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domingo, 18 de octubre de 2020

El “Rojo Y El Negro” En La Plaza Dignidad

    

Stendhal (Henri Beyle) escribió su principal obra, la novela “Rojo y negro” por 1831 y es considerada una de las obras maestras de la literatura. Se trata de una novela realista y psicológica que sirvió de inspiración a  autores enormes como Tolstoi y André Gide.

Trata, esta novela, de la vida en Francia durante la restauración borbónica (1814, con Luis XVIII), donde los colores del sector militar, ligado al partido napoleónico-liberal (rojo) se contrapone con el color negro (religión), conservador y monárquico. Un joven de provincia (Julien Sorel) que se inicia en su carrera sacerdotal, busca, mediante una serie de engaños y aventuras amorosas, alcanzar el poder en la sociedad capital, poder sustentado por una aristocracia a la que sirve pero desprecia, pues era en realidad un admirador de Napoleón Bonaparte (color negro).

Como señalamos, la novela se inscribe dentro del período de la restauración borbónica (1814) hasta la caída de esta con el Rey Carlos X, en 1830 y la instalación de la monarquía constitucional, que elimina la intención de restaurar el absolutismo monárquico que representó Carlos X.

La “Plaza de la Dignidad” ha sido pintada, curiosamente, por los colores rojo y negro alternativamente en un solo día y por facciones aparentemente antagónicas. Más curioso resulta que los que pintan de rojo corresponden a las huestes revolucionarias (liberales en el caso de la novela) y los que pintan el monumento de negro corresponderían a las facciones conservadoras.

La diferencia radicaría en que los militaristas napoleónicos, de ahora y de Chile presente, se quejan de la pintura roja, que les debería identificar y piden respeto con un monumento que es simbólico para el estamento militar.

Pero al margen de lo anecdótico, lo que interesa destacar es que en el Chile del 2020, es decir 200 años después de lo relatado en la novela de este genio francés (porque está ubicada  en el año 1820), nos encontramos enfrentados al dilema político de similares protagonismos: los que desean permanecer en el conservadorismo oligárquico y plutocrático extremo (color negro) y quienes buscan instalar un régimen más inclusivo social y político (rojo).

No por casualidad, los países de América Latina, se encuentran en un proceso y etapa de proto formación democrática. Otros la clasifican como democracias fallidas; otros de procesos en transición y también de integración precaria.

Cual sea la clasificación, lo verdadero es que nuestra sociedad se encuentra en un aprieto histórico, pues el mundo se encamina hacia la cuarta revolución tecnológica, de manera acelerada- o puede  valer la pena decir, más bien, que estamos inmerso en ella-, pero cargamos con el peso de la noche histórico de resistir a una oligarquía regresiva, resiliente y desatenta a los cambios que impulsan los vientos de la ciencia.

Esta confrontación no alienta los espíritus lúcidos, sino las pasiones más irracionales, lo que hace tremendamente complejo resolver el destino de Chile. La oligarquía piensa que han tenido razón histórica para enriquecerse y llevar a Chile hacia un crecimiento económico destacado; la oposición –los que cuestionan el modelo vigente- responde que el crecimiento ha sido más ficticio que real y ha sido tan tremendamente segmentado que de verdad el pueblo, es decir la gran mayoría, vive en condiciones de “precariedad” inaceptable.

Algunas voces de la vieja oligarquía (negro), se abuenan a buscar cambios necesarios, pero manteniendo los principios de liberalidad económica, tal cual como se ha instalado casi por medio  siglo. La mayoría de ellos son partidario del “rechazo”, es decir el negar la necesidad de cambios estructurales al actual régimen.

Considerando que el llamado a plebiscito fue producto de una crisis enorme, es decir una verdadera rebelión-otros afirman que es una revolución-, la permanencia en posturas testarudamente cerradas a los cambios puede terminar en una crisis violenta del régimen. Cuando las enfermedades banales no se tratan a tiempo, se complican hasta derivar en estados febriles y las fiebres muy altas terminan en convulsiones; eso que es elemental en la rama médica del saber, debería ser también aplicada a la disciplina social.

Pero los hombres no son seres esencialmente razonables; son más bien pasionales. El llamado a las armas moviliza mucho más que el llamado a la paz; la defensa del interés personal es mucho más potente que el interés colectivo, muestra de ello es el slogan de las “cuentas individuales” de los ahorros en las pensiones, aunque de esa forma se tengan, necesariamente, pensiones miserables.

Las intenciones totalistas de Carlos X y su restauración de medidas antiliberales, le llevó a terminar con la dinastía borbónica en Francia. Más bien fue la nueva burguesía la que le expulsó del poder de manera violenta; reformaron la constitución de 1814 y dejan una monarquía constitucional instalada y liderada por el nuevo rey liberal Luis Felipe I.

Desconocer los llamados de cambios, no reconocer el agotamiento de un régimen, siempre tiene resultados complejos. El último gobierno de Piñera y su ministro de hacienda señor Felipe Larraín esgrimieron el argumento de la “restauración neoliberal” luego de las tímidas reformas de la presidenta Bachelet. Los resultados no se dejaron esperar.

La conclusión que se saca de estas experiencias, es que se salvan los pueblos que son capaces de adaptarse permanente y diligentemente a los cambios que son propios de las sociedades humanas. Nada permanece estático, decía el filósofo Heráclito, las aguas del río fluyen y nunca te bañarás en las mismas aguas. De esa forma se oponía a la postura de Parménides, de la escuela de los inmovilistas Eleatas, que sostenían que el SER es único y eterno. Estos son parientes de los que vienen sosteniendo el “fin de la historia”. Claro que le ponen fin cuando ellos están arriba, lo que habla de una postura muy aprovechada, cínica, hipócrita e inconducente.

 Este dilema del monumento del general Baquedano, que se pinta de rojo un día y de negó en la madrugada, impone una reflexión urgente. ¿habrá otro color que refleje el futuro del país de manera más razonable y armoniosa o permaneceremos enfrascados en estos colores del pasado?Ojalá no terminemos como Carlos X, destronado en sus ímpetus totalistas o como Julien Sorel, decapitado por jugar entre dos aguas del poder.

 Por Hugo Latorre Fuenzalida.

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