¿Es posible gobernar con un 7% de apoyo?
por Germán Silva Cuadra 14 diciembre, 2020
La anécdota corresponde a Andrés Allamand. El 16 marzo de 2016, el ahora canciller encendió las redes sociales con un tuit provocativo. Se preguntaba si la entonces Presidenta Bachelet estaba en condiciones de terminar su período, debido al 70% de rechazo que marcaba en las encuestas. Recordemos que la otrora Mandataria alcanzó su aprobación más baja cuando llegó a 16%. Un sueño para el Presidente Piñera a estas alturas. ¿Qué opinará el rostro de la derecha dura del Gobierno hoy día?
La encuesta mensual de Criteria –una de las más sólidas metodológicamente– de noviembre, entregó un resultado que complica a La Moneda. El Presidente Piñera alcanzó apenas un 7% de apoyo ciudadano y 87% de desaprobación. La cifra constituye la más baja evaluación de un Mandatario desde que se realiza este sondeo, e incluso logró superar al 9% que obtuvo en la del Centro de Estudios Públicos (CEP) de diciembre de 2019, la cual reflejó el peor momento del estallido social del 18/0. Si tomamos todas las evaluaciones que se han realizado en Latinoamérica en las últimas tres décadas, Piñera ha quedado como el Presidente con peores resultados, incluso, superando a Alejandro Toledo y Dilma de Brasil. Un récord que deja instalada la incertidumbre de la gobernabilidad de un gobierno extremadamente débil.
Hace unas semanas, algunos parlamentarios han pedido que se acorte su período. Me parece que eso sería un precedente muy malo para la democracia. Yo al menos he condenado siempre el golpe de Estado de 1973 y la dictadura que vino después, por lo que no me parece consecuente avalar lo que sería, técnicamente, un golpe blando.
Lo cierto es que la tendencia a la baja de Piñera se viene consolidando –en todas las encuestas– hace rato. De manera gradual, el Jefe de Estado ha ido acumulando una caída de 17 puntos, pese a en un momento haber alcanzado un techo de 24%, al inicio de la pandemia. De hecho, la llegada del COVID-19 se presentó como una oportunidad para el Gobierno. Las protestas quedaron en paréntesis y La Moneda aprovechó el primer momento para instalar un relato que proyectaba control y preparación.
Sin embargo, con el pasar de las semanas, el intento exagerado de provocar temor en la gente, los desatinos de Mañalich y el abuso de un discurso que trataba de marcar distancia con el resto de Latinoamérica, le empezaron a pasar la cuenta rápidamente a Piñera. Solo basta recordar que llegó a señalar que Chile estaba mejor preparado que Italia para enfrentar el coronavirus, lo que hizo recordar la verborrea de “tiempos mejores”.
Luego vendrían los chascarros habituales de Piñera –la versión 2.0 de las Piñericosas–, como la torpeza de bajarse a los pies del monumento a Baquedano para sacarse una selfie o ir a comprar vinos en plena cuarentena. El reciente episodio del “mascarillazo” en Cachagua –el exclusivo lugar donde va la gente de “las tres comunas”– no es más que la suma de los errores de un Presidente que pareciera actuar por un instinto autodestructivo y sin escuchar a nadie. Creo que Sebastián Piñera no se ha dado cuenta aún que sus conductas lo que hacen es reforzar la percepción de la desigualdad económica, social y de derechos, y agudizar la brecha del Primer Mandatario rico que usa el poder a vista y paciencia del resto. Recordemos que, a comienzos de 2019 –todavía tenía un amplio respaldo ciudadano– se produjo el primer quiebre de la tendencia en las encuestas, cuando se supo que por 20 años pagaba un dólar de contribuciones por su parcela a orillas de un lago en el sur.
Pese al paupérrimo 7% de apoyo actual, Sebastián Piñera llegó al poder con un 54% de los votos en segunda vuelta, siendo electo democráticamente y cumpliendo con todas las reglas del juego. Por tanto, el Presidente, constitucionalmente, debe gobernar hasta el 11 de marzo de 2022. Hace unas semanas, algunos parlamentarios han pedido que se acorte su período. Me parece que eso sería un precedente muy malo para la democracia. Yo al menos he condenado siempre el golpe de Estado de 1973 y la dictadura que vino después, por lo que no me parece consecuente avalar lo que sería, técnicamente, un golpe blando.
Piñera es el Presidente constitucional de Chile, por tanto, debería serlo hasta el último día de su mandato, pero ¿es posible gobernar sin licencia ciudadana? La verdad es que será extremadamente difícil. De hecho, desde el 18/0 en adelante, el Mandatario ha tenido que ceder en materia ideológica hasta lo inimaginable, como los dos proyectos del 10% o el cambio de la Constitución, contando con muy poca disciplina de los parlamentarios de Chile Vamos. Cuando un 87% de las personas rechaza a un Presidente, todo se pone cuesta arriba, porque ya no cuenta ni siquiera con la base de apoyo de la derecha –cercana a un 30%–. Sin legitimidad social, será dramático conducir una segunda ola –a la que ya se llegó tarde–, un posible nuevo estallido social, la recuperación económica y, por cierto, La Araucanía, cada vez más en llamas.
Tal vez, una de las pocas opciones que le quedan a Sebastián Piñera –que pareciera estar empezando su dura y solitaria travesía por el desierto–, es intentar conducir el proceso Constituyente, pero abriéndose a escuchar las expectativas e intereses de la gente y tratar de influir en su sector para que las integre, olvidándose del “decálogo” que lanzó en septiembre y que resultó ser una versión aún más conservadora de la Carta Magna actual. Y, claro, para gobernar con el 7%, debe partir por evitar tanto la soberbia –que lo traiciona seguido– como seguir cometiendo errores torpes e infantiles que hablan de su desconexión con la ciudadanía. Para eso debe ser capaz de escuchar a otros. ¿No habrá alguien en La Moneda que le advierta que las Piñericosas 2020 no son divertidas? A propósito, ¿sigue existiendo el Segundo Piso?
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