Nada más difícil que reconocer la magnitud de una catástrofe, como fue, en este caso, la que ocurrió en el plebiscito de salida, del aciago 4 de septiembre último. El diagnóstico es evidente: en primer lugar votaron casi todos los chilenos, (voto obligatorio), más de trece millones, sin contar los quinientos mil ciudadanos que justificaron su inasistencia, además de un millón de chilenos en el extranjero, y fallecidos no borrados del padrón electoral. Esta participación constituye un verdadero record en la historia electoral de Chile, no sólo comparable con el plebiscito de 1988, en que se dirimía el fin de la dictadura; en segundo lugar si retrocedemos un poco más en el largo período histórico, las elecciones de 1964 y de 1970 y, la última en 1973 fueron grandes golpes electorales. Ricardo Cruz Coke, en su obra, Historia electoral, caracterizaba lo que él denominaba “los golpes electorales”, y el del 4 de setiembre de 2022 es una de ellos.
La opción Apruebo a la nueva Constitución perdió en la casi totalidad de las comunas del país, especialmente en las más pobres y en las de pueblos originarios, en Colchane, víctima de “la marea de inmigrantes ilegales”, en Petorca, castigada por una larga sequía, y otras; nunca, en la historia electoral de Chile, la izquierda había perdido una elección en todas las comunas.
El chivo expiatorio es un ardid al cual es fácil de recurrir a fin de evitar el hacerle frente a una hecatombe tan real y radical como fue la reciente derrota: el culpar al electorado de ignorante, facho pobre, malagradecido, de carecer de conciencia de clase, de analfabeto político… parte de un supuesto equivocado en el sentido de atribuir a las personas pobres su obligación de votar mecánicamente por la izquierda, así esta se le tilde de infantil, incapaz, repetidora de una concepción determinista de clase.
Si bien es cierto que un sector de los convencionales no dejó de cometer estupideces durante la redacción de la nueva Constitución, la derrota no se debe solamente al voluntarismo de un sector de la izquierda, que quería aprovechar esta ocasión para lograr sus objetivos e intereses personales, cuyo resultado no podía ser otro que el aislamiento en un mundo utópico que poco tenía que ver con el Chile real. El “ultrismo”, que el Presidente Boric califica como “maximalismo”, siempre ha terminado, a través de la historia de la humanidad, como un aliado de la ultraderecha. Desafortunadamente, la izquierda padeció la “borrachera del triunfo” y no entendió que los movimientos sociales pueden expresar su malestar y sus rechazos al viejo mundo, pero no son, de por sí, capaces de construir un mundo nuevo. Claramente, lo acontecido a partir del 18 de octubre de 2019 no fue una “revolución”, es decir, el reemplazo de una clase social caduca por una nueva que complica la hegemonía histórica: hay demasiada distancia entre la clase en sí y para sí, y cuando ocurre, el “estallido social” queda sólo como un episodio histórico. Baste recordar el intento de “tomar el cielo con las manos”, que Carlos Marx atribuyó a la Comuna de París.
Para entender el agitado período histórico que va desde el 18 de octubre de 2019 hasta septiembre de 2022 es necesario profundizar en la tarea, muy propia de un período de cambio, a fin de comprenderlo en toda su magnitud, como también de analizar y entender las cambiantes mareas. En noviembre de 2019, el Presidente Sebastián Piñera estaba a punto de ser derrocado, pero el Acuerdo de los partidos políticos lo salvó. A poco andar, la ultraderecha pinochetista ganó la primera vuelta en las elecciones presidenciales y, posteriormente, en la segunda vuelta, la izquierda, aliada al progresismo, obtuvo una mayoría inédita en la historia de Chile, con el triunfo de Gabriel Boric, pero en las parlamentarias, con un parlamento balcanizado y con record en el número de partidos políticos, la derecha logró el empate con la centro-izquierda, dejando al gobierno recién electo en minoría.
La izquierda, torpe e infantilmente, creyó haber detenido la rueda de la historia, y que con ello bastaba para construir su propia “Icaria”, es decir, su propia utopía plasmada en un texto constitucional.
Clara y rotundamente, el gran derrotado a raíz de los resultados del plebiscito de salida del 4 de septiembre del año en curso, fue el propio gobierno, encabezado por el Presidente, Gabriel Boric, quien nunca entendió lo que un gobierno no realiza en los primeros cien días, no lo hará nunca. El destino del texto constitucional estaba atado a sus autores y, sobre todo, al gobierno que lo sustentaba. Es evidente que la hecatombe del 4 de septiembre fue expresión del rechazo a un gobierno que, prácticamente, no actuó a la espera de un triunfo en el plebiscito de salida que nunca arribó. A partir de abril de 2022 la izquierda se embarcó en la fatal profecía auto-cumplida de una derrota, cuyas proporciones aún no se podían prever, pero de todas maneras volvería a entregar gran parte de la agenda política al centro y a la derecha.
El gobierno, aunque un poco tarde, captó que su deber consistía en enfrentar las miserias de la vida cotidiana de los chilenos, especialmente de los más desfavorecidos, así como una inflación galopante, y una ocupación masiva por parte de los delincuentes y narcotraficantes, ubicados en la periferia y en el centro de las ciudades.
Aceptemos la verdad: salvo los brillantes discursos del Presidente de la República, en general para los ciudadanos muy poco había cambiado este Chile; el nuevo país de la izquierda progresista se estaba equiparando al desastre del gobierno de Sebastián Piñera.
El aprender de las derrotas no es una tarea fácil: a nadie le gusta lamerse las heridas y absorber como propias las cicatrices: la derrota es un animal feo y desagradable a la vista. Después del 11 de septiembre de 1973, día del golpe de Estado, la izquierda pasó más de 17 años en un largo proceso de autocrítica, a fin de llegar a comprender que un gobierno de minorías muy difícilmente puede llegar a construir una vía democrática al socialismo, es decir, es imprescindible tener vocación de mayorías, sumado a un programa viable de gobierno.
Seamos sinceros: los líderes del Frente Amplio pertenecen a una oligarquía que, para muchos, constituye un grupo de amigos, muy lejanos de la cotidianidad de los sectores populares, (hay algo en ellos de “whizquierda” o de “caviar”). A su vez, el actual Partido Comunista tiene muy poco que ver con el histórico de su fundador, Luis Emilio Recabarren: hay mucho de radicalismo voluntarista en muchos de sus dirigentes.
La historia electoral de Chile prueba que, por ejemplo, la inflación aniquila el programa de cualquier gobierno, y en el caso concreto de Chile, a partir del gobierno de Gabriel González Videla, todos los Presidentes elegidos pertenecían a la tendencia y línea política contraria de su antecesor, (a Ibáñez lo sustituyó Alessandri, luego vino Frei Montalva y después, Salvador Allende), lo cual ha dificultado que se apliquen políticas coherentes y acordes con el acontecer económico-político social que requiere cada país.
El gobierno no tuvo programa ni relato. Estaba muy cómodo a la espera de una segura victoria.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
12/09/2022
Bibliografía
Cruz –Coke .Ricardo Historia electoral de Chile
Jurídica chile 1984
Rafael Gumucio Rivas y Claudio Vásquez El desafío de la soberanía popular Chile américa Santiago 1968
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