Llegué a vivir a Caleta Inío en 1992, cuando tenía 5 años. Me llevó mi abuelo, quien se fue a ese lugar durante el boom de la extracción del Pelillo, una alga que se usaba en la fabricación de champú y cremas. Inío tenía 2.500 habitantes aproximadamente y era el punto más aislado de la Isla de Chiloé. Sólo se podía acceder a través del mar, a seis horas de navegación desde Quellón.
Allá llegamos a vivir con mis hermanos, tíos, y varios amigos. Hicimos lazos. Recuerdo que al principio dormíamos en ranchas de nylon y con el tiempo se fueron construyendo casas de madera. Las algas las compraba una empresa que se llamaba Algas Marinas, que instaló unos galpones donde acumulaba el material antes de enviarlo al extranjero. Allí también se fundó la primera escuela, donde el hijo de uno de los dueños de la compañía nos hacía clases. En 1995, el Estado instaló un colegio público.
Con el tiempo, los temporeros que habían llegado a extraer Pelillo comenzaron a retornar a sus lugares de origen, pero nuestra familia se quedó. Hicimos patria. Inío era un lugar encantador, pero nadie tenía título de propiedad. Recién en 1997, cuando Jeremiah Henderson adquirió todos esos fundos, el presidente Eduardo Frei entregó títulos de dominio a 30 familias. Mi abuelo tocó tres hectáreas. La gente se organizó en dos sectores: La Puntilla y Río Arriba.
El gran problema de la caleta seguía siendo el aislamiento. Los viajes por mar eran sacrificados. Dependían de la exclusiva voluntad de los pescadores artesanales, por lo que una simple salida a Quellón, ida y vuelta, podía fácilmente tomar una semana. En su afán por parcelar los terrenos y venderlos, Jeremiah Henderson intentó dar solución el aislamiento. En el año 2002 llevó maquinarias para abrir un camino terrestre, pero el proyecto quedó botado cuando llevaba siete kilómetros. Luego de eso, los fundos se vendieron a Sebastián Piñera, que en el año 2005 instaló allí el Parque Tantauco.
Desde el primer momento que llegaron, los trabajadores de Piñera se mostraron amables y con voluntad a solucionar todos nuestros problemas. Nos pintaron un paraíso. Dijeron que mejoraría el transporte, la conexión telefónica, y las redes de electricidad y agua potable. Inío era entonces una caleta que dependía de un generador que funcionaba de las seis de la tarde a las diez de la noche, y que siempre sufría con las sequías veraniegas. También ofrecieron trabajo. La gente dejó la extracción de algas y se volvieron operarios de la reserva. Cumplían labores de limpieza y construían pasarelas, empleo que sólo duró hasta que Tantauco se inauguró.
En aquellos primeros años de funcionamiento, muchas familias abandonaron la caleta. Los que se iban, vendían sus terrenos a la Fundación Futuro, que eran los únicos que compraban. Recuerdo que mi abuelo entregó sus tres hectáreas por tres millones de pesos, y se fue a Quellón. Nosotros nos opusimos a que lo hiciera, pero no hubo forma de detenerlo. Fue así que la mayoría de los descendientes de los temporeros que llegaron a Inío en los 90, y que para entonces nos habíamos emparejado y tenido hijos, nos fuimos quedando sin tierras. Pasamos de ser los habitantes históricos a simples ocupantes.
Las malas noticias siguieron con el terremoto del 27 de febrero de 2010. Desde el gobierno, que entonces estaba encabezado por Piñera, dijeron que no podíamos seguir habitando el sector de La Puntilla, porque estaba en zona de inundación. Tantauco se ofreció a regularizar nuestra situación. Nos dijo que nos traspasaría media hectárea por familia en otro lugar de la caleta. Hubo algunos que aceptaron, pero yo me negué. Quienes viven en el campo saben perfectamente que en esa extensión de terreno no se puede vivir de la agricultura, menos en un lugar que era un barrial.
Desde entonces somos varias familias las que hemos estado en constante pugna con ellos. El Parque Tantauco tiene todas las comodidades que nosotros no tenemos: electricidad todo el día, agua potable asegurada, conexión de teléfono, internet, y salidas a cualquier hora en lanchas rápidas o avionetas. Si hasta la posta fiscal se construyó en el año 2008 adentro de sus instalaciones. Lo que más impotencia da, es que Piñera –que ha ido muchas veces en helicóptero a la caleta- sabía de todas nuestras necesidades y ni siquiera cuando fue Presidente nos dio una mano.
La mayoría de la gente cree que para Piñera somos un estorbo. Cada vez son más los que deciden irse, pero hay un grupo cercano a 30 familias que queremos quedarnos. Ahora que sabemos cómo esta tierra se vendió en Panamá, cosa que no logramos entender, necesitamos más que nunca que nuestros títulos se regularicen antes de las primarias. Si Piñera sale presidente, jamás se hará cargo de nuestras demandas. Hoy luchamos para que nuestros hijos tengan mejores condiciones de vida y para que Inío salga del abandono. El Parque Tantauco debería aceptar que nosotros estamos ahí antes que ellos.