Fue una estrategia electoral que no se concentró en atacar a la otra parte, sino en un llamado a la alegría, la esperanza, y en la posibilidad de contar con elecciones presidenciales abiertas para el próximo año. Derrotar una dictadura con un lápiz y un papel es de los hitos más relevantes de nuestra historia y refleja la imperiosa necesidad de cuidar y defender la democracia, independientemente del color político de quien gobierne.
Son muy pocos los países que pueden contar que lograron terminar con una dictadura por medio de las urnas. Chile es uno de ellos. A 35 años de aquel 5 de octubre de 1988, las reflexiones y análisis sobre aquella instancia siguen presentes en el colectivo nacional. Latinoamérica vivía entonces un proceso de recuperación democrática y luego de años supeditados al poder militar; Argentina, Brasil, Uruguay, entre otros, avanzaban en esa línea, obviamente, no exentos de problemas.
Chile logró, a través de un plebiscito donde la opción “No” obtuvo el 55,99%, retornar a la democracia perdida el 11 de septiembre de 1973. Hace menos de un mes se conmemoraron en Chile los 50 años del golpe militar, y la anhelada democracia fue recuperada por medio de esa llave que fue, 17 años después, el plebiscito del 5 de octubre. El referéndum de 1988 fue el principio del fin de la dictadura, proceso que evidentemente no fue fácil: baste recordar que Pinochet siguió como comandante en Jefe del Ejército hasta 1998 y que luego asumió como senador vitalicio.
Aquel 5 de octubre, sin embargo, no solo fue la puerta a la recuperación democrática, sino también un paso fundamental para el desarrollo social, político y económico de Chile. Con el retorno a la democracia, nuestro país se volvió a abrir al mundo y a retomar el prestigio institucional perdido con la dictadura. Se restablecieron relaciones diplomáticas rotas y se empezó a pavimentar la transición hacia una democracia más plena. Se efectuó la primera elección con un Tribunal Calificador de Elecciones, lo que redundó en la posibilidad de contar con un padrón electoral conocido y registros claros de los mismos, evitando con ello los fraudes detectados en los referéndums de 1978 y 1980.
El triunfo del “No”, además, cimentó el paso a elecciones presidenciales libres y abiertas, que se realizaron un año después, en las que resultó electo el Presidente Patricio Aylwin. Pocos recuerdan que, si hubiese ganado el Sí, Augusto Pinochet se perpetuaba en el poder hasta marzo del año 1997.
Cuando se analiza aquel triunfo, surgen varios aspectos relevantes de considerar, por un lado, la insatisfacción con la dictadura existente, pero esta no solo generaba un disgusto evidente en la población, sino también temor, y ese era uno de los principales riesgos para la opción “No”. La gente no expresaba mayormente su afinidad política, la represión que se observaba en las calles y la polarización del país hacían difícil vaticinar un resultado esperanzador para la oposición.
Ante esta realidad, una de las principales claves del éxito del “No” fue su campaña, la cual reforzaba constantemente “Sin odio, sin violencia, vota No”. Fue una estrategia electoral que no se concentró en atacar a la otra parte, sino en un llamado a la alegría, la esperanza, y en la posibilidad de contar con elecciones presidenciales abiertas para el próximo año.
Derrotar una dictadura con un lápiz y un papel es de los hitos más relevantes de nuestra historia y refleja la imperiosa necesidad de cuidar y defender la democracia, independientemente del color político de quien gobierne.
Ello nos obliga a resguardar los procesos democráticos a los que nos vemos enfrentados, así como también a informarnos y participar de los desafíos político-electorales que vengan, independientemente de la afinidad o no que ellos nos generen. La democracia se defiende con más y mejor democracia y el voto es la máxima expresión de nuestro derecho y deber ciudadano.
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