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martes, 15 de diciembre de 2020

¿El eco-socialismo del siglo XXI debe inspirarse de Keynes o de Orwell?

 

Fusibles
 

Hay quien vende la pomada del Socialismo del siglo XXI por la sencilla razón de que estamos en el siglo XXI. Los más pragmáticos cambiaron esa utopía por un realismo medido en dólares. Otros razonan, reflexionan, escrutan, se interrogan y se estrujan los lóbulos parietales con el loable propósito de ofrecer una visión actualizada de la utopía socialista. Jacques Luzi y Aurélien Berlan forman parte de estos últimos. He aquí un saludable caldo de cabeza.


Keynes-Orwell

Keynes y Orwell, dos grandes pensadores británicos del siglo XX

Lo que ocurre a fin de cuentas, no es lo inevitable sino lo imprevisible... John Maynard Keynes

Podríamos darnos cuenta un día que los alimentos en conserva son más mortales que una ametralladora... George Orwell





Por Jacques Luzi y Aurélien Berlan (*) – 17 de octubre 2020

Traducción del francés de Luis Casado


Para superar el hundimiento económico y el desastre ecológico en curso, ¿valen más “la decencia común” y “la autonomía material” de Orwell o el “maquiavelismo económico” y la “liberación tecnológica” de Keynes ?

El hundimiento económico que está provocando la crisis del coronavirus será, si le creemos a la mayoría de los analistas, comparable y aun peor que el engendrado por la crisis bursátil de 1929, que zambulló al mundo en la recesión, y luego en la guerra mundial. La importancia de las ideas del economista John Maynard Keynes en la implementación del dispositivo socio-económico que permitió superarlo e inaugurar el período fasto de los Treinta Gloriosos, gracias especialmente al desarrollo inédito del Estado Social, conduce una parte importante de la izquierda (y más ampliamente de la clase política y de los ciudadanos) a sostener un retorno a Keynes contra el neoliberalismo dominante desde los años 1980. Es una de las justificaciones subyacentes en los planes de recuperación económica pergeñados hoy en el mundo, y especialmente en los proyectos de Green New Deal o de “pacto verde” que están en el centro del debate público.

Sin embargo uno puede preguntarse si el desastre ecológico en curso, del cual la pandemia de la Covid-19 es uno de los innumerables efectos y, del punto de vista de sus consecuencias socio-políticas probables, una suerte de « anticipo[1] », no cierra definitivamente la ruta al salvavidas keynesiano de un capitalismo regulado de maniera estatal y fordista. Surgido de la superación del límite ecológico ligado al crecimiento ilimitado que caracteriza al capitalismo, este desastre corresponde menos a una crisis coyuntural que a una debacle estructural y ampliamente irreversible que se puede apenas esperar moderar en su amplitud, su velocidad y sus efectos sociales y (geo)políticos nocivos. Ahora bien, la estrategia keynesiana de salida de crisis supone el relance del crecimiento, y ha coincidido históricamente con la “Gran Aceleración” en la depredación industrial de la naturaleza que constituye la causa “humana” última de la crisis actual si nos atenemos a la explicación más corriente del origen “animal” del coronavirus, como de la mayor parte de los virus que se multiplican desde los años 1970 a medida que progresa esta depredación[2].

El impasse actual del keynesianismo resalta netamente si volvemos al texto que el economista redactó para luchar contra el “pesimismo económico” provocado por la crisis de 1929, y que es revelador del espíritu (en el sentido de postulados éticos, sociales y políticos) que animaba sus preconizaciones económicas: Perspectivas económicas para nuestros nietos (1930), en el que Keynes imagina lo que será el mundo un siglo más tarde, ya casi estamos. Ahora bien, la situación ecológica actual hace aparecer el carácter insostenible del razonamiento keynesiano e invita a buscar otras inspiraciones para construir hoy el “socialismo”, en el sentido amplio de una alternativa al capitalismo. Después de la crisis de 1929 ya existían otras opciones en disputa, especialmente, para quedarse en el mismo contexto intelectual y en la misma aspiración a un socialismo no totalitario (por oposición a la Unión Soviética), la sostenida por George Orwell. En El Muelle de Wigan (1937), que puede ser leído como una respuesta a las “perspectivas” de su compatriota economista, Orwell defiende postulados éticos, sociales y políticos que nos parecen más apropiados a las metas del siglo XXI.

