“El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo", escribió García Márquez en Cien Años de Soledad. Cuando llegó el 'conquistador', nada tenía dueño, pero todo tenía nombre. Nombres concebidos en las lenguas vernáculas. Una nota de Edmundo Moure. |
Escribe Edmundo Moure - Diciembre 20, 2020Entre tantos agüeros funestos y escalofriantes cifras de nuevas olas o negras mareas de la pandemia, el pasado viernes 18 de diciembre nos llenó de regocijo la noticia del Premio Margot Loyola 2020, reconocimiento a la trayectoria en cultura tradicional y popular en Chile, que entrega el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, a través del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural. Tres fueron los galardonados, representando a sus regiones de origen: Aurora del Pilar Cayo Baltazar, de la Región de Tarapacá, por su trayectoria de más de 50 años en el desarrollo y difusión de las cocinas como patrimonio cultural inmaterial andino de la etnia Aymara; Sofía del Carmen Painiqueo Tragnolao, de la Región de La Araucanía, quien fue reconocida por su destacada trayectoria de 51 años en la línea de trabajo de formación y por su temprano liderazgo femenino en la reivindicación cultural, artística y política de la cultura Mapuche; Renato Miguel Cárdenas Álvarez, de Chiloé, Región de Los Lagos, recompensado por su trayectoria de 50 años en investigación y por su sólida labor de estudio y difusión a través de diversos géneros literarios, además de su compromiso con la cultura regional y de todo el Archipiélago de Chiloé. El chilote laureado destacó este gesto de valoración, señalando que él representa al sector de la cultura tradicional de Chiloé, en situación compleja hoy, y “que debería ser un ejemplo de proyección hacia el país, hacia otras culturas nacientes, porque está basada en la naturaleza. Nosotros los chilotes nos nutrimos y empezamos a nacer acá con las texturas de esta realidad, la naturaleza y esos conocimientos que hemos heredado de esta cultura doble, de encuentros y desencuentros, de herederos de ese mundo hispano y mapuche que estaba acá; que el Estado reconozca eso, es un gran paso”. El Premio Margot Loyola, como lo establece su propósito “busca destacar a aquellas personas o agrupaciones que -a través de su actividad, oficio o profesión- enriquecen la cultura tradicional y el patrimonio cultural inmaterial, permitiendo que sus quehaceres y saberes contribuyan a promover el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana”. Renato Cárdenas va más allá de cumplir a cabalidad aquellos presupuestos culturales. Los ha vivido y vive en su cotidiano quehacer, como forma integral de entender su participación en el florecimiento de un modo de entender la cultura de su entorno, desde el respeto por sus antiguas tradiciones y el dinámico sincretismo de su desarrollo, hasta una ardua lucha por preservarla ante el embate de la subcultura mercantil y depredadora de la globalización y su espada ejecutoria, el capitalismo salvaje de cuño chileno. En este sentido, su labor de cinco décadas se manifiesta en un compromiso histórico y político, no en los cauces de una militancia prestablecida, sino en la permanente obra de dignificar el mundo chilote e impedir su brutal avasallamiento, protegiendo sus particularidades y signos civilizatorios. Una sólida y profusa obra, ensayística, etnográfica lingüística y poética avalan su condición de “gran epígono de Chiloé”. Cabe señalar: Lingüística Historia y etnografía Literatura (Poesía y Teatro) En su notable Diccionario Chilote Mapuche, “Ocho Libros Editores”, 2017, el poeta, antropólogo, ensayista, investigador y sabio de Chiloé, Renato Cárdenas, nos regala una amplia y rica cosecha de vocablos del mapudungun, recogidos en innumerables pueblos de las regiones de Palena, Llanquihue y Chiloé, comarcas propias de los Huilliche o Veliche, etnias Mapuche del Sur. En la dedicatoria, Renato sintetiza el propósito poético y significante de su obra: Al pueblo chilote: que nombró a los árboles, Testimonio de amor por un territorio, por sus habitantes y por las lenguas que los habitan y los hacen ser diferentes, en la riqueza de la diversidad que, unida al sincretismo nacido del choque o del encuentro entre culturas, genera nuevas expresiones y aun cosmogonías. Así lo expresa el autor: “Este Diccionario Chilote-Mapuche contiene un léxico que ha sido usado como instrumento simbólico y de comunicación entre los habitantes de este archipiélago, al menos durante el último siglo. El conquistador condujo las instituciones, imponiendo sus formas productivas, su lengua, su religión y una nueva organización administrativa. “Estas palabras tienen su origen en el mapudungun, pero se cruzaron –durante el proceso colonizador- con el castellano. “El castellano fue insuficiente para nombrar a esta geografía y sus costumbres y debió auxiliarse con el veliche, la expresión regional del mapudungun. Así sucedió con toda la sociedad española que, en encuentros y desencuentros, fue pariendo