El asesinato Nahel, joven argelino, de 17 años, perpetrado por un policía en un control rutero, ha provocado una rebelión , que comenzó en Nanterre, extendiéndose luego a la capital, París y su banlieue, como también a las grandes ciudades de Francia, (Lille, Lion, Marsella, Grenoble, Montpellier, Bordeaux, Toulouse). En la quinta noche de violencia, los asaltos a almacenes y saqueos se han extendido a pueblos de menos de 15.000 habitantes. El alcalde de L´Hay-les-Roses fue asaltado en su casa, donde vivía con su familia.
El resentimiento de los habitantes de los alrededores de las principales ciudades se ha arrastrado, por muchos decenios, al sentirse abandonados por el Estado. La población de las afueras de París y de las demás grandes ciudades se ha reducido, en parte, a pueblos originarios del Magreb, (Argelia, Marruecos, Túnez y Libia), en que muchos de ellos se consideran de tercera generación, es decir, con Carta de Identidad francesa, sin embargo, los gobiernos argelino-francés se han negado a aceptar la doble nacionalidad que, en muchos casos, los argelinos se niegan a recibir la Carta de nacionalidad francesa, manteniendo sólo la Carta de Argelia, (en el caso de este país).
La policía francesa, al comienzo de esta rebelión se negó a reconocer el asesinato del joven argelino, justificando la acción del policía como una “autodefensa”. Casualmente, una mujer grabó el momento en que el policía apuntaba directamente al tórax del joven Nahel: en la grabación, el policía lo amenazaba con introducir una bala en el cuerpo de la víctima. A partir de este momento la justicia calificó la situación como un homicidio voluntario. La indignación popular ha adquirido caracteres de motín y rebelión, acompañados de saqueos, dirigidos hacia las grandes tiendas de marcas de lujo y también extendidos a supermercados.
La juventud de la banlieue, en su gran mayoría, no asiste a las escuelas públicas, y más bien pasa el día drogándose y, en muchos casos, hurtando vehículos de edificios contiguos a sus moradas.
El antecedente de esta rebelión popular lo podemos ubicar durante el gobierno del Presidente Jacques Chirac, en 2005, siendo Ministro del Interior, Nicolas Sarkozy; en la banlieue de Clichy, murieron electrocutados dos jóvenes argelinos que huían de la policía. La rebelión se mantuvo durante varios meses, pero a diferencia de la actual, se limitó al espacio geográfico de las banlieues. El número del contingente policial fue 10 veces inferior a los actuales, de 45.000 policías, destinados a combatir los saqueos y los violentos desmanes.
El Presidente actual, Emmanuel Macron, en vez de tratar de calmar la situación, profundizó el grave problema al calificar estos hechos como incalificables e inaceptables, y condenando a los policías antes de que la justicia dictara su veredicto. El Sindicato de la policía declaró que debía respetarse el principio de presunción de inocencia, y antes de que la justicia fallara, los policías deberían considerarse como que dispararon en defensa propia, (hasta ahora el policía, presunto autor, se encuentra en arresto preventivo).
La clase política francesa ha reaccionado de distintas maneras: la ultraderecha, liderada por Marine Le Pen, exige que se aplique el estado de emergencia, hecho que limitaría las libertades constitucionales, sobre todo, la de reunión y movimiento, (recuerdan el período de encierro a causa de la pandemia originada por el Covid-19 -). Otro de los políticos, Eric Zemmour, y su Partido Renacimiento, no sólo pide la instauración del estado de emergencia, sino también una radical política de expulsión de los inmigrantes que no se han integrado a la cultura francesa judeo-cristiana. El filósofo Michel Onfrey define la situación como una guerra civil fría. Jean Luc Mélenchon se niega a transar la paz, aduciendo que lo que debe predominar es la acción de la justicia. En general, está demostrado que la clase política ha demostrado incapacidad para enfrentar la situación de miseria, de abandono y discriminación por parte del Estado, convirtiendo las afueras de las grandes ciudades en verdaderos guetos, donde predomina el delito y carencia de servicios sociales básicos para la vida.
Pienso que ante la actual situación de Francia, hay pocas posibilidades de salida, en el fondo, el Presidente no gobierna, más bien se encuentra “como un sandwich”, rodeado por una extrema derecha que quiere apropiarse del poder, pidiendo una especie de dictadura autoritaria, que expulse a la inmigración islámica, que se niegue a integrarse a la cultura francesa. A su vez, la izquierda de Mélenchon tiene pocas posibilidades para enfrentar la violencia desatada y, sobre todo, las situaciones de miseria en que viven los jóvenes marginados de la banlieue francesa.
El racismo a la francesa está anclado en una historia que viene del colonialismo francés, como también del trauma, heredado de la guerra de Argelia, famosa por los métodos crueles de tortura y muerte, métodos empleados por el ejército francés, (sirvieron de modelo a las torturas, empleadas por el ejército brasilero y, posteriormente, por la “Operación Cóndor”, en que fueron torturados, asesinados y hechos desaparecer a ciudadanos de distintos países latinoamericanos, entre ellos de Chile).
El racismo, que está infiltrado en la policía francesa, no parece fácil de ser erradicado, pues la convivencia entre norafricanos y, sobre todo, quienes han obtenido la nacionalidad francesa en la tercera generación. En el fondo, el quiebre entre la Francia marginada por la pobreza, y la Francia que se cree dueña de su historia y de su territorio, cada día se profundiza más.
La nueva generación rechaza la cultura francesa y usa métodos de quiebre, cada vez más radicales para demostrar su descontento.|
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
03/07/2023
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