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martes, 29 de agosto de 2023

50 AÑOS DEL GOLPE DESTACADOS POLÍTICA Una aproximación ética a los 50 años del golpe militar

     

eHace cinco décadas recorrieron Chile todo tipo de emociones: miedo, incertidumbre, rabia, dolor, angustia, odio, envidia, cobardía, valor, entereza, dudas, compasión. A ellos se sumaron variadas conductas: traición, engaño, venganza, mentira, delación, arrojo, integridad, oportunismo, homicidios, torturas, maltratos, abusos, violaciones. Asomó lo peor y mejor de nosotros, aparecieron todos nuestros demonios, se hicieron presentes nuestros fantasmas, nuestros infiernos, pero también nuestras grandezas.

Hay, sin embargo, algo indiscutible, la valentía y el honor, no estuvo del lado de quienes presumen como personas de tales valores, al ser integrantes de instituciones que pretenden expresar esos valores. El honor y la valentía lo expresó, quien fue ungido, por el pueblo chileno y sus instituciones, como el gobernante legítimo, el Presidente de la República: Salvador Allende Gossens. Quien no resignó su cargo frente a la amenaza del poder armado, como se estilaba frente a asonadas militares en nuestro continente. Allende siguió el camino del Presidente José Manuel Balmaceda a quien siempre admiró. (Balmaceda se suicidó al día siguiente de cumplido su mandato presidencial, tras ser derrocado y estando refugiado en la embajada argentina). Es por tal razón que gran parte de la humanidad admira al Presidente Allende y es un personaje histórico de talla universal. Por defender con su vida los valores democráticos frente a la amenaza militar. Ese es el principio básico a respetar.

Los soberanos, el pueblo, les conferimos el poder de usar armas a algunos de nosotros, para que nos defiendan y respeten las normas e instituciones que nos hemos dado. Por tal razón no deben participar ni hacerse parte, nunca, de las controversias que agitan el mundo político. Por la responsabilidad que implica el disponer del poder de las armas.

De allí que lo ocurrido hace 50 años nunca debió haber ocurrido. Por una razón de principios. Hoy se ha develado, en los documentos desclasificados de la CIA que la Marina chilena llevaba tiempo conspirando para derrocar al gobierno. Eso explica, a su vez, el asesinato del Capitán Araya Peters, edecán naval del Presidente Allende.

Del otro lado de la historia, tenemos un individuo miserable, de quien alguien que fue su profesor en la Escuela Militar dijo un día que era: «el tontorrón del curso». Un militar rastrero, segundón, traidor, ladrón y mentiroso. Que traicionó a Allende a quien había jurado lealtad, mandó a asesinar a su ex jefe, el general Prats y además que no tuvo reparos  para mandar a asesinar a todos quienes estaban enterados de su traición, los exministros: Tohá, Prats, Letelier. Hoy se sabe que incluso le recomendó al presidente Allende, postergar un día el anuncio de que llamaría a un  plebiscito, pues sabía que ese anuncio habría evitado, quizás, la tragedia que Chile vivió.

Dice el refrán popular que la mona aunque se vista de seda mona queda. Y eso es lo que registra la historia. Este espécimen humano, pese a todos sus entorchados y medallas auto conferidas, ocultaba en su fuero interno, al ladronzuelo, mentiroso, pillín y amigo de lo ajeno, como quedó demostrado ante nuestros tribunales de justicia. Además de ser traidor, asesino y ladrón. Nunca fue capaz de realizar algo que caracteriza a un militar de verdad: asumir la responsabilidad del mando. Principio este, establecido en las instituciones armadas  como una norma imprescindible para asegurar la debida obediencia. Siempre, pese a que presumía que nada se movía sin que él lo supiera, eludió y culpó a otros, los inferiores en la cadena de mando, de las atrocidades que nos tocó vivir. Vivió traicionando a todo el mundo. ¿Qué habrá pensado de él, su esbirro, el siniestro Mamo Contreras, director de la DINA, cuando su jefe lo dejó solo?

Es perfectamente posible, y casi con certeza podemos asegurarlo, que nadie fue capaz de prever, el enorme daño al alma nacional, que implicó el golpe militar y la dictadura de 17 años de duración. Sin embargo, hoy todos sabemos de lo ocurrido, y habría que ser un psicópata o alguien de mala fe para negar la tragedia vivida. No se trata de hechos aislados. Es un conjunto irrefutable de evidencias las que existen al respecto. Los hornos de Lonquén, los cadáveres de Pisagua, el informe Rettig, el informe Valech, el museo de la Memoria, entre tantas otras muestras de la barbarie humana experimentada en nuestro país. ¿Es posible negar lo anterior? Ya sabemos que eso ocurrió, algo que nunca debió haber ocurrido. ¿Se puede por mero voluntarismo, por incomodidad o por falta de empatía hacia quienes estuvieron del lado de los sufrientes, negar esta realidad? Hoy se ha introducido en la reflexión ética la noción de «capital ético», algo necesario para que el sustrato social no se deteriore, para que exista la confianza necesaria para que funcionen los mercados y las instituciones. Su principio básico:: «no hagas a otro lo que no desearías que te hicieran a ti». Es el reconocimiento de nuestra condición empática lo que nos hace humanos.

Honremos entonces la vida, al cumplirse 50 años de esta tragedia que marcó nuestras existencias, empatizando con los dolores, memorias, recuerdos y búsquedas que aún no terminan, para muchos de nuestros compatriotas. Es un mínimo de decencia humana.

 

Por Antonio Elizalde

 

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