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sábado, 19 de agosto de 2023

Reportajes Cartas amarillas: registros de exprisioneras del Estadio Nacional

 Por: Jimena Colombo | Publicado: 19.08.2023

Cartas amarillas: registros de exprisioneras del Estadio Nacional|
Muchos de los mensajes escritos en los distintos campos de concentración durante la dictadura, fueron plasmados en trozos de papel de alguna libreta o agenda que sortearon la revisión militar. Pedazos de cartón o cajetillas de cigarros fueron también el soporte para esas líneas urgentes que daban cuenta lo que pasaba y también daban ánimos para resistir. Muchas de estas correspondencias han sobrevivido los 50 años que se conmemoran en septiembre, y por supuesto, son fuentes documentales para la historia que se intenta negar.

Olivia es muy cuidadosa de la memoria. La documental y la que contiene sus recuerdos en detalle, en imágenes vívidas. Tiene 83 años y baja con agilidad la escalera de su casa en Ñuñoa cargada de cajas que tiene ordenadas y clasificadas, porque sabe que parte de la historia de su vida, es la de muchos otros. A ese buen estado físico le atribuye la buena cabeza.

Entre medio de fotos, recortes de prensa, objetos varios, encuentra unos papeles amarillentos, separados en una bolsa plástica para conservarlos mejor. Analiza esos mensajes escritos con caligrafía redonda en las hojas de una agenda de 1973, que una prisionera pudo entrar al Estadio Nacional. Se acerca los papeles debilitados por el tiempo a sus ojos pequeños donde brilla una pequeña lucecita que da cuenta de una cirugía a la vista. Se operó hace unos meses de cataratas en una atención casi ambulatoria en el sistema de salud público. A pesar de esa visión renovada, necesaria para sus labores como miembro activo del Círculo de Periodistas, el estado del papel se le hace medio ilegible. Con cada hoja envolvía una piedra y le lanzaba los recados a su cuñado Carlos apostado en avenida Grecia, entre medio de otros familiares. Me pide que lea en voz alta:

Carlos, nos acaban de informar que mañana se realizará la clasificación final. Es decir, los que van a la justicia militar. Eso se hará en la mañana, habrá una lista de libertad y los que queden para la justicia militar permanecerán hasta la próxima semana. No vengas en la tarde porque no habrá posibilidad de conversar. Ven mañana de 11 a 12. Si te hago señas con un pañuelo, quiere decir que estoy lista para consejo de guerra. Si agito las manos, es que salgo en libertad. Mañana es el día D. Saludos. Olivia. PD: una amiga te pedirá un favor. Te haré señas. Espera por favor. Gracias por todo.

Al día siguiente Olivia agitó un pañuelo. Sin embargo, pasaron las semanas, llegó octubre, noviembre y se empezó a rumorear que cerrarían el Estadio Nacional. El Consejo de Guerra no llegó para Olivia, pero fue derivada a la Cárcel correccional de Mujeres Buen Pastor, administrada por monjas de la orden del mismo nombre.

Mientras repasa los mensajes que también dan cuenta de encargos más triviales como detergente, café y azúcar, la periodista asegura que gracias a esos recados lanzados hacia la calle a su cuñado, su madre Mariana y toda la familia, supo que estaba con vida. Eso la tranquilizó.

Así como no imaginó que la dictadura duraría 17 años, jamás pensó que 50 años después estaría revisando esas correspondencias de prisión.  El se las envió hace pocos meses desde Arica para que las done en algún momento al Museo de la Memoria.

Así como las hojas de la agenda tomaron color con los años, la voz de Olivia cambia de tono mientras esquiva las preguntas sobre los vejámenes que vivió estando presa en el Estadio Nacional. Toma aire para levantar la voz y subrayar con firmeza: “A pesar de todo, no me quebró la prisión, ni el exilio, ni las muertes que vinieron después”. Aunque, acercarse a esa experiencia le enrojece y humedece su mirada, la que también está presente en su foto que es parte de la exposición que visibiliza a las prisioneras del Camarín de Mujeres, gestionada por la fundación Estadio Nacional- Memoria Nacional.

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Es 30 de junio y en el Salón Sitios de Memoria del Estadio se presenta la reedición del libro Terrorismo de Estadio: prisioneros de guerra en un campo de deportes (Liberalia Ediciones, 2023) de la periodista Pascale Bonnefoy Miralles. Junto a ella, Luis Cárdenas, exprisionero y Roberto Celedón, abogado de derechos humanos.

