Sueño que el próximo 11 de septiembre del 2023 la Fuerza Aérea de Chile sobrevuele el Palacio de La Moneda y arroje flores en el mismo lugar donde hace 50 años el símbolo de la democracia del país ardía en llamas.
Soñé que nunca mi papá tuvo fracturas de la cabeza a los pies y que, a sus casi 83 años, no sufre ningún tipo de dolencias diarias producto de las torturas que nunca ocurrieron. Soñé que mi mamá, líder social, nunca estuvo presa en la cárcel de mujeres de Valparaíso y que nunca ocurrió que ambos fueron detenidos desde su casa y encarcelados al mismo tiempo en 1980, quedando sus hijos al amparo de su hija mayor de 17 años y la solidaridad de algunos familiares y vecinos.
Soñé que la Cofradía Náutica era un grupo de amigos inspirados por el destino marítimo de Chile, cuyas intenciones siempre fueron más pacíficas que el propio océano Pacífico. Divagué que la Democracia Cristiana era democrática y cristiana en su misión política de superar todo tipo de crisis política por la vía del diálogo, la unidad política y social del pueblo de Chile y que jamás estuvo conspirando con quