Cuando habían transcurrido alrededor de 25 días desde que la irrupción de millares había logrado romper la normalidad del viejo orden y transformado la vida diaria de la clase trabajadora a través de un alzamiento popular sin precedentes en las últimas décadas. Cuando el rostro multiforme de las masas con una energía inusitada había roto no solo los torniquetes del metro de Santiago, sino que también la putrefacta democracia de los ricos, y luego de días de furia y fuego el gobierno de Piñera se encontraba arrinconado como ratas de alcantarilla y en su mayor encrucijada: profundizar la represión a través de sus perros de presa o convocar al parlamento y sus lamebotas a salvar la institucionalidad del viejo orden de explotación y opresión.
El ¡Fuera Piñera! se hizo eco en millones, y se abrió una posibilidad de un salto en calidad y cualidad ante dicha posibilidad. Este es el momento de mayor agotamiento político institucional del bloque en el poder desde mediados de los 80’, Piñera se vio acorralado y a escasos peldaños de perder el poder político y tener que abandonar el palacio de Moneda para guarecerse de las hordas de pueblo, – cuestionamiento incluso a nivel internacional – lo que dio origen al ultimátum al parlamento y sus moradores, acontecimiento que se selló aquella oscura noche del 15 de noviembre, entre gallos y medianoche, mejor dicho entre quienes buscan perpetuar sus cómodas vidas a costa de la miseria de millones.
El poder evaluó la posibilidad de caída del gobierno y con instinto de clase buscó retomar la iniciativa sacando del sombrero de mago la nueva constitución como ícono sacrificable, requerimiento que ya sonaba en los pasillos de los cómodos y bien olientes cafetines del reformismo y que solo bastaba el momento adecuado para imponer una operación política de dichas magnitudes y de tal trascendencia.
Este pacto por la paz y la nueva constitución se cocinó en un acuerdo transversal entre los diversos sectores de la burguesía y el reformismo, y permitió oxigenar la asfixiada democracia de las y los patrones, buscando restaurar el orden burgués a través de la institucionalización del conflicto de clases, asegurando la mantención del sistema de explotación y opresión capitalista en su fase monopólica. Imponiendo una agenda institucional – electoral, por sobre la lucha popular, tensionado al movimiento que se encontraba en las calles hacia una parlamentarización de sus luchas, relegando la participación a las nauseabundas urnas, desplazando el pliego del pueblo y ofreciendo una falsa contradicción apruebo -rechazo pues serán ellos y ellas mismas quienes redactaran la nueva carta magna, maniobra audaz que giró el eje a favor de la burguesía y que generó un repliegue táctico del pueblo en lucha.
La agenda de la nueva constitución, apunta a la consolidación vía pacto social reconstituyente de la institucionalidad para la explotación y opresión y fue el reformismo sin lugar a dudas el que jugó un papel importante en este acontecimiento, al correr presurosos a prestar auxilio a la moribunda democracia burguesa, y actuando como rescatista que permitió mantener el orden establecido. Quienes pretendían ser la alternativa al duopolio, develaron con claridad su adherencia programática al sistema imperante, se evidencia su condición de clase y su oportunismo asqueroso y nauseabundo, tan solo eran púberes defendiendo al viejo orden.
La imposición de una agenda constitucional busca además sepultar la lucha por el pliego de demandas de la clase trabajadora y el pueblo, invisibilizando las reivindicaciones actuales por las que se ha luchado por décadas, retrasando además la posibilidad de dar un salto cualitativo y pasar del pliego del pueblo al programa de la revolución proletaria. Asimismo, además de intencionar una falsa contradicción apruebo – rechazo, el bloque en el poder, por medio de la constituyente ha desalojado la protesta popular, utilizando argumentos ideológicos y medios de comunicación para desplazar a la protesta como ejercicio legítimo del pueblo en su lucha por sus derechos, instalando que “el momento de la protesta ya pasó”, y todo aquel o aquella que lo haga es un paria.
Denunciar el fraude constituyente, develar el pacto inter – burgués, evidenciar la derrota táctica con perspectiva estratégica, denunciar al reformismo y a las y los oportunistas por pavimentar el camino para la retoma del orden burgués y aplazar las posibilidades reales de una transformación radical de la sociedad de clases, son parte de las tareas de las y los revolucionarios. Asimismo, es tarea convencer con argumentos políticos y trabajo concreto el camino de la lucha por el poder popular y el socialismo como alternativa plausible para la clase trabajadora y el pueblo en su camino hacia la emancipación.
Los desafíos para la clase trabajadora pasan por lograr dotar al emergente movimiento popular, de una línea táctica y estratégica que sin vacilaciones ni oportunismos apunte a construir un proyecto antagónico al cadáver de la democracia de los ricos, esto a través de una práctica popular y combativa, la construcción de un programa revolucionario que prefigure el horizonte de ruptura con el actual régimen, y una conducción clasista que deslinde con el reformismo y sus niñas y niños de pecho
Por Ariel Orellana
20 Octubre, 2020
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