Hace días tuve la oportunidad de asistir a una función de cine dirigida a profesores(as) y estudiantes de Pedagogía. La película: “Araña” del director chileno Andrés Wood.
Antes de comentar mis apreciaciones sobre esta producción, siento necesario aclarar que no soy ninguna experta en cine, menos aún, parte de un círculo odioso de críticos criticadísimos. Simplemente, quiero compartir mi experiencia desde el rol de espectadora.
Desde que escuché el nombre de esta obra, incluso antes de su estreno, me causó bastante curiosidad. De seguro que es mucho lo que podríamos imaginar y sentir ante la idea de una o más arañas merodeando en un lugar. Así partió una idea inquieta que, finalmente, se fue aclarando en el transcurso de la función.
La serie narra la historia de Inés y Justo, una joven pareja que posteriormente, se verá unida a Gerardo en un lazo que, luego de una serie de acontecimientos, se convertirá en un triángulo amoroso inmerso en el contexto sociopolítico de la Unidad Popular, del cual son férreos opositores. De esta forma, se muestra que los tres jóvenes son integrantes de Patria y Libertad y están fervientemente dispuestos a acabar con eso que llaman “cáncer marxista”.
Sin embargo, esta linealidad no permanece y desde un comienzo se evidencia una relación entre aquella lejana juventud y un presente en el que el matrimonio de Inés y Justo se ve amenazado ante el pasado que ha regresado a través de la presencia de un Gerardo que no estaba muerto ni de parranda y que, como si fuera poco, continúa manteniendo con firmeza las ideas que defendió brutalmente cuando joven.
“La patria es como una mujer” se escucha durante la película. Es el mismo personaje de Gerardo, quien sostiene que si a una mujer la están violando él no va a esperar y va a estar dispuesto a hacerle justicia con sus propias manos. Sin embargo, tras aquellas palabras que hoy podrían asociarse a las tan conocidas detenciones ciudadanas, existe un discurso que no quedó sepultado con Patria y Libertad, sino que se hace presente y, de esta forma, la aparente estabilidad de Inés y Justo tiembla, se ve perseguida al borde de un derrumbe que podría repercutir en su familia y en todo lo que lograron construir tras cuarenta años.
Mientras tanto, Inés tratará de mover todos los hilos posibles de sus influencias para que el ayer no tome tribuna en su realidad actual, en medio de una serie de intentos mezclados con alcohol y pastillas que no estarán ausentes a la hora de tener que enfrentarse a un escenario azaroso e inesperado.
¿Y qué pasa con estos integrantes de lo que fue Patria y Libertad? Existe una aparente decadencia que sabe mostrarse muy bien. Por un lado, se muestra a una Inés determinante, dispuesta a hacerse escuchar, a pesar del miedo y, paralelamente, a un Justo acobardado y sumergido en una batalla constante con la negación, pero que al fin de cuentas no olvida quién es y qué ha hecho realmente. Justo y Gerardo en la actualidad podrían ser tildados como esos “pobres viejitos” que hoy no recuerdan bien qué pasó en aquellos años en los que “en nombre de su patria” cometieron crímenes que hasta hoy permanecen de una u otra forma.
Esos ahora “indefensos personajes” que cargan con enfermedades mentales que, supuestamente, les impedirían enfrentar un juicio. Sin embargo, en el fondo la realidad es otra: estas arañas siguen entre nosotros y no se quedaron inmóviles ni olvidadas en las banderas ni en los distintivos que aquellos jóvenes de Patria y Libertad portaban en sus brazos. Llega un momento en la película en el que, de manera vehemente y estremecedora, se escucha otra vez ese grito que dice que “Chile es para los chilenos”. Entonces, se confirma lo dicho: las arañas todavía trepan y se dejan ver en más de una ocasión. Están en distintos espacios, desparramando su discurso de odio y generando así, un eterno retorno de este: desde los medios de comunicación hasta incluso las penosas personas llamadas “comunes y corrientes”. Siguen aquí, pero también junto a ellas, les hace frente la resistencia.