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lunes, 28 de agosto de 2023

COLUMNISTAS Neruda, el asesinato de un poeta

    

La inacción de una jueza y el silencio de la llamada ‘prensa canalla’ obligan al airado reclamo

 

“Han asesinado dos veces la democracia”. Ese grito se escuchó en medio de los dolientes chilenos que acompañaban los restos del poeta Pablo Neruda rumbo al Cementerio General en Santiago, aquel 25 de septiembre de 1973, catorce días después del golpe de estado y de la inmolación del presidente Salvador Allende en la Moneda.

Al poeta lo habían asesinado, nadie dudaba de ello aquel día…ni en los días posteriores, ni en los actuales. Pero, la prensa del régimen callaba y omitía la verdad, la tergiversaba, la insultaba.  Aún hoy, medio siglo después, determinados poderosos medios de prensa ultraconservadores que continúan siendo vástagos de aquel régimen dictatorial, lo siguen haciendo.

La dictadura pinochetista, y ello ya es incontrarrestable, ordenó el asesinato de Pablo Neruda durante la estadía del vate en la Clínica Santa María en Santiago.

Jamás permitiría el dictador que el premio Nobel de Literatura, poseedor de una amplísima red a lo largo y ancho del orbe, abandonase Chile llevando su voz y su prosa condenatorias a todos los rincones del mundo.

Por otra parte, era un hecho que el autor del “Canto General”, no bien abandonase aquella clínica, viajaría a su exilio en México, invitado por el presidente de esa nación, Luis Echeverría. Por ello, entonces, los asesinos actuaron velozmente.

Neruda falleció en la cama de aquel centro médico el 23 de septiembre a las 22:30 horas. El régimen dictatorial se apresuró para indicar la causa del deceso. Todos los medios de prensa de la época, en manos de los totalitarios, señalaron que un cáncer prostático había puesto fin a la vida del inigualable vate. Pocos chilenos creyeron en esa versión…se presumía que la causa de la muerte de Neruda era otra, pero no había pruebas para afirmarlo con vehemencia.

Producida la exhumación del cuerpo de Neruda en el año 2014, muy a pesar de los sucesivos gobiernos post dictadura que ignoraron el caso, cobraron relevancia a contar de las declaraciones de Manuel Araya Osorio, chofer de Neruda, quien informó a la prensa en el año 2011 que Neruda, el día de su muerte lo había llamado para decirle que mientras dormía le habían puesto una inyección. Horas más tarde el poeta falleció.

Meses después, ya en el año 2012, desde Canadá llegarían los antecedentes necesarios para demostrar que el deceso del premio Nobel no había sido causado por una enfermedad, sino por un asesinato.

Dos doctores-investigadores de Toronto y uno de Regina, Canadá, establecieron ese año 2012 que era factible, vía DN, establecer, aunque hubieran pasado 100 años, que la muerte de Pablo Neruda había sido provocada por un envenenamiento.

Ello generó el peritaje de expertos internacionales, quienes emitieron un informe forense que concluyó que en un molar de Neruda se encontró una bacteria o cepa llamada Alaska E43 (Clostridium botulinum), arma biológica usada durante la Segunda Guerra Mundial.

Los investigadores forenses antes mencionados pertenecían al Centro de DNA Antiguo de la Universidad de McMaster en Hamilton, Canadá, y a la Sección de Genética Forense del Departamento de Medicina Forense de la Universidad de Copenhague, Dinamarca. Los informes que emitieron coinciden que la bacteria se encontró en la pulpa de un molar de Neruda, la que le provocó la muerte al circular a través del torrente sanguíneo del vate.

La hipótesis de cómo llegó la bacteria al cuerpo del poeta, señala que ella le fue inyectada en el abdomen, por un médico o por un agente de la dictadura que aún no ha sido identificado, cuya descripción física corresponde a un sujeto alto y rubio, cuyo apellido sería Price o Pride, y estaría vinculado a la Colonia Dignidad.

Desde el punto de vista judicial, la jueza Paola Plaza González, que heredó en enero del año 2020 la investigación que inició el juez Mario Carroza cuando este fue ascendido a la Corte Suprema, tiene detenido el proceso, aun cuando en el año 2017 se evidenció científicamente que la cepa Alaska E47 se le inoculó a Neruda y que ella terminó con su vida. La jueza Plaza se ampara en el secreto del sumario para seguir posponiendo el juicio y evitar hacer declaraciones a 50 años de la muerte del vate.

La dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet se encargó de eliminar físicamente a aquellas personas que poseían amplia tribuna en muchos países y en prestigiosas instituciones, cuyas voces de denuncia podían ser escuchadas por miles de personas en los foros mundiales y en las academias, como ocurrió con el excanciller Orlando Letelier y el exgeneral Carlos Prats.

Hoy, año 2023, miles de personas en todo el mundo se esfuerzan por impedir que se cierre el proceso judicial que aún duerme larga siesta en la Corte de Apelaciones de Santiago debido a la inacción de la jueza a cargo del mismo, Paola Plaza González, cuya molicie profesional derivaría en el cierre del juicio y, por tanto, en la impunidad absoluta de los criminales que segaron la vida de nuestro insigne Premio Nobel.

Pablo Neruda fue asesinado, eso es indiscutible, y su vida segada por órdenes emitidas por los más altos mandos de la dictadura en 1973.

Cincuenta años más tarde, aún hay hombres públicos y medios de prensa (todos ellos pertenecientes a la derecha criolla) que intentan matarlo una vez más cada día. Vano intento; el poeta está más presente que ayer en la conciencia y en el alma de Chile.

Pero, no se ha hecho justicia…y es lo que millones de personas en todos los continentes del planeta exigen a viva voz.

 

Arturo Alejandro Muñoz

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