El texto además de mostrar el organigrama de nombres a cargo del recinto, da cuenta de lo que sucedió allí en esta vasta investigación que fue publicada por primera vez en 2005. Inmediatamente después del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, este recinto deportivo se convirtió en el campo de concentración más grande del país, funcionando hasta el 9 de noviembre del mismo año. Con una ubicación privilegiada en Santiago, fue un sitio de muerte y tortura para cerca de 15 mil personas que pasaron por él. La cifra es una estimación debido a que el Estadio se abrió en los primeros días de la represión y no había una  sistematización de quienes ingresaban y salían. Hay quienes señalan haber visto el doble de prisioneros. También fue el punto de encuentro hasta donde micros y camiones militares llevaron a los pasajeros tras ser detenidos en la calle, en comisarías, ministerios, fábricas e industrias, para luego derivarlos a otros campos de concentración.

Afuera del Estadio, en el bandejón de avenida Grecia, se agrupaban muchas personas con el objetivo de encontrar a algún familiar desaparecido o al menos una pista de ellos. En la mayoría de las escenas registradas se puede apreciar a adultos y niños. Rostros de preocupación, miradas que buscan por encimas de las otras cabezas y quieren alcanzar el otro lado de la reja. Tras estas, los y las prisioneras podían agitar pañuelos, ropas o algo para comunicarse con el mundo del otro lado, con la dictadura recién instalada.

Entre el público del salón, se encuentra Ruth Vuskovic Céspedes una de las exprisioneras del Estadio Nacional más nombradas por ser hija de Pedro Vuskovic, ministro de Economía del presidente Salvador Allende, y por estar casada con Luis Alberto Corvalán Castillo, ingeniero agrónomo, político e hijo de Luis Corvalán Lepe (Secretario General del Partido Comunista de 1958 a 1990). Ella misma señala que además de arbitrarias, había detenidas tipo rehenes, que eran apresadas por ser hija o esposa de. Era su caso por partida doble.

Ruth, además de ser sobreviviente del Estadio y el exilio, participa en las actividades de memoria desde que se han propuesto rescatar todo lo que ocurrió en esos primeros meses de dictadura. Este año, en el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe y en el Día de la Mujer, presentó la muestra Delantales por la Dignidad.

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Dormir, comer y lavarse

Para muchas prisioneras, fue terrible ser testigos de que un matrimonio se encontrara preso en el mismo lugar. Sin embargo, para Ruth fue una suerte poder compartir con Alberto. Llevaban poco tiempo de casados pero muchos años de novios. Tenían un hijo pequeño. Allí en el estadio, se mandaron recados de amor escritos en lo que hubiera al alcance, cajetillas, boletos, cartones.

Lo principal es que duermas bien para que estés con fuerza, que comas bien, toda la comida , aunque no te guste y lavarte todos los días para evitar las infecciones de la cárcel”, escribió Alberto en una de las breves cartas. Fueron tres medidas de sobrevivencia que le quedaron grabadas para siempre a Ruth.

Al final de cada mensaje, Alberto le daba la instrucción de deshacerse de los papelitos. “El ponía: ‘romper para que no estalle en sus manos’ y yo, muy obediente, los rompía”. Lo que Ruth nunca imaginó es que su marido no hacía lo mismo con los mensajes que ella le enviaba. Por el contrario, los guardó hasta que en alguna oportunidad, la madre de él pudo entrar al estadio y él se los pasó. Los conservó y luego se los dio a  Ruth. “El tuvo esa mirada política de guardar y dejar testimonios para la memoria”, asegura.

Ella tiene un archivo en su computador, nombrado Memorias del golpe donde se encuentran fotos de esos mensajes. “Aquí hay tres recaditos”, dice con su voz dulce y procede a  leer la imagen borrosa: Jueves 8 de noviembre del 73… No sé que hacer. No quiero que llegue el día porque te irás. Pero ansío verte de nuevo.

También guarda muchas cartas que su marido le escribió desde Chacabuco y ella recibió en la cárcel. “Hay que pensar cómo llegaban”, dice intentando rescatar la humanidad que posibilitaba el carteo con su marido.

