Los barcos no navegan cuando el mar se seca
por ugenio GarcEía 30 septiembre, 2020
El drama del Mar de Aral en Asia Central es desolador. Antiguamente era el cuarto lago más grande del mundo con una superficie superior a la de Irlanda. Hoy es un gran desierto con cientos de barcos varados oxidándose en la arena de lo que fuera el fondo de un mar interior lleno de vida. Sucesivas obras de regadío lo secaron y lo dejaron convertido en una de las peores muestras de devastación humana del medio ambiente.
Esos barcos no volverán a navegar, no se saca nada con repararlos y volverlos a pintar.
Algo parecido nos está pasando hoy, aquí en nuestras narices. No sacamos nada con reparar el barco de nuestra institucionalidad sin tomar en cuenta que nuestro entorno cambió dramáticamente.
Solemos mirar la tecnología como algo que facilita –o complica– nuestra vida, pero creemos que la vida sigue siendo la misma con algunas comodidades adicionales. Hay algunos casos donde no es así. Internet y las tecnologías de la información son unos de esos casos.
Internet cambió las condiciones básicas de nuestro sistema de relacionamiento e interacción. Hoy la información, el conocimiento, están en la palma de nuestra mano y podemos recibirla al instante desde cualquier parte del mundo. Y no es solo eso, la mayor transformación es que nosotros, todos nosotros, ¡podemos emitir información!, y lanzarla a esta sopa global que crece y se trasforma con cada opinión, fotografía, oferta o historia que lancemos al mundo conectado. Nos tomó algo más de 10 años manejar con soltura este nuevo lenguaje y en hacernos conscientes de que ahora formamos parte de una red que podemos emplear para exponer nuestras opiniones y nuestras preferencias… y para construir estados de ánimo comunes capaces de influir sobre quienes nos conducen y toman las decisiones. Diez años parece mucho tiempo, pero es un instante para las transformaciones de nuestro sentido común.
Ya se sabe que el poder convencional se basa en el control de la información. Todos nuestros sistemas de organización social, política, económica, académica, empresarial, laboral, están basados en el controlar la información y dispensarla y distribuirla en pirámides lineales similares a un organigrama o en forma lineal y sucesiva, como una cadena de montaje.
Nada de eso funciona en el mundo de la nube de información que nos incluye y nos afecta sin que reparemos demasiado en ella.
El mundo se ha vuelto un sistema complejo, impredecible, indeterminable, incontrolable, y nosotros nos hemos vuelto partículas de esa nube en que interactuamos, agrupándonos o restándonos, creando, participando, formando sentimientos comunes y presionando a las viejas estructuras creadas cuando el mundo era lineal y predecible.
En buena hora, una de las características del mundo lineal es que, al controlar las interacciones, unos tenían más poder que otros y prevalecían sobre los demás. Las tensiones sociales, las injusticias, los abusos, tenían canales muy estrechos para expresarse. El mundo complejo acaba con esa posibilidad. El individualismo tiembla. Los especialistas ceden paso a la inteligencia colectiva. Nadie está libre de escrutinio público, nadie puede actuar por sí y ante sí. Los líderes dejan de ser importantes, las autoridades unipersonales, los representantes y todo el aparato administrativo de cualquier organización, incluida la sociedad, fracasan, pierden autoridad y se ven impotentes para responder a las demandas de reconocimiento, participación y justicia de cada uno de nosotros.
Es el momento de hacer nuevas constituciones, muchas nuevas constituciones, del país y de las empresas, de las universidades y los colegios, nuevas constituciones familiares y personales; una completa revisión de nuestros paradigmas para enfrentar un mundo hiperconectado de recursos escasos, y con un medioambiente, una economía y una sociedad devastados.
Es una enorme labor creativa que debemos hacer cada uno en la intimidad de nuestras personas, de nuestras familias, de nuestros lugares de trabajo, de nuestras empresas, de nuestros colegios y universidades. Como todo en el mundo complejo, la responsabilidad es nuestra, de cada uno de nosotros. No hace falta que el sistema político nos diga qué hacer antes de actuar. Todos tenemos el imperativo de cambiar si no queremos fracasar como personas, como empresas, como instituciones y como país.
No sigamos reparando el barco, es inútil. Cuando el mar se seca hay que crear otras formas de seguir adelante.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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