este Nuevo Mundo, fruto de un mestizaje.” La segunda parte de este Diccionario está dedicada a la toponimia mapuche de la zona referida: Chiloé, Palena y Llanquihue. Resulta de veras impresionante la cantidad de nombres de lugares, asignados a fenómenos geográficos, a villorrios, pueblos y aldeas. Su enorme caudal lingüístico solo parece tener su correspondencia en un territorio singular, ubicado a doce mil kilómetros de distancia, cuyo nombre, al que se antepuso el adjetivo “Nueva”, quiso ser impuesto por los conquistadores de origen gallego, hace cuatrocientos cincuenta y tres años, como Nueva Galicia, dada la similitud topográfica y paisajística advertida por el fundador de Santiago de Castro, en la Isla Grande de Chiloé, a fines de enero de 1567. Prevalecería, como se dijo, Chilhué, Chiloé. Y para mí, Dalcahue (lugar de dalcas o canoas); Calen (sitio de transformaciones); Queilen (tierra alargada o en punta); Quinchao (playa arenosa; también ‘lugar de la memoria’). Nominar el mundo, los lugares y las cosas, ha sido y es un imperativo del lenguaje. Los nombres son un signo de apropiación y de identidad. Lo que carece de nombre no existe, a lo menos para el entendimiento humano y su manera de aprehender la realidad del mundo y de los seres. Porque somos lenguaje, estamos hechos de palabras, más allá de que estos signos sonoros y gráficos cumplan su primera función de medio de comunicación. Pero las palabras, ya lo sabemos, son mucho más que eso: encierran y transmiten multitud de significados. Renato Cárdenas, nos habla del bosque chilote, otro referente vivo de la rica fauna del archipiélago: “El bosque suena en mapudungun, pues toda especie tiene nombre propio; el soberbio árbol, su fruta comestible, la diminuta hierba y el misterioso helecho. Bellos nombres mapuches, sonoros, descriptivos, contando, con una simple palabra, acerca de una forma, de un hábitat, de la interacción con un pajarito, de una medicina, de una propiedad nociva… La excepción son algunos árboles que les cambiaron sus nombres nativos por castellanos; ulmo por muermo; roble por coigüe; ciruelillo por notro; canelo por voigue; laurel por huahuán; avellano por gevún”… El ochenta por ciento de la toponimia insular está en lenguas indígenas y, en el caso de nombres derivados de plantas, el castellano casi no tiene expresión. El interminable viaje por significados y significantes tiene su travesía en el espacio, en distintos lapsos del tiempo en que Renato ha sido para nosotros guía y anfitrión. Rememoramos uno de aquellos periplos, hace treinta años: -Es temprano para el almuerzo de pescados y mariscos que nos espera en Castro, por lo que desviamos nuestro rumbo, veinte kilómetros antes, enfilando hacia el oriente, hasta la villa marinera de Dalcahue (lugar de dalcas ), donde viven dos viejos amigos, Iris Muñoz y Demófilo Pedreira; ella, chilota campesina nacida en Achao; él, gallego de A Coruña que encontró en la Nueva Galicia su segunda patria, después de dos terribles exilios: el de la guerra incivil española, y el extrañamiento en la Argentina, bajo la dictadura de Videla, cuando mataron a su hijo mayor y a su nuera, tragedia que le llevó a su “último destino venturoso”, Chiloé. -En un modesto pero eficiente transbordador de madera, atravesamos las quietas aguas de la ría que separa la Isla Grande de la segunda isla del archipiélago, Quinchao, para desembarcar, diez minutos más tarde, junto a la casa y restaurante de Iris Muñoz, a quien conozco desde 1986, cuando la entrevisté para incluir su testimonio en mi libro de viajes, Gente de la Tierra, en el que Renato Cárdenas destaca también como el gran anfitrión que es. Ella me recibe con largo abrazo y lágrimas de alborozo. -¿Cuándo llegó? ¿Va a quedarse unos días con nosotros? ¿Estos amigos, también son gallegos? A fines de marzo de 1998, Renato Cárdenas recibió, en la desembocadura de Chacao, a Fernando Amarelo de Castro, dignatario de la Xunta de Galicia, cabeza de la comitiva que hizo entrega, a la iglesia mayor de Santiago de Castro, de una hermosa efigie del Apóstol Peregrino, tallada por artesanos gallegos. Símbolo de unión, a través de los siglos, manifestada en la madera, esta noble materia que las manos del carpintero transformaran en navíos boca abajo, para articular la techumbre originalísima de esos templos que son hoy patrimonio de la Humanidad. Asimismo, de los barcos chilotes que siguen construyendo los carpinteros de ribera, en San Juan de Calen y en Tenaún, nacidos de la vieja estirpe de los Bahamonde, en cuyos planos de ejecución podemos leer las medidas expresadas en vocablos del siglo XVII, que los hijos del archipiélago mágico preservan aún: “altor, largor, anchor”. En esta noche de domingo, se me figura que los ecos de este premio, recién otorgado a Renato Cárdenas, resuenan como la campana de Antonio Cárdenas, don Tono, convocándonos a la cena fraterna en la vieja casa de Calen, mirando el mar de los canales chilotes. |
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