Hay que contar a los niños en las escuelas y en todas las casas que los militares no fueron valientes.
No dudaron en convertir y hacer de un país el infierno.
Nada más perverso y criminal que el maltrato sufrido por miles y miles de hombres y mujeres en sus cuarteles. Los gritos, los insultos, esa bolsa de arpillera, las preguntas de un loco en el oído que tiene el poder de las balas.
En aquellas esquinas oscuras de los cuarteles la justicia no llegó para salvar al hombre. La pasividad fue la aceptación en silencio del golpe militar. El poder judicial hizo la fila para el besamanos. Aquella legalidad que la justificó el presidente de la Corte Suprema. Nada más indigno y distante de la tarea que entregan los ciudadanos para que se les cautelen la vida y sean respetados sus derechos.
Han pasado cincuenta años de lo que nos dolerá eternamente. Allí estaba el hombre en la mitad del desamparo. Aferrado a la vida y con sus respiros apurados. Eran los inicios de largos años de botas, uniformes, gritos y el terror.
Pero no todos lo aceptaron y decidieron cambiarse el nombre, los apellidos y colocaron en la memoria otros números de otras casas. Aquello duró largos años.
Ese odio que fueron a buscar los uniformados en algún rincón para volver a reinstalarlo entre esas extrañas necesidades militares. El hombre entonces se convierte en un blanco que camina apurado rumbo a casa. Fusilamientos a carne viva entre gritos de disparar sin fallar hacia los enemigos. Nada fue casual, la oficialidad comprendió que el terror debía necesariamente ser instalado para mantenerse en el poder.
Los militares chilenos fueron unos pordioseros.
En la preparación del golpe militar donde la derecha trabajó incansablemente no había fondos reservados. Sencillamente estiraron su poruña mendiga para que desde los Estados Unidos con el beneplácito de Nixon/Kissinger, se financiaran paros de camineros, huelgas de comerciantes y patronales. El partido nacional (actual RN) chorreando tinta en la revista SEPA. El gremialismo levantaba cabeza. Patria y Libertad colocando bombas. Todo aquello sumaba para consumar el siniestro plan donde el sentido mayor era romper el sistema democrático para iniciar una política de extermino.
Aquella batalla contra el comunismo internacional fue vendida por los Estados Unidos que estaba condenado a perder en Vietnam y la derecha junto a los militares la compraron el discurso que como un mantra se repica las escuela de las américas. Los desaparecidos, ejecutados, torturados, exiliados eran efectos secundarios.
Han pasado cinco decenios y todavía parlamentarios norteamericanos se interesan por conocer quienes en sus orígenes incitaron para que un golpe militar provocara en un país pequeño tantos crimines horrendos. Donde agentes de Estado llegaron a condiciones de locura. Mientras Nixon celebraba el ataque a La Moneda, los grupos económicos norteamericanos aplaudían la valentía militar. Tenían mano de obra barata para la guerra fría como se llamaba en esos tiempos.
Hubo largos tiempos dictatoriales que Chile fue gobernado por sicópatas con gorras y sables, mientras unos cuantos civiles esperaban les dieran su tajada, su parte por haber aportado para que se iniciara un proceso que ningún pueblo puede soportar. Les devolvieron sus empresas que los obreros administraron sin robar absolutamente nada. Donde se cumplió con la producción. La instalación del modelo de Chicago no hubiera sido posible bajo un régimen democrático, solo fue exitoso bajo el terror y la muerte. Aquello la derecha jamás lo reconocerá. Los victimarios cuando ejecutan sus crímenes saben que sobre ellos existe un manto de impunidad y de silencio cómplice.
Chile un país donde un segmento uniformado pequeño, casi inútil, hace públicas desigualdades cuestionables en todo sentido. Entre el salario mínimo de un obrero y el que recibe un general hay doce veces de diferencia. La última guerra en la que se vio envuelta la patria sucedió hace más de 150 años. Los caminos y casas que construirla todos los días.
No es razonable vivir en Chile compartiendo las calles y los semáforos con asesinos. Es que somos un extraño país/artilugio donde unos cientos que se visten de la manera igualitaria hayan olvidado todo y digan que los escritorios tienes sus cajones vacíos.
El asunto de la reconciliarnos con los militares se pierde frente al flagelo provocado. Lo determinante es saber dónde están los cuerpos de nuestros compañeros desaparecidos. Se exige una conducta de hombre en los tribunales, lo conocido hasta ahora demuestra todo lo contrario. Se mojan sus pantalones. Chile siempre ha sido un país crispado y más ahora cuando los negacionistas están escribiendo a oscuras un proyecto de constitución.
Posiblemente algunos quieran firmar algún documento que hable de la urgente necesidad de reconciliación y que nunca jamás habrá un nuevo golpe militar. Desde la vereda de la verdad, y la justicia aquello será imposible. un mal sueño.
No da el hígado para el abrazo ni firmar pactos de buena conducta para tiempos felices. La ministra de defensa debe apurar la entrega de la documentación que tienen escondida los uniformados. Para cerrar Punta Peuco.
Los militares hablaron siempre con bala pasada.
Por Pablo Varas
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