El horizonte hacia el cual caminar en términos de Memoria histórica, comunitaria, es aquel que nos permita ser capaces de actuar de manera activa, transformadora, superando el estado de suspensión y la amnesia paralizante que muchas veces vive nuestro cuerpo colectivo. Para ello, el camino debe sembrarse de diferentes iniciativas de organización colectiva, del fortalecimiento de las expresiones artísticas que trabajen la Memoria y del ejercicio del recuerdo como un proceso presente que nos teje y nos entrelaza intergeneracionalmente.
En las últimas semanas, como también en las últimas décadas, hemos asistido al resurgimiento de los discursos que buscan, sin mayor resultado, señalar motivos para vanagloriar la figura de Pinochet y de la dictadura en Chile, al mismo tiempo en que promueven la idea de que es necesario cerrar el duelo en relación con este período. Estas acciones, llevadas adelante por ciertos sectores, se levantan como consignas que propenden legitimar el olvido y cubrirlo con narrativas que distorsionan los hechos concretos ocurridos en nuestra historia reciente.
Además estos discursos, lamentablemente, han logrado generar afinidades con un porcentaje importante de personas, quienes, aún cuando vivieron y viven las afectaciones del golpe y de la dictadura, asumen una complicidad muchas veces silenciosa y otrora también manifiesta. Como en toda relación de dominación, se logra ejercer un control, incluso sobre la vivencia del trauma que este período significó.
A partir de ahí, señalamos que nuestro convencimiento es que la Memoria debe comprenderse por la complejidad que la caracteriza, por ser un entramado afectivo, emocional, donde cobran vida significados y sentidos diversos. La Memoria, además, no es un constructo estático o pasado, sino que es dinámica, latente y viva.
Considerando lo dicho, por ejemplo, no podemos comprender nuestro propio presente sin acudir a revisar cómo nuestro cuerpo, entendido en toda su completitud, ha devenido a partir de los procesos históricos, políticos y sociales que han tenido lugar en los espacios donde hemos crecido y donde crecieron también quienes nos precedieron. La Memoria que llevamos con nosotras y nosotros, entonces, es carne viva que no es capaz de ser presente sin contener también en sí misma el pasado como organismo latente.
Tal como nuestra propia historia personal, la historia colectiva no ha estado exenta de vivenciar hechos traumáticos, como los ya mencionados. Queremos traer aquí un análisis que elabora Peter Levine (1997) quien se aproxima a los efectos que tiene la exposición al trauma en el cuerpo de quienes los experimentan.
Para este psicólogo y médico, los eventos traumáticos generan respuestas corporales que quedan suspendidas por el miedo, lo que produce inmovilización, cuestión que se vuelve aún más problemática cuando se niegan o invalidan los síntomas y las sensaciones. Nos comenta, además, que en estas respuestas suspendidas se encuentran los recursos y las energías necesarias para la transformación constructiva y de curación del trauma.
Varios son los desarrollos que han abordado el trauma colectivo que conscientemente han provocado los procesos políticos dictatoriales, opresivos y violentos, donde, destacamos, los factores coloniales y patriarcales han repercutido en agresiones y consecuencias específicas contra determinados grupos.
En este sentido, pareciera ser, basándonos en el planteamiento de Levine (1997), que las políticas que promueven el olvido contribuyen a que las respuestas colectivas y de resistencias que puedan producirse, queden en un estado de suspensión. Así, lo que favorecen y lo que a fin de cuentas pretenden, es que el cuerpo colectivo se inmovilice y esté amnésico acerca de cómo ha llegado a ser quien es hoy en día, a desconocer el entramado histórico que subyace al territorio donde camina y se moviliza en el cotidiano.
Mucho también se ha hablado en la literatura sobre el perdón y la resiliencia, cuestión también señalada en estos días. Lo cierto es que el perdón, surgido como un elemento de características cristianas, ha sido instrumentalizado muchas veces para dejar impunes actos de violencia, profundizando y extendiendo el dolor de quienes han sido víctimas y a la vez sobrevivientes de situaciones abusivas o traumáticas, como lo desarrolló la terapeuta experta en violencia infantil Alice Miller.
Por otra parte, como concepto, la resiliencia también ha sido criticada por tender a crear una narrativa basada en el éxito individual. En esa línea, la resiliencia pareciera que premia las estrategias que las personas despliegan para poder sobrevivir ante situaciones límites, vanagloriando el heroicismo de estas, al tiempo en que oculta la forma en que diferentes estructuras opresivas, radican en la emergencia de las problemáticas que muchos de estos colectivos enfrentan.
A partir de esta reflexión, creemos que la respuesta al trauma debe orientarse a la reparación colectiva, lo que nos sitúa en el reconocimiento de distintas heridas y manifestaciones del dolor, que, confiamos, pueden sanar en los afectos colectivos. Así, y acudiendo a consignas que no pierden su temporalidad, el horizonte a seguir no debe virar hacia el olvido, el perdón ni la resiliencia.
El horizonte hacia el cual caminar en términos de Memoria histórica, comunitaria, es aquel que nos permita ser capaces de actuar de manera activa, transformadora, superando el estado de suspensión y la amnesia paralizante que muchas veces vive nuestro cuerpo colectivo. Para ello, el camino debe sembrarse de diferentes iniciativas de organización colectiva, del fortalecimiento de las expresiones artísticas que trabajen la Memoria y del ejercicio del recuerdo como un proceso presente que nos teje y nos entrelaza intergeneracionalmente.
Finalmente, en este escrito a cuatro manos, queremos agregar que la democracia que está en crisis hoy, es la misma que ha facilitado, de forma más sutil o no, el negacionismo durante cincuenta años. Sin embargo, quienes más somos afectadas y afectados por esta crisis somos las y los pobres, migrantes, pueblos indígenas, mujeres y diversidades/disidencias sexuales, de género y afectivas, lo que hace que el trabajo en su recuperación y permanencia sea más urgente aún.
La Memoria es un articulador para el presente y, para eso, no tenemos dudas ni matices. Las causas, efectos y consecuencias de la dictadura cívico militar se corresponden a la instalación de un mensaje en Chile para todos los pueblos: el horror. Frente a esta pedagogía de la crueldad, nos situamos del lado de todas aquellas y aquellos que han levantado la pedagogía de la ternura como una posibilidad de relacionamiento para la emancipación.
¡El horror no pasará, la vida vencerá!
Susana Solis Gómez, Trabajadora Social e Integrante Colectiva Disidencia Aquí y en la Quebrá del Ají, Temuco. Diego Lagos Garrido, Abogado e Integrante Colectiva Disidencia Aquí y en la Quebrá del Ají, Temuco.
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