La decencia común (Orwell) contra el maquiavelismo económico (Keynes)

A partir de la genealogía de la palabra « interés », Albert Hirschman mostró la filiación entre el principio enunciado por Niccolo Machiavelli : “Quien quiere el fin quiere los medios”[3], el sub-título de La Fábula de las Abejas de Bernard de Mandeville, “Los vicios privados [los medios] hacen la virtud pública [el fin]”, y la parábola de la mano invisible de Adam Smith, según la cual la búsqueda egoísta de los intereses individuales [los “medios”] realiza inconscientemente y como providencialmente una holgura material que se difunde hasta las últimas clases sociales [el “fin”][4].

Keynes se inscribe conscientemente en este maquiavelismo económico, considerando que el amor del dinero “como objeto de posesión”, así como las prácticas capitalistas en ellas mismas “detestables e injustas”, deben ser toleradas porque son los medios más eficaces para resolver el “problema económico” (la escasez). Y le deja a sus nietos la tarea de examinar esa inmoralidad, una vez resuelto el problema de la escasez.

No obstante, el razonamiento de Keynes, que reposa sobre la distinción entre las necesidades absolutas y las necesidades relativas, no tiene consistencia porque desconoce la naturaleza socio-cultural de las necesidades. Incluso Adam Smith sabía que el desarrollo del comercio no era imprescindible para cubrir las necesidades absolutas:

“¿Cual es el objeto de todo el trabajo y de toda la agitación de este mundo ? ¿Cual es el fin de la avaricia y de la ambición, de la búsqueda de la riqueza, del poder y la preeminencia ? ¿Es para responder a las necesidades naturales? El salario del trabajador más modesto puede satisfacerlas.”[5].

Aún más grave, Keynes no tiene cuenta de la capacidad del capital para crear ininterrumpidamente nuevas necesidades relativas que, a través de su normalización y el reordenamiento industrial del mundo que supone, tienden a devenir necesidades absolutas. ¿No es, sin embargo, la condición normativa al sostén de la demanda efectiva que requiere para estabilizar el crecimiento de las inversiones y de la acumulación, iniciando el funesto engranaje de la sociedad de consumo ? Ignora igualmente la mercantilización y la industrialización del ocio y el tiempo libre, contrariamente a su deseo explícito de cultivar el arte de vivir fuera del utilitarismo.

Por consiguiente, ninguno de los niveles de riqueza alcanzados por el capitalismo industrial, salvaje o reformado, puede asegurar la implantación de un estado de abundancia, aunque, para retomar una fórmula atribuida Keynes, “el último de los hotentotes [rodase] en Rolls[6].” Este fantasma no es sino un señuelo cuya única función consiste en justificar la sempiterna prolongación de la acumulación del capital, es decir del maquiavelismo económico.

Orwell, aun cuando reconoce la ambivalencia de la naturaleza humana, extrae de su inmersión en el seno de las clases populares el concepto de decencia común. Sin entrar en los debates suscitados por esta noción, digamos simplemente que designa la aptitud inmanente a la generosidad y a la lealtad, así como un cierto sentido de los límites, que estimula inhibe tal o tal cultura. Este concepto le permite a Orwell, denunciar la indecencia de las elites económicas, políticas y culturales, por una parte, y exponer las “cualidades morales sobre las que puede elevarse una sociedad decente y justa[7].” Y le permite rebelarse, correlativamente, contra la asimilación del socialismo a “un capitalismo de Estado más planificado y que conserva enteramente su lugar como móvil a la rapacidad[8].”

Al contrario de Keynes, –quien, al hacer de la “resolución del problema económico” una finalidad indiscutible, pospone a un futuro indeterminado el cuestionamiento de la infamia de las prácticas capitalistas–, Orwell sugiere que un arte de vivir conforme a la common decency le permitiría a las gentes normales confrontar este “problema” de manera autónoma, asociando la norma de lo suficiente y un comercio con la naturaleza equidistante de la impotencia técnica y de la voluntad de potencia tecno-científica.

La autonomía material (Orwell) contra la liberación tecnológica (Keynes)

Keynes comparte con la mayor parte de los intelectuales modernos (ya liberales, como John Stuart Mill, ya socialistas, como Karl Marx), la fascinación por la dominación de la naturaleza y la potencia del productivismo industrial como vectores del “fin del trabajo”. Cada uno de ellos está impregnado de la distinción aristocrática, heredada de la Antigüedad, entre la necesidad (el trabajo) y la libertad (el ocio). Cada cual espera que el “fin del trabajo” le pondrá término a los conflictos nacidos de dominación de aquellos “qua hacen hacer” sobre aquellos “que hacen”, reduciendo así la política a la administración de las cosas. Y cada uno de ellos identifica la libertad al hecho de ser liberado del trabajo y de la política, para cultivar una existencia más elevada y más digna en el más allá de la necesidad.

No obstante, Keynes considera que el disfrute de las ventajas de esta evolución debe ser preparada :

“Serán las gentes que sabrán preservar el arte de vivir y cultivarlo hasta la perfección, y que no se venderán para asegurar su subsistencia, quienes serán capaces de beneficiar de la abundancia cuando ella se presente.”

Keynes reserva el arte de vivir al uso del tiempo libre: su extensión al conjunto de las actividades humanas –materiales incluidas– ni siquiera lo roza, ni la idea que trabajar puede, en ciertas condiciones, procurar un placer físico, intelectual y social. En cuanto a ella, la segunda condición parece irreal en una sociedad salarial en la que la mayoría de los individuos “están, no solo en la posición jurídica, sino también en la necesidad económica de vender libremente su fuerza de trabajo en el mercado.[9]”

Entusiasmado por la perspectiva de la abundancia, Keynes es indiferente al “desempleo tecnológico” que para él no es sino un efecto colateral transitorio. Esta perspectiva le permite igualmente callar las condiciones del trabajo industrial, las consecuencias culturales y políticas de la división técnica del trabajo (sin embargo ya analizadas por Adam Smith, Tocqueville y Marx), así como las del perfeccionamiento del maquinismo. El conocimiento de esas condiciones de trabajo Orwell la deduce de haber compartido las de los mineros de Wigan. Más que liberarlos de la necesidad, el maquinismo le parece hacer a los humanos dependientes de macro-sistemas tecnológicos (y de quienes los conciben) y reducirlos progresivamente “a algo que se parece a un cerebro en un frasco.”

Las reflexiones de Orwell prolongan las intuiciones de Rousseau sobre el maquinismo: “Mientras más ingeniosas son nuestras herramientas, más nuestros órganos devienen groseros y torpes; a fuerza de reunir máquinas a nuestro alrededor, no encontramos (capacidades) en nosotros mismos[10].”

Al sostener “la falsedad de la antítesis entre el trabajo concebido como un suplicio agotador y el ocio (no trabajo) como una actividad deseable”, Orwell abre implícitamente la cuestión evacuada por la ideología de la “tecnología liberadora”: esa del status y la organización del trabajo que, junto con reconocer su carácter irreductible, permitía hacer de él una “actividad deseable” por sí misma. Coincide así con Simone Weil quien, contra Marx, defendía una “forma libre de labor física” que consiste “en ponerse directamente en contacto con el mundo”, es decir “con la necesidad desnuda”[11].

Antes que buscar un grado siempre más elevado de riqueza, consintiendo así al maquiavelismo económico, al trabajo alienado, al desempleo tecnológico y a la instrumentalización de las necesidades, los humanos podrían ambicionar la autogestión de sus actividades materiales: haciendo de ellas cuanto fuese posible actividades enriquecedoras y agradables y, cuando no es el caso, repartiéndolas equitativamente entre ellos. Se ese modo podrían darse como finalidad auto-constituirse como seres capaces de instituir un arte de vivir que les permita afrontar dignamente, en la autonomía, las condiciones naturales de su existencia.

Hoy en día, ¿qué perspectivas económicas para nuestros nietos?

Ni Keynes, ni Orwell mencionan los límites físicos a la expansión del capitalismo industrial. No obstante, ya en su época algunos se alarmaban de sus consecuencias ecológicas:

“Así, la inteligencia, creando furiosamente y en el entusiasmo más ciego, medios materiales de gran potencia, engendró enormes acontecimientos a la escala mundial, y esas modificaciones del mundo humano se impusieron sin orden, sin plan preconcebido y sobre todo sin consideración para la naturaleza viva, para su lentitud de adaptación y de evolución, para a sus límites originales[12].”

El ideal de Keynes es el desarrollo de un capitalismo inteligente, equilibrado, capaz de auto-limitar su codicia que, siendo la fuente de su poder, amenaza la estabilidad de su expansión y su significación histórica profunda: librarse de la condición humana por la abundancia.

Marx, como Keynes, veía en la reducción de la naturaleza a un “puro objeto”“un simple asunto de utilidad”, así como en su “apropiación universal”, la contribución del capital a la civilización, permitiendo liberar a la humanidad de la necesidad[13]. Este ideal ¿no mueve aun a aquellos que llaman al New Deal verde : a la extensión de la inteligencia del capitalismo hasta la consideración de los límites ecológicos?

Pero lo que la crisis medioambiental demuestra cada día más, más allá del capitalismo neoliberal, es el carácter mortífero de ese ideal industrialista. Para Orwell, como para los militantes ecologistas y libertarios en búsqueda de autonomía material y política, la perspectiva de la liberación por la abundancia no solo no expresa ninguna necesidad, sino que no es deseable en ningún modo[14].

No es únicamente el temor de la catástrofe ecológica la que los anima, sino la alegría de asumir libremente la condición humana en la Tierra. Se puede pensar lo que se quiera de tal perspectiva, pero debiese quedar claro que nadie puede razonablemente, hoy en día, partir de los postulados de Keynes para imaginar “perspectivas económicas para sus nietos.”



(*) Aurélien Berlan, catedrático y doctor en Filosofía, autor de La fabrique des derniers hommes. Retour sur le présent avec Tönnies, Simmel et Weber, La Découverte, 2012.

(*) Jacques Luzi, maestro de Conferencias en la Universidad de Bretaña-Sur, autor de Au rendez-vous des mortels. Le déni de la mort dans la culture occidentale, de Descartes au transhumanisme, Éditions de la Lenteur, Vaour, 2019.

Notas

[1] Philippe Descamps et Thierry Lebel, « Un avant-Goût du choc climatique », Le Monde diplomatique, n°794, mai 2020.
[2] Sonia Shah, « Contre les pandémies, l’écologie », Le Monde diplomatique, n° 792, mars 2020.
[3] Más precisamente, Machiavelli escribió: "Cuando se trata de juzgar a los hombres, (...) no se consideran los medios, sino el fin", incitando a "optar por el mal, si ello es necesario", El Príncipe, LGF, 1983, p. 94
[4] Albert O. Hirschman, « Le concept d’intérêt : de l’euphémisme à la tautologie », Vers une économie politique élargie, Minuit, Paris, 1986.
[5] Adam Smith, Théorie des sentiments moraux, PUF, Paris, 1999 (1759), p. 91-92.
[6] Paul Mattick, Marx et Keynes, Gallimard, Paris, 1992, p. 157.
[7] Bruce Bégout, De la décence ordinaire, Allia, Paris, 2008, p. 22.
[8] George Orwell, Hommage à la Catalogne (1936-1937), Ivréa, Paris, 1982, p. 110-111.
[9] Max Weber, Histoire économique, Gallimard, Paris, 1991, p.297.
[10] Jean-Jacques Rousseau, Émile ou De l'éducation, Gallimard, Paris, 1969, p. 278.
[11] Simone Weil, Réflexions sur les causes de la liberté et de l’oppression sociale (1934), dans Œuvres, Gallimard, Paris, 1999, p. 330-332 et 317.
[12] Paul Valéry, Le bilan de l’intelligence, Allia, Paris, 2016 (1935), p. 20-21. Ver también Jacques Ellul y Bernard Charbonneau, « Nous sommes des révolutionnaires malgré nous », Seuil, Paris, 2014.
[13] Karl Marx, citado por Kostas Papaioannou, Hegel et Marx : l’interminable débat, Allia, Paris, 1999, p. 14.
[14] Evelyne Pieiller, « Réinventer l’humanité », Le Monde diplomatique, n°793, avril 2020. Por una respuesta a la cuestión del tipo de emancipación asociada a esta sensibilidad ecologista de izquierda, Aurélien Berlan, « Autonomie et délivrance. Repenser l’émancipation à l’ère des dominations impersonnelles », Revue du Mauss, n°48, 2016/2, p. 59-74.

 

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