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domingo, 15 de septiembre de 2019

OPINIÓN


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El inserto pinochetista: una decisión que divide y desinforma

por  15 septiembre, 2019
El inserto pinochetista: una decisión que divide y desinforma
La decisión de publicar el inserto, además de la consecuencia polarizante, tiene un segundo problema y es que produce desconfianza, tanto interna dentro de la misma empresa, como externa, no sólo hacia el diario, sino que contamina la confianza hacia el sistema de medios en general, cuando se vive una crisis mundial de desinformación. Mientras más polarizada está una sociedad, mayor es el nivel de desconfianza hacia las noticias.

Escribir sobre el inserto en el cuerpo C del diario El Mercurio, publicado el día 11 de septiembre, es escribir sobre una decisión que representa las crisis de confianza hacia los medios de comunicación en Chile.
La pieza de propaganda, en su título, intenta sostener una tesis que relaciona el golpe de Estado en Chile y la situación actual de Venezuela en un cuerpo de noticias nacionales.
El argumento se alimenta de una serie de declaraciones sacadas de su contexto histórico y los procesos en los que se dijeron, considerando que no hubo una sola oposición a la dictadura, sino varias y con miradas divergentes que fueron mutando.
Una información sacada de contexto para impulsar una agenda, por mucho que esta pueda provenir de una fuente real, termina por desinformar, así al menos lo considera la UNESCO.
El inserto pagado tuvo efectos comunicacionales constatables en la conversación pública: rabia, división y dolor. Se convirtió en tema del día con variadas reacciones, incluyendo a profesionales del mismo diario que no se sintieron representados por la publicación.
¿Por qué la columna de Gonzalo Rojas publicada en la sección editorial del medio el mismo día titulada “Chile: un año más de libertad” no generó la misma discusión que el inserto?
Por las expectativas. La columna está en un segmento de opinión atribuida a un autor con una mirada particular, que más o menos afín a la de los dueños del diario, comparte un espacio de pluralismo interno al convivir con otros columnistas durante la semana que aportan otras voces.
Aunque, puede que algunos lectores no expresaran sorpresa por el inserto, al recordar la historia colaboracionista que tuvo la empresa con la dictadura, incluyendo portadas con la intención de desinformar en La Segunda, otro diario de El Mercurio. Hay diferencias contextuales y en la delimitación de los espacios en los que se entrega la información que son diferentes y que, por ende, suscitan esta conversación.
Lo anterior, exige distinguir entre un aviso comercial cuyo objetivo es sustentar económicamente al diario, induciendo a que un lector compre o conozca un producto, y otro de propaganda política. Incluir propaganda política por mucho que sea buen negocio, es una decisión editorial, que no puede depender solo del área comercial.
La línea editorial, se denomina línea, porque hay una secuencia o trayectoria trazable en un medio que muestra su coherencia en la selección y tratamiento de sus contenidos. Los avisos, como las páginas sociales, nos muestran a qué lector le quiere hablar un diario, cuál es su capacidad de compra, a qué tipo de vida aspira y cuando estos avisos se tornan propaganda política, también nos dicen en qué y quién cree.
No es que el diario no pueda publicarla, ni que ese aviso no pueda publicarse en otros medios, pero hacerlo implica una responsabilidad, porque el canal de difusión está tomando una definición editorial que determina su misión en la sociedad.
Al publicar propaganda de un solo sector en un día como el 11 de septiembre, introduce al diario a un terreno en el que asume que está dejando afuera a un sector de lectores y que su circulación inducirá más a la unión de micro comunidades que se separan de la gran comunidad.
¿Pero es ese el periodismo para el que están contratados los editores y periodistas de El Mercurio? Al parecer no, por la foto publicada por los mismos profesionales en Twitter. ¿Es justo, entonces, que esos periodistas aparezcan firmando notas con sus nombres al lado de esa pieza de propaganda política?
Su historia ha dejado una huella en la marca asociada al diario hasta hoy, pese a eso, ahora en el trabajo de sus profesionales de la información, al menos, manifiesta hacer periodismo. Una de sus revistas, acumula premios de excelencia periodística entregados por pares y fue el primer medio chileno en incluir verificación del discurso público con una iniciativa de fact checking, que es definido por la comunidad mundial de verificadores como una práctica que tiene en su corazón la función de resguardar la democracia actuando como perros guardianes en representación de la sociedad.
La decisión de publicar ese aviso, además de la ya mencionada consecuencia polarizante, tiene un segundo problema y es que produce desconfianza, tanto interna dentro de la misma empresa, como externa, no sólo hacia el diario, sino que contamina la confianza hacia el sistema de medios en general, cuando se vive una crisis mundial de desinformación. Mientras más polarizada está una sociedad, mayor es el nivel de desconfianza hacia las noticias.
El informe de 2019, Digital News Report, muestra que un 45% de los chilenos confía en las noticias que publican los medios, un 8% menos que el año pasado; un 47% confía en las noticias que escogen usar; y un 34% confía en las noticias que aparecen en redes sociales. Todas bajo el 50%. Este último dato es relevante para analizar la situación de El Mercurio, que se publica en papel con los ritmos propios de un proceso menos inmediato que el de internet, que permite mayor cotejo de la información.
El Mercurio, guste o no, sigue siendo influyente y relevante en el mapa de medios de comunicación chilenos. No tiene que ver solo con la amplitud de voces en el mercado, sino con el lugar que usan esas voces dentro de una industria, por ejemplo, en la capacidad de darle un espacio laboral a reporteros, de llegar con información a quienes toman decisiones de poder en el país y en abrir conversaciones. Solo un ejemplo: algunas de las pocas revistas periodísticas en papel que sobreviven con cierta dignidad, son un producto exclusivo para los lectores de El Mercurio.
Por ende, permitirse un aviso de propaganda como ese, si no tiene que ver con explicitar una intención, si se tratase sólo de la desconexión entre el área comercial y la editorial o si el director del diario no advirtió su potencial efecto, considerando un antecedente similar en La Tercera, habla de un escenario hipotético, en el cual el diario que tiene la opción de liderar los cambios industriales, por su capacidad comercial y equipo de profesionales, demostraría que su negocio son los avisos y no el periodismo.
Si no es una casualidad, muestra una separación profunda entre su misión periodística declarada y la que en realidad manifiesta. El Mercurio con la publicación del artículo abrió heridas que polarizan y permitió una pieza que desinforma dentro de sus páginas. Una respuesta factual, a la pregunta: ¿Es esa la misión a la que aspira el por años llamado decano de los diarios chilenos?
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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