Una nueva Constitución es
imprescindible para construir un país en el que “el pan alcance para
todos”. La Constitución de 1980 no es
auténtica Constitución, sino sólo una ley fundamental impuesta por la fuerza,
por lo que histórica, social, legal y éticamente está cuestionada tanto en su
elaboración como en su aprobación. En su
núcleo estructural privilegia a unos pocos y excluye a las mayorías. Lo que hoy vivimos es bajo la tutela
pinochetista, por lo que es letra opresiva que se acata, pero que no se obedece
ni se cumple moralmente. Ello sucede
porque el texto dirigido por Jaime Guzmán no expande la vida; oculta el
desorden de la verdad atropellada; mantiene los derechos conculcados; porque
falta la alegría (que no llegó) y se han nublado las esperanzas.
Chile requiere una Constitución
democrática, en la que sus defectos sean corregidos en virtud de su propio
dinamismo. Esto debe ser así, porque la
democracia es riesgo, es aventura, es participación razonable en la conducción
de la vida cívica, es búsqueda de integración social. (1). Una auténtica Constitución debe contener en
su esencia al Bien Común, esto es, que el interés privado esté subordinado al
interés público, como ya lo dijera Aristóteles varios siglos antes de Cristo.
(2) Ello significa, en primer lugar, que
la economía esté subordinada a la política y que tanto la economía como la
política y también el derecho sean expresiones de la ética. En términos directos, se trata de que los
derechos humanos no separen la economía de la política, sino que se produzca
una implicancia entre los derechos jurídicos, civiles y políticos con los derechos económicos,
sociales y culturales, a los que deben sumarse los derechos de tercera
generación. De esta manera, una nueva
Constitución podría afrontar y crear condiciones de posibilidad de superación
de las enormes desigualdades y segregaciones que padece la mayor parte de la
población chilena.
Se trata de una “insurrección
pacífica”, al igual como fue el planteamiento de la resistencia francesa tras
la ocupación nazi, siendo portavoz de partidos, movimientos y sindicatos: “un
plan completo de seguridad social, con miras a asegurar los medios de vida a
todos los ciudadanos, en todos los casos en que estos fueran incapaces de
obtenerlos a través de su trabajo”. Para
realizar aquello se debían nacionalizar las riquezas básicas, los grandes
bancos y devolver a la nación los medios de producción monopolizados, fruto del
trabajo común. (3).
En las actuales condiciones, en
Chile no existe manera de que aquello sea realidad, porque la estructura de la
sociedad emanada de la dictadura pinochetista es antihumana, irracional, niega
la promoción de la vida, no acepta la igualdad para todos sino que privilegia a los poderosos. Para estos últimos, un pueblo consciente y
politizado significa un peligro. Por
tanto, evitan dicho peligro convirtiendo en realidad la afirmación de que “para
dar libertad al dinero las dictaduras encarcelan a la gente”. (4).
Una nueva Constitución debe
desmontar el fetichismo que rodea la pseudodemocracia capitalista, porque en el
capitalismo lo que se denomina democracia es un pacto por el cual los
explotados renuncian a su derecho de decisión para negociar las condiciones de
su propia explotación y así poder sobrevivir. (5). La experiencia de la historia de Chile y de
la historia de América Latina demuestra que ante el menor amago de
transformación social se desencadena la violencia reaccionaria. La Unidad Popular y el levantamiento popular
del 18 de octubre de 2019 son claras demostraciones de lo antes aseverado.
Una nueva Constitución permitirá
abrir caminos de superación del miedo, el cual es la “materia prima” del
capitalismo, cuya metodología es el ejercicio del terror. (6). La superación del miedo va de la mano de la
política, esto es, de la regeneración moral del país. Ello implica “decir lo que se debe decir,
porque ello dignifica y ennoblece la vida”. (7). Política es moverse por ideales que, aunque
pudiendo ser erróneos, jamás son mentiras.
Es la crítica de la realidad en pos de otra realidad más digna, gestora
de una nueva cultura que, a su vez, exige un proceso de descolonización del
conocimiento para derrotar a la mentira.
La mentira no se derrota sólo con consignas y eslóganes, sino con educación y conciencia
para que el pueblo mantenga vivo su espíritu.
Frente a un capitalismo cada vez
más beligerante, una nueva Constitución debe abrir vías para acabar con él,
antes que el capitalismo acabe con Chile y con la humanidad. En el presente proceso constitucional el
pueblo tiene una oportunidad de transformar también su fragilidad organizativa,
su inmadurez política y el espontaneísmo.
Emulando a José Martí, “la guerra que se nos libra es de
pensamiento. Ganémosla a fuerza de pensamiento”.
Hervi Lara B.
Santiago de Chile, 25 de
septiembre de 2020.
Notas:
(1)
Cfr: Jorge Millas, “Con reflexión y sin ira”. (Discurso ante el pseudo plebiscito de
1980. Teatro Caupolicán. Santiago, agosto de 1980).
(2)
Cfr: Aristóteles, “Política”.
(3)
Stépahane Hessel, “Indignez vous”.
(4)
Eduardo Galeano, “Patas arriba”.. (La escuela del mundo al revés).
(5)
Cfr: Atilio Borón, “Aristóteles en Macondo”. (Notas sobre democracia, poder y revolución
en América Latina). / Ed. América en Movimiento, Santiago, 2015.
(6)
Cfr: Pablo Dávalos, “La democracia disciplinaria”. (El proyecto neoliberal para América
Latina). / Ed. Quimantú, Santiago, 2012.
(7)
José Ferrater Mora, “Unamuno”. (Bosquejo de una filosofía). / Ed.
Losada, Buenos Aires, 1944.
Par EL CIUDADANO online.
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