Necesitamos algo nuevo de nuevo. Sin elitismo de ningún tipo. Que lo entiendan todos. A buen entendedor, pocas palabras. Inspirándonos en las mejores expresiones de nuestra poesía, nuestro lenguaje originario. El que une. No desde la antropología o la filosofía de pasada.
Todo lo que nos une es poesía / Sólo la prosa puede separarnos [Nicanor Parra, Discurso de Cartagena]
A partir del domingo 4 de septiembre nos ha venido una hemorragia de ganadores y perdedores que no tiene cuento ni sentido. No parece haber sino victoriosos y derrotados, siguiendo la imagen triunfalista y demoledora de la evolución política y cultural de Occidente, desde los torneos y cruzadas de la Edad Media, hasta los winners norteamericanos de la Guerra Fría, pasando por el imaginario pelotero propio del fútbol de origen británico.
En las escuelas se enseña que en la vida la opción es ganar o perder. Un antropólogo social, desde los púlpitos del duopolio periodístico chilensis, concluye tras hacer un largo listado de convencionales, llamándolos, invocándolos, acusándolos, por sus nombres y apellidos: “Triunfó la dignidad de no aceptar algo mal hecho. Triunfó el deseo de una patria grande […]. Triunfó un país que no quería ser inventado de nuevo por ustedes, ni picado en pedacitos. Triunfó el aprecio por el decoro público”. Triunfó, triunfó, triunfó.
Desde el otro lado, el derrotismo ha cundido entre los partidarios del Apruebo. Asumiendo una impotencia, una rabia, o una desazón propia del que sufre la goleada de proporciones, continuando con el lenguaje pelotaris en cuestión.
Este esquema cognitivo y emotivo poco da cuenta de la profundidad histórica de lo vivido. Reproduce interpretaciones superficiales, que en esta ocasión son aprovechadas por la privilegiada y astuta élite conservadora, la siempre ganadora. Lo más cierto que expresa el resultado del plebiscito es una fractura inmensa en la convivencia del país. El país está quebrado. Fracturado entre un sector cansado, individualista y temeroso de cualquier innovación: más vale diablo conocido que por conocer. Y un sector molesto, impaciente y atrevido ante una realidad cautiva y exasperante: entre ponerle y no ponerle, más vale ponerle. Estas son las dos actitudes básicas repartidas en la jornada del domingo. Y repartidas por igual entre ricos y pobres. Desde la ‘alta’ a la ‘baja’ cultura.
Al fin las dos opciones expresan descontento, disgusto, insatisfacción, un generalizado ‘malestar en la cultura’. La situación real del país no da para más. Un mundo colonizado, inequitativo, con abusos y abusadores obscenos por todos lados. Por eso el estallido resonó en todo el planeta, por eso no más Piñera, chao Piñera.
Desde estas certezas inconfundibles tenemos que abrir camino. Lo que nos une a los 5 más 8 millones de chilenos y chilenas es ser reconocidos en nuestra real humanidad, en nuestra más digna y profunda humanidad, sin la tontera prosaica del relato de ganadores y perdedores, al fin civilizados y bárbaros. Eso está bien, insisto, para un partido de balompié. No para entender, vivir y gozar la historia de la humanidad. De la humanidad. No sólo de la nación chilena.
¿Qué diablo conocido es esa nación? Alguien dijo que Chile había sido un invento de Portales y Bello. Ese invento se revela ya como puro cuento. Han pasado demasiadas historias y sangres bajo los puentes desde esos ilustres caballeros de 1833. La Constitución de 1925 remozó la anterior abriéndola a la ávida clase media. La Constitución de 1980 nos revistió a la hora undécima de un hispanismo autoritario de tipo franquista. Siempre en cada paso a contrapelo de nuestra humanidad digna e inquieta.
Hoy el Chile profundo es un mundo abierto a las identidades más recónditas y preteridas de todas las tierras, los pueblos, las mujeres. El horizonte de sentido es nuestra propia naturaleza, entendida no sólo como medioambiente o territorio, sino como Madre Tierra, fuerza activa y viviente de la vida. Que vibra con y en todos nosotros, estemos donde estemos, sin excepción ni ideologías. No más naturaleza muerta. Empecemos a darnos el ansiado marco de convivencia común.
Necesitamos algo nuevo de nuevo. Sin elitismo de ningún tipo. Que lo entiendan todos. A buen entendedor, pocas palabras. Inspirándonos en las mejores expresiones de nuestra poesía, nuestro lenguaje originario. El que une. No desde la antropología o la filosofía de pasada.
Un número considerable de universitarios chilenos, trabajadores del conocimiento, fundamentaron el Apruebo citando de paso al filósofo Enrique Molina. Loable, preciso, pero no suficiente. Tampoco ya creemos en la política de pasos perdidos. No sigamos perdiendo, otra vez, la paciencia y el humor. Como dijo Nicanor Parra, en su Discurso de Cartagena (de 1993): “Borrón y cuenta nueva / Dice: / Eli Eli Lama Sabachtani / Debe decir: / Con humor y paciencia / Cambiaremos el curso de la historia”.
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