A causa de la pandemia, los amantes de la desenfrenada ostentación y gula, parecían hallarse en receso. Por imagen, la actual realidad les impide gastar a manos llenas y sentarse a la mesa a comer exquisiteces. En la antigua Grecia había una ciudad llamada Sibaris, de ahí vienen los sibaritas, donde se vivía a todo trapo. Los privilegiados de siempre, se daban diarios banquetes y despilfarraban a manos llenas. El término sibarita se extendió por el mundo y en América, se les vincula a gourmet.
Funcionarios del Palacio de la Moneda —no es Versalles, pero desean imitarlo— de rey a paje, se empezaban a quejar. Se lamentaban de la ausencia y escasez de productos gourmet. Que la cuarentena, no les podía impedir obsequiar a sus panzas de próceres y tripas de conversos patipelados, el mundano placer por la buena mesa. El encargado de la despensa y necesidades gastronómicas y astronómicas de La Moneda, apresurado llamó al proveedor oficial del Reino y le solicitó los siguientes manjares. Paté de jabalí, queso ciliegine, paté de mousse de pato, caviar de salmón y truchas. Bueno, hasta aquí llega lo que se ha filtrado. Nada se dice si también se encargó filete de búfalo, chuletas de huemul, perdices de Pichilemu, langostas de Rapa Nui y centollas de Punta Arenas.
Como estas dádivas de la naturaleza se deben engullir con vinos de calidad, el encargado de la cava real, los pidió a España. Entre ellos de la famosa Viña Vega Sicilia de la Rivera del Duero, que bebe el Rey de España. ¿Valor de la botella? $380.000 si se trata de un “Chadwick cabernet”, y no es sarcasmo. Hay de inferior valor, pero en el Palacio Imperial todo debe ser lujo, desenfrenada ostentación, como si fuese la corte del Rey Sol. Las gargantas —y no los gaznates del proletariado pedigüeño— de quienes hablan de sobriedad, de amor a la clase media y a los borregos, saben cómo vivir en suntuosidad. Nada de cazuelas de patas de pollo o bofes, y para beber, litreado de boliches clandestinos. Se ignora la calidad y procedencia de aperitivos y bajativos, que beben estos gallinazos, pero se presume que provienen de Italia.
El gasto promedio entre marzo y junio fue de $4.641.253 según lo manifestaron los encargados de realizar los banquetes. Es decir, a diario se dan banquetes. El encargado de distribuir las cajas de comestibles, para mitigar la hambruna del pueblo, realizó sus cuentas privadas y descubrió que con ese dinero, podía entregar infinidad de cajas. Esta persona, antiguo patipelado, nieto de inmigrantes, que vendían chucherías en la calle, se acordó de ellos y enjugó una furtiva lágrima.
Semejante a la conducta ejercida por los terratenientes de nuestro país. Al finalizar las comilonas, fuesen fiestas o del diario yantar, obsequian las sobras a la servidumbre. Acto de cristiana caridad, del amor nacido de quienes sienten que esas personas, han nacido para servirles. ¿Y esta costumbre es del tiempo de Maricastaña? Continúa hasta el día de hoy, y es frecuente que en infinidad de hogares pudientes, se guisan dos tipos de comidas. Las destinadas a los miembros de la familia y la otra, de inferior calidad, para la servidumbre.
De ahí se entiende que en el Palacio de La Moneda, la desmesura se ha transformado en hábito. Otros deben apretarse el cinturón, realizar diarios ayunos y flagelarse, pues la austeridad y el dolor, fortalecen la espiritualidad y convierten a estas personas, en seguras almas para llegar al cielo. A modo de remate, examinemos el menú que se piensa servir el 1 de diciembre, día del cumpleaños de su Majestad. De entrada, medio huevo duro relleno con perejil y cilantro; de fondo, porotos con riendas y de postre, huesillos con mote. Bebidas surtidas y vino bigoteado. Siempre que la cuarentena prosiga y el gobierno se declare en bancarrota. “Bon appétit”.
Por Walter Garib
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