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viernes, 23 de septiembre de 2022

OPINIÓN POLÍTICA Movilizar al pueblo: ¿quiénes, cómo y para qué?

     

La elite se apresta a perfeccionar el mecanismo que intentará imponer su constitución traicionando lo que el pueblo votó mayoritariamente. El gobierno, debilitado y angustiado, fue sacado de escena. El plan de la derecha fue perfecto.

¿Qué hará el pueblo en este proceso?

Organismos de derechos humanos y del mundo social han sacado una declaración, pero resulta alarmante que muy pocos y con muy poca fuerza y convicción se hayan referido a la grosera campaña de mentiras mediante la cual se manipuló las conciencias de la gente.

No se ha denunciado como corresponde la ilegítima campaña electoral de la derecha fundada en la mentira, en noticias falsas, en la manipulación. Al contrario, el proceso fue validado y elogiado porque se contaron bien y rápido los votos.

No puede ser un país tan perfectamente democrático si un sector se gana los votos mediante el engaño y la mentira de la forma más impune: eso debería ser un delito.

La suma de situaciones alarmantes debe considerar el espeso silencio de las organizaciones del mundo social que recién ahora sacaron una declaración pública la que denuncia la traición a la voluntad del pueblo, pero deja muchos grises.

Se llama a la gente a movilizarse, pero no se dice qué es ni cómo se hace. Si es salir a marchar a las calles, mejor se olvidan.

¿Estarán pensando cómo integrarse a este nuevo proceso? ¿Se estarán calculando el cómo voy ahí en el reparto de escaños para independientes? ¿Se estará trabajando sobre los mapas para determinar las mejores locaciones? ¿Ya hay candidatos con experiencia propuestos?

¿O, por el contrario, se estarán tensando las energías para convocar a la más grande de las movilizaciones, es decir, una estrategia que implique propósitos políticos claros, con propuestas precisas y con evidente sentido de poder, para cruzarse a la estrategia de la elite que nuevamente traiciona a Chile?

Para decir las cosas como son, el actual momento es equivalente al que sucedió luego del retiro de los militares. Se apresta a ser entronizada una constitución hecha entre gallos y medianoche, en la que el pueblo no tendrá ni pito que tocar, y que anuncia medio siglo de abusos, explotación ausencia de derechos, marginación y represión.

Desde el punto de vista de la elite, es el momento del reseteo en el que el modelo retoma fuerzas -un segundo aire-, afirmado en el 62% que les dio de apoyo la ciudadanía al rechazo.

La jugada es perfecta.

Pocas veces la derecha se había visto tan empoderada al extremo de ningunear al gobierno y al presidente de la república cuando no más le da la gana: si hasta lo sacaron del proceso constitucional que están armando: el gobierno será un simple observador y no le será permitido decir esta boca es mía.

La derrota es siempre un trago amargo. El fracaso es algo más nocivo, pero con toques adictivos.

En breve veremos que los mismos que lanzaron una asquerosa campaña basada en mentiras saldrán ahora con caras de buenas personas para decir ahora sí, créannos.

Me sigo preguntando si el mundo social va a reaccionar a la situación, más allá de la declaración que sacaron.

¿Habrán encontrado ya las claves del fracaso?

Recuerdo haber leído una declaración de esos sectores en el que afirmaban que el proyecto no había sido derrotado. Sigo a la espera de saber, primero, a qué proyecto se referían y segundo, qué entienden por derrota.

Sin más animo que el testimonial, debo decir que en estas columnas repetimos hasta al mal gusto que ésta, la que perdió, no era la constitución que el pueblo necesitaba y merecía.

Insistimos que los procesos constitucionales que emergían del pueblo mismo se hacen con una gran porción de poder en sus manos: que, en el mejor de los casos, la carreta tiene que ir detrás; que el proceso fundado el 15 de noviembre era la salida de elite a una crisis que le dejaba cada día menos espacio antes del desfonde total. Pero que no estaba apuntalado por el pueblo.

Finalmente, sigue siendo cierto que las constituciones siempre se imponen desde el poder.

Con el pueblo desmovilizado, sin una conducción, sin una estrategia de poder y con dirigentes que no entienden muy bien el estado de la cosa era remar cuesta arriba. Incluso en el caso de haber ganado.

¿Qué se entiende por ese llamado al pueblo a movilizarse activamente?

Los movimientos sociales, si de verdad quieren democratizar el país —los partidos políticos de izquierda están demasiado involucrados en el status quo—, deben analizar lo que pasó desentendiéndose de la variable electoral: esa pelea se perdió antes del cuatro de septiembre.

Y deben observar que van camino a volver a hacer aquello que no ha servido en más de treinta años. Más bien no ha servido jamás.

Y que lo que pasó fue, por sobre todo, una derrota política de gran envergadura.

 

Por Ricardo Candia Cares

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