¡El Rey ha muerto, larga vida al Rey!
por Sergio Vera 1 diciembre, 2020
El sistema de pensiones, tal como lo conocemos hasta hoy, ha llegado a su fin. Sin lograr consolidarse como un componente válido de nuestra previsión social, se derrumba inevitablemente atrapado por su peor enemigo: él mismo. Inevitablemente, en los próximos meses se iniciará su transformación y estos 40 años ya han sido tiempo suficiente para sacar conclusiones de sus resultados.
Hoy está muy lejos de entregar la cobertura de pensiones necesaria y, lo que es peor, en la práctica ha mutado en su propósito fundamental, para transformarse en un proveedor de dinero a bajo costo, tanto para el Estado como para las empresas. Peor aún, también se ha convertido en un símbolo de irregularidades y abusos que ya son inaceptables para la ciudadanía.
El sistema original (1981) traía implícita una promesa: las personas, cotizando el 10% de sus salarios, lograrían una pensión equivalente al 70% de sus remuneraciones. Si la persona ganó 500 mil pesos por 40 años e impuso a su fondo de pensión durante toda su vida laboral, entonces lograría una pensión de 350 mil pesos mensuales (todo en moneda de hoy). Ahora bien, si calculamos nuestro ejemplo con la rentabilidad promedio de los fondos de pensiones desde su creación –5,0%– la pensión resultante actual sería de 351 mil pesos mensuales, equivalente al 70,4% de la remuneración. Pero en la actualidad el promedio de las pensiones de retiro programado no supera los 175.000 pesos. ¿Qué pasó entonces? ¿Qué falló en esa promesa?
En primer lugar, la precariedad del empleo no permitió alcanzar el nivel necesario de cotizaciones, con niveles altos de informalidad laboral que históricamente han llegado al 30% de los trabajadores, pero también por un bajo nivel de salarios comparado con el incremento de la riqueza y el desarrollo del país. En los últimos 20 años los salarios medios crecieron 72,2%, en comparación con el crecimiento de 189,6% del PIB per cápita. Paradójicamente, existe consenso en que los fondos de pensión han sido una fuente fundamental de recursos, calificada por algunos como “estratégica” para la economía del país, que ha impulsado el crecimiento y parece ser que no hay dudas sobre eso.
Así es como, por ejemplo, un banco del principal grupo económico en Chile recibió 344.000 millones de pesos en depósitos a plazo fijo (DPF) desde las AFP en junio de 2020, resultando una importante reducción en el costo de fondos. Más aún, para ese mismo grupo, las AFP financiaron deuda (DEB) por 430.000 millones de pesos en junio de 2018 y además transaron acciones de sus empresas por 760.000 millones de pesos en septiembre de 2019. Estos son solo ejemplos de un mes en tres años diferentes, situación que ocurre con todos los grupos económicos, todos los meses y reiteradamente por muchos años.
La actitud de tantos personeros que, con inusitada elocuencia, defienden al preciado sistema de pensiones y abogan, como nunca antes, por el futuro de los chilenos, es un triste espectáculo ofrecido por quienes no son capaces de pagar sueldos dignos a sus trabajadores e incluso algunos, sin la mínima compasión, se coluden o cobran intereses abusivos, arrasando con el poco dinero que tiene la mayoría de los ciudadanos para llegar a fin de mes.
Seguramente fue la tentación que distrajo a las autoridades y reguladores en estas cuatro décadas, terminando por perder el rumbo del sistema de pensiones; aunque entregó enormes beneficios a organizaciones públicas o privadas, falló en el propósito original para el cual fue creado. Este es el segundo factor que lo está condenando.
Para qué decir más sobre las utilidades desvergonzadas a costa de los afiliados, las normas que favorecieron a sectores empresariales y perjudicaron a los pensionados, la circulación interminable de personeros como autoridades de gobiernos y directivos de las AFP, la difusa propiedad de algunas administradoras, la falta de transparencia e información oportuna de las operaciones, en fin, se podrían seguir mencionando varias.
Así las cosas, ahora resulta más comprensible la actitud de tantos personeros que, con inusitada elocuencia, defienden al preciado sistema de pensiones y abogan, como nunca antes, por el futuro de los chilenos, es un triste espectáculo ofrecido por quienes no son capaces de pagar sueldos dignos a sus trabajadores e incluso algunos, sin la mínima compasión, se coluden o cobran intereses abusivos, arrasando con el poco dinero que tiene la mayoría de los ciudadanos para llegar a fin de mes. ¡El Rey ha muerto, larga vida al Rey!
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