Cuando le pregunto cómo hace para visitar un lugar donde vivió algo tan terrible, señala que: “Aguantamos el golpe porque vivimos los tres años antes, porque luchamos y construimos la Unidad Popular. No fue un sueño, fue realidad. Eso me da estabilidad desde la base. Eso me permite ir al Estadio, aunque ha sido un proceso de evaluar cuánto me hace bien o no. Ahora lo siento equilibrado. Sé cuándo participar y cuándo no”.

Las mujeres del camarín

Para Tamara Vidaurrázaga, periodista y académica que dirigió la investigación que se transformó en el libro Camarín de Mujeres, fue muy importante rescatar esas formas de resistir. Además, era importante hablar de las mujeres, ya que hasta ese momento, sólo había registros de los relatos de los prisioneros.

Gracias a su experiencia previa con mujeres del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), se interesó en términos de perspectiva teórica, de no caer en la victimización. “Es necesario reconocer que había víctimas y victimarios, pero no quise ni quiero dejar a las mujeres siempre como víctimas pasivas de la historia que les toca. Desde esa primera investigación sobre las miristas, mi perspectiva, además de feminista, fue saber cómo resistieron y qué fue de sus vidas después”, dice Vidaurrázaga.

Sobre las prisioneras del estadio parte de los objetivos de la investigación era indagar la resistencia y qué había pasado después, si se habían vuelto a casar, si se rearmaron en el exilio, etc. “Decidimos a priori que no queríamos pensar que el espacio de víctima se termina cuando salen del estadio, si no que hay procesos. Porque cuando haces trabajo de memoria, lo haces con una mujer de ahora, mayor, que puede hacer un balance de su vida. Con consciencia de saber que aunque sea doloroso, salió adelante, aunque extrañó al amor de su vida, se hizo cargo de sus hijos, se desarrolló, etc.

Tamara también cuenta que en el camino se fueron encontrando con gestos de humanidad, desde los conscriptos que no eran represores y estaban ahí porque hacían el servicio militar, pasando por las muestras de generosidad que ayudaban con los mensajes, las risas compartidas en medio del horror, la ayuda de las mujeres médicas, y las amistades que se forjaron y sobrevivieron, incluso 50 años.

En el libro Amor Subersivo, epistolario testimonial: 1973 – 2017 (Ediciones Radio Universidad de Chile, 2017), la periodista Myriam Pinto recopila cartas que narran, en primera persona, las distintas etapas de la dictadura. Pasando por los primeros años, casos simbólicos o emblemáticos, el exilio, las protestas y la memoria en la actualidad, este texto es una muestra documental que deja registro de la represión que en los últimos años ha sido puesta en duda desde sectores negacionistas.

En la página 55, el texto se titula Muñecos mensajeros y cuenta sobre la confección de los Soporopos, muñecos de trapo hechos por las prisioneras, en cuyos cuerpos blandos iban guardados mensajes hacia el exterior de la cárcel. La autora señala que muchos de estos muñecos de trapos nacieron en la Correccional El Buen Pastor, la misma prisión donde Olivia y Ruth, entre muchas otras, fueron derivadas tras el cierre del Estadio Nacional. Además, sostiene que estos son considerados arte carcelario que salió al exilio. En la carta transcrita en este libro, la autora anónima -por evidentes motivos de seguridad- explica a su hija que el muñeco lleva ese nombre por la sopa de porotos que les daban de comer, de qué materiales los hacían y que de alguna manera, le recordarían a la destinataria, que los ideales seguían intactos, a pesar de las circunstancias.

 

*La periodista Olivia Mora Campos (83) estudió periodismo en los sesenta. Militó en el partido socialista y fue muy activa en la actividad gremial desde sus primeros años de oficio hasta ahora. Estuvo 3 años casada con José Carrasco Tapia, periodista asesinado en 1986 por la CNI, y con quien tuvo dos hijos. Vivió los años de la UP en La Nación y después del golpe de estado fue detenida y estuvo prisionera en el Estadio Nacional. Vivió en el exilio en Perú y México.

 

* Ruth Vuskovic es artista textil. Vivió el exilio en Bulgaria, donde falleció su marido producto de las torturas que vivió en Chacabuco. Luego, se fue a México. Es coautora de Libres en prisión la otra artesanía: Arte-factos creados en dictadura Chile 1973-1990 (LOM Ediciones, 2015).

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