La derrota de Pedro Guell
por MARCELA JIMÉNEZ 31 julio 2015
Aún no está dicha la última palabra, pero todas las señales políticas indican que el realismo sin renuncia del que habló la Presidenta, Michelle Bachelet, terminará en una jerarquización con mucho aroma a moderación del programa, lo que dejará pendiente la palabra empeñada ante la ciudadanía de un verdadero cambio de fondo en las reglas del juego neoliberal que rigen al país. De ser así y guste o no, eso sería la derrota –al menos por ahora- del proyecto tras el cual se aglutinó la Nueva Mayoría, de esa visión de país que se plasmó en la plataforma programática y cuyo inspirador, para muchos, fue el sociólogo y hoy director de políticas públicas del gabinete presidencial, Pedro Guell.
Diversos artículos de prensa desde marzo del 2014 a la fecha lo han considerado “el hemisferio izquierdo” de la Presidenta, el ideólogo del programa gubernamental para este segundo Gobierno. En Palacio recalcan que no es tan así, que “el programa de Gobierno no es Pedro Guell”, que no se puede “atribuirle todo”, pero sí reconocen su aporte, que de él vienen “las líneas generales”, la “visión de país”, que luego fueron otros en el comando de campaña y los equipos técnicos aterrizaron, detallaron, calcularon y definieron, con bastante poca exactitud reconocen hoy en el oficialismo a la luz de los hechos este año y medio.
Fue su visión de país la que “inspiró” a Bachelet a ir políticamente más allá de la Concertación, la que le hizo un profundo sentido de las ideas de este sociólogo sin militancia política, que se declara de centroizquierda. No por nada es que durante el Gobierno de Sebastián Piñera y mientras ella estuvo en Nueva York a la cabeza de ONU-Mujeres, Bachelet decidió integrar a Guell al directorio de la Fundación Dialoga, por la “sintonía” con las ideas del sociólogo, pues no hay que olvidar que la Mandataria es militante PS de toda la vida y siempre comulgó con la línea interna más ortodoxa del partido.
Todas las señales internas apuntan a que lo que se resuelva como prioridades realistas en el cónclave distará bastante de la visión de Guell que inspiró el discurso político de la Nueva Mayoría, que se paró ante el país prometiendo ser más que la mera suma electoral del PC, la IC y el MAS a los cuatro partidos de siempre, sino que una alternativa de poder que efectivamente lograra correr algunas vallas hacia mayores grados de equidad, que no solo administrara el modelo como los 20 años anteriores.
Sobre la influencia de Guell, el decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública, Marco Moreno, explicó que “los resultados que anuncia y persigue un Gobierno dependen de apuestas contra la incertidumbre y las resistencias” y que, para esto, formulan “un relato que es una representación deseable y posible del futuro que se apuesta a construir. Dicha imagen debe convertirse en un bien social y por tanto en un bien público, proceso que supone pasar de la imagen a la palabra y viceversa”. En ese sentido, agregó que intelectuales como Guell “crean opinión y movilizan a partir del relato” y que son conocidos como “consejeros políticos”, lo mismo que en su momento Ernesto Ottone, un papel que Gramsci –acotó– nominó como los “intelectuales orgánicos” y que a fines de la década del 70 se conocieron como “intelectuales institucionales”.
El ex hombre del PNUD actualmente es el responsable de los contenidos “duros” del Gobierno, pide, revisa y genera insumos y lineamientos para los ministerios y para Bachelet. Siempre está tras bambalinas, jamás habla con la prensa, siempre cruza caminando rápido y sonriente los patios de La Moneda rumbo a su oficina en el segundo piso, en absoluto silencio, sin dar espacio a preguntas. A pesar de su bajo perfil, en el Gobierno lo señalan como el “consigliere” de la Presidenta en cuanto a contenidos, una persona a quien la Mandataria escucha, le cree y confía. De hecho, está trabajando junto a ella el discurso que dará el lunes en el decisivo conclave oficialista para aterrizar el “realismo sin renuncia”.
“Un intelectual de tomo y lomo”, recalcan en La Moneda, una de las personas “más inteligentes” que hay en la actual administración, agregan, mientras que asesores de Gobierno destacan su calma a toda prueba, su caballerosidad, su “fineza”, esa de alguien a quien jamás se le escucha una mala palabra, que nunca manda un correo mal escrito o pone mal una coma.
Es más, en el Gobierno instalan a Guell como parte de la “tríada” más cercana a Bachelet para este segundo tiempo, el primer círculo de influencia y consulta a su alrededor, junto a la jefa de gabinete de la Presidenta, Ana Lya Uriarte y la jefa de prensa, Haydée Rojas. Dicen que es de su autoría la frase presidencial del 'realismo sin renuncia', imposible que no lo fuera si es con él con quien Bachelet trabaja los lineamientos de sus discursos más relevantes, como fue la última cuenta pública presidencial ante el Congreso Pleno el 21 de mayo. Aunque se la han atribuido al vocero, Marcelo Díaz.
La mirada clave
Es sabido que el trabajo de Guell desde el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) marcó una ruta de reflexión política en el seno de la otrora Concertación y que el informe que coordinó en 1998 tuvo una influencia gravitante en el debate interno del bloque del arcoíris, porque se transformó en el primer análisis crítico de lo que era la sociedad que se estaba construyendo al alero de la transición democrática. En ese informe si bien se reconoce que las personas tenían mejores estándares de alimentación, vivienda, transporte, de calidad de vida en general, se advierte que “los beneficios de este consumo se han distribuido de manera muy dispar y han producido una acumulación de deficiencias y de profundas desigualdades”, que la presiones por un “consumo notorio pueden volverse destructivas y reforzar la exclusión, la pobreza y la desigualdad” y que el malestar que ya expresaban los ciudadanos a fines de los años 90 “obliga a reflexionar el sentido que tiene el orden democrático en el nuevo contexto".
Esa crítica visión sirvió de base del documento "La gente tiene la razón", que meses más tarde elaboró un grupo de connotados dirigentes de la Concertación, como Carlos Ominami, Jaime Estévez y Sergio Aguiló. El golpe interno que provocó ese texto fue tan fuerte que generó una rápida respuesta, con otro documento llamado "La fuerza de nuestras ideas", que firmaron figuras de Eugenio Tironi, José Antonio Viera-Gallo, Edgardo Boeninger e Ignacio Walker, hasta hoy identificadas con el llamado “partido del orden”.
Ese choque público en el diagnóstico y balance de lo que realmente se había logrado y construido en la primera década de la transición, generó la división en la coalición entre dos formas, lógicas, visiones y relatos políticos en la Concertación: los autoflagelantes y los autocomplacientes. Esas dos almas que convivieron entonces y los años siguientes, hoy están vigentes en la tensión permanente que se evidencia entre los viudos de la Concertación versus la Nueva Mayoría, el partido del orden frente a la retroexcavadora o los “sin renuncia” en jaque con los “realistas”, según dijo el senador del MAS, Alejandro Navarro.
Después de 1998, los informes del PNUD se transformaron en una aguda y completa radiografía del Chile que construyeron los gobiernos de la Concertación postdictadura, los efectos sociales y culturales del modelo económico en distintos planos como el poder (2004), el uso de las tecnologías (2006), el mundo rural (2008), relaciones de género 2010 y la felicidad (2012).
En el informe del 2002, “Nosotros los chilenos, un desafío cultural”, se planteaba que “la llamada democracia de los acuerdos ha sido un hito decisivo en el proceso de la transición. No obstante, si el miedo al conflicto se proyecta al futuro, podría restar vitalidad a la democracia, porque obliga a una delimitación estrecha (no conflictiva) de lo posible (…) hoy no se puede abandonar la tarea de forjar un proyecto de país sin arriesgar las oportunidades que trae el futuro. Se requiere de un imaginario colectivo”. Ya en ese entonces estableció que era necesario analizar las políticas de reformas, que “muchas veces, su éxito no depende tanto de la cantidad de recursos destinados a determinado objetivo como de su capacidad para motivar a las personas a involucrarse y hacer suya la tarea. Más allá de la meta concreta de la política pública, su éxito duradero radica en la motivación de la gente de ser sujeto del proceso”.
El revelador documento precisó que “la situación económica de la gente no guarda una correlación directa con su sociabilidad (…) un techo que se llueve, una cuenta mal calculada, una espera demasiado larga en un consultorio, una lata de alimentos vencida, un parte de tránsito mal cursado. Aparentemente se trata de demandas privadas que no alcanzan a conformar el tipo de problemas generales que ocupa a la política. Sólo aparentemente (…) en sus experiencias subjetivas, cada persona valida o invalida a pequeña escala la imagen de dignidad ciudadana, de protección, de lo público y de la democracia que proclama y representa la política. Desconocer la profundidad de las pequeñas experiencias puede llevar a la política a perder legitimidad a los ojos de la gente”. Un análisis casi profético mirado con los ojos de hoy.
Si el 2004 el trabajo de Guell precisaba que “la élite no tiene claridad respecto de las fuerzas motoras de la sociedad actual, lo que redunda en cierta perplejidad frente a la evolución de la sociedad y a su propia función en ella", el año 2010, en materia de Educación, explicaba que las nuevas demandas por calidad “exigen el diseño de procesos altamente complejos, participativos, sometidos a un fuerte componente de ensayo y error, retroalimentando permanentemente resultados parciales. Se trata de problemas no lineales. Ello no puede ser abordado por la forma tradicional de diseño lineal de las políticas públicas. Esto exige un cambio de escala en el modo de abordar problemas".
El freno de mano
Hoy las riendas de La Moneda las llevan figuras tradicionales del otrora bloque del arcoíris: Jorge Burgos (Interior), Nicolás Eyzaguirre (Segpres) y Rodrigo Valdés (Hacienda), este último responsable de instalar en el oficialismo una nueva directriz, que la situación política, las incertidumbres en ese plano han afectado la economía nacional, que atraviesa un estancamiento.
Y ese es el principal dilema del Gobierno con miras al cónclave del próximo lunes y la derrota de la visión de Guell, tratar de hacer pasar un camello por el ojo de una aguja o, en castellano, hacer cuajar el escenario de estancamiento económico con un programa de Gobierno que se ofreció como progresista, de cambios y avances, que planteó de forma simultánea tres grandes reformas estructurales (tributaria, educacional y Nueva Constitución) y a las que claramente ahora se les deberá poner el freno de mano.
En La Moneda aseguran que no hay retrocesos, menos derrota. Garantizan que la orden presidencial es tajante, que a pesar del escenario económico, no se van a recortar beneficios sociales, que lo que prometió se va a cumplir, que el 2018 habrá 70% de gratuidad en la educación.
Sin embargo, eso no convence en las huestes de la Nueva Mayoría, donde hay preocupación, se palpa, se escucha, se discute todos los días, porque saben que bajar las expectativas como ha dicho el ministro Valdés, peligrosamente puede terminar una vez más en logros en la medida de lo posible.
Todas las señales internas apuntan a que lo que se resuelva como prioridades realistas en el cónclave distará bastante de la visión de Guell que inspiró el discurso político de la Nueva Mayoría, que se paró ante el país prometiendo ser más que la mera suma electoral del PC, la IC y el MAS a los cuatro partidos de siempre, sino que una alternativa de poder que efectivamente lograra correr algunas vallas hacia mayores grados de equidad, que no solo administrara el modelo como los 20 años anteriores.
Para el analista Alberto Mayol el punto clave hoy es que “el Gobierno de Bachelet y sus intelectuales no pudieron definir nunca en qué terreno diagnóstico se quedaban”, que por lo mismo La Moneda “ha transitado sin consistencia” entre el malestar grande que debe suponer reformas estructurales y un malestar manejable que no requiere grandes transformaciones.
Un punto que la semana pasada le enrostró públicamente a La Moneda una de las principales viudas de la Concertación, la ex ministra Mariana Aylwin, al sentenciar que los problemas por los que atraviesa este segundo Gobierno de Bachelet radican en que “se compró” las tesis de las demandas de los movimientos sociales, de la calle.
Para Mayol, actualmente está sobrestimada la importancia del relato, al punto de reemplazar la política con decisiones comunicacionales, que “el problema es cuando se contrata profesionales que podrían hacer algo más profundo, para simplemente construir un imaginario”.
El papel de Guell hoy, sentenció el analista, “sólo puede tener sentido como diseño general de un proyecto de sociedad y de una visión general del programa” y añadió, sin hablar directamente de derrota, que “si su labor fue más discursiva o de construcción de relato, es probable que su trabajo nunca pudo tener sentido”, porque lo que requiere un Ggobierno en la actualidad “es una política general, no una comunicacional”.
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