas de tener ganas de escuchar explicaciones.
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Es así de simple

Mauricio Feller
Poeta y Periodista
Militante del MIR desde los 16 años

 

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