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sábado, 24 de octubre de 2020

OPINIÓN

 

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Plebiscito y memoria: actuar para no repetir el pasado

por  24 octubre, 2020

Plebiscito y memoria: actuar para no repetir el pasado
No es extraño que se haya instalado, en algunos, el escepticismo, la desconfianza y una compleja disyuntiva: si hay que sumarse al plebiscito sabiendo que todo está en contra o restarse, de modo de denunciar su poca articulación con la ciudadanía. Para abordar esta disyuntiva, debemos usar nuestra memoria histórica para pensar el presente de modo crítico y reflexivo, sin caer en comparaciones esquemáticas y simplificadoras que no nos permitan establecer las semejanzas y diferencias, entre el proceso político de la transición y el proceso político actual.

Con el levantamiento social de octubre de 2019, la ciudadanía no solo se reapropió de las calles y plazas, sino también de la palabra y la política. Junto a las intensas movilizaciones se generaron múltiples espacios de encuentro y de debate que, incluso, se mantuvieron durante la pandemia. Después de décadas de desmovilización forzada –por la lógica transicional de los consensos entre las élites– la sociedad chilena ha llevado a cabo procesos de politización, que culminaron en un alzamiento social nunca antes visto en democracia. Y que tuvo a calles y asambleas como principales escenarios –materiales, simbólicos y políticos– de este movimiento que, sin duda, va a pasar a una nueva etapa después del plebiscito del 25 de octubre.

Porque tras el plebiscito se expresarán aún con más fuerzas las tensiones por el control y dirección del proceso constituyente, particularmente en lo referido a la presencia de los pueblos originarios y los mal llamados “independientes”, es decir, las diferentes organizaciones sociales, ciudadanas y populares que se encuentran fuera de los partidos políticos. Dadas las características de este sistema y de los mecanismos electorales, existe la muy razonable percepción de que la ciudadanía “independiente” quedará excluida de la Convención Constitucional y que los partidos políticos no llevarán adelante las transformaciones que se han reclamado desde hace un año, que han costado tantos muertos, presos y heridos.

Una de las importantes distinciones del proceso político actual respecto de la transición es que, a diferencia de entonces, existe una importantísima politización y participación que opera por fuera de los partidos. Esta, que se articula y se mantiene en el activismo en las calles, en asambleas y en otras instancias de debate e involucramiento ciudadano, puede introducir contrapesos relevantes a las lógicas partidistas durante el proceso constituyente.

El temor y la desconfianza de que no se avance en las demandas ciudadanas que originaron y han mantenido el levantamiento social, han despertado las memorias de la transición, la cual para muchos operó de una forma parecida: con un proceso de movilización social que culminó en un plebiscito, que abrió un camino institucional que no cumplió con sus promesas de transformación, se disoció de la gente y llevó adelante la desmovilización de las organizaciones sociales que habían liderado la resistencia, además de perseguir y reprimir a los sectores más disidentes que apostaban por mantenerse movilizados.

No es extraño que se haya instalado, en algunos, el escepticismo, la desconfianza y una compleja disyuntiva: si hay que sumarse al plebiscito sabiendo que todo está en contra o restarse, de modo de denunciar su poca articulación con la ciudadanía. Para abordar esta disyuntiva, debemos usar nuestra memoria histórica para pensar el presente de modo crítico y reflexivo, sin caer en comparaciones esquemáticas y simplificadoras que no nos permitan establecer las semejanzas y diferencias, entre el proceso político de la transición y el proceso político actual.

Una de las importantes distinciones del proceso político actual respecto de la transición es que, a diferencia de entonces, existe una importantísima politización y participación que opera por fuera de los partidos. Esta, que se articula y se mantiene en el activismo en las calles, en asambleas y en otras instancias de debate e involucramiento ciudadano, puede introducir contrapesos relevantes a las lógicas partidistas durante el proceso constituyente.

La disyuntiva, por lo tanto, no es participar o no de este proceso, sino más bien dilucidar cuáles son los modos más adecuados de establecer dicha participación, de modo de poder incidir en él, sin por eso quedar atrapado en la lógica de la desmovilización y de la mantención disfrazaba del orden social, que queremos transformar.

En este sentido, resulta fundamental distinguir que el fin de la Constitución de Pinochet no implica necesariamente una nueva Constitución que represente y asegure la soberanía popular. Por el contrario, lo más probable es que el sistema de partidos intente imponer sus lógicas de modo de mantener limitada o, incluso, neutralizada dicha soberanía.

Sin embargo, los avances en la discusión, organización y movilización ciudadana que lleva un año de trabajo ininterrumpido, que es histórica en nuestro país y que no da señales de finalizar, nos van a permitir pelear por la Constitución por la que tanto hemos luchado. Lo importante es participar del proceso sin soltar la calle ni las asambleas y procurando incidir en todos los espacios posibles.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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