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sábado, 31 de mayo de 2014

Operación Cóndor: todo está guardado en la memoria


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Hermana de Luis Elgueta Díaz, Secuestrado y DD en julio 1976 en “Operación Cóndor”.
 
 
Cerca de 40 años después de los hechos que marcaron sus vidas, familiares de 23 chilenos secuestrados y hechos desaparecer en Argentina, tuvieron por fin un encuentro con la justicia de ese país.
 Con esa justicia que les fue ciega, sorda y muda, y que los abandonó en aquellos pretéritos momentos cuando su adecuado y oportuno actuar hubiese significado –tal vez– un cambio en el destino de cientos y cientos de seres humanos.
La justicia llegó en abril y mayo con decisión. Llegó de la mano de la rigurosidad. Exigiendo –como si no hubiese pasado el tiempo– recordar fechas, invocar recuerdos, escrudiñar detalles, revivir los hechos ocurridos hace 38 y 39 años.
Pide así, a los pocos padres aún con vida, a los hermanos envejecidos, a los hijos, a los amigos y a los escasos testigos, recordar datos y recorrer pasajes de vida y de emociones que, a pesar de los años, parecen haberse congelado en su corazón.
Entonces la historia reaparece, pues sigue ahí guardada –y atesorada– en la memoria. Sigue intacta, impregnada del mismo horror, del insustituible dolor, y del perseverante compromiso.


Cerca de un centenar de chilenos fueron secuestrados en Argentina en el marco de la sofisticada coordinación de los aparatos represivos latinoamericanos, llamada Operación Cóndor. Muchos de ellos, desaparecieron junto a sus parejas, e incluso con sus hijos.
Veintitrés de ellos, hoy forman parte del juicio de lesa humanidad “Operación Cóndor” que se lleva a cabo en Buenos Aires. Juicio que ve casos de ciudadanos uruguayos, brasileros, paraguayos, chilenos.
Las familias de esos 23 chilenos –algunos a través de videoconferencia, otros, directamente en el tribunal argentino– han relatado y puesto a disposición, de la hasta hoy esquiva justicia, parte de la búsqueda e investigación que han llevado a cabo en todos estos años.
Relatan que con miedo, con dolor, angustia, fueron –unas más, otras menos– recorriendo el largo calvario de esos primeros días luego de los secuestros. La búsqueda de datos entre los amigos, la terrorífica indagación en la morgue, en las cárceles, las eternas horas de espera en oficinas y tribunales. Alertas siempre y decididos a partir hasta donde surgiera una pista, un dato. Todo era entonces una esperanza, aunque generalmente se desvanecía tan rápido como llegaba.
Hoy la justicia pregunta: ¿hizo usted alguna denuncia, algún trámite? Sale, entonces, una larga lista de pruebas. “Sí, y fue a ustedes a quienes primero recurrimos”.
Hábeas corpus no admitidos, muchos rechazados, otros cerrados sin ninguna información. Recursos rechazados tras largas horas de espera, de solicitudes. Sí. Sorda, ciega y muda.
Hoy, casi 40 años después, es diferente. Es la justicia la que ahora exige a los familiares ante el estrado decir la verdad, solamente la verdad y toda la verdad. Padres, hermanos, hijos, esposos, juran o prometen.
Repiten, una vez más, lo que han dicho siempre: eran jóvenes comprometidos con los procesos sociales de su época. Eran los mejores. Inteligentes, comprometidos. Muchos fueron arrancados desde sus casas. Algunos fueron vistos en deplorables condiciones en algún centro clandestino. No supimos nada más.
El juramento y la promesa traen a la cara digna de estas familias chilenas la emoción al recordar la última vez que los vieron y sintieron su voz. La memoria comienza así a evocar y a resignificar ese último abrazo, ese beso, esa última sonrisa –hoy clavada en el alma–.
Todo sigue ahí. Las familias de 23 chilenos han declarado este abril y mayo de 2014 y han demostrado que –como dice la canción–: “Todo está guardado en la memoria”.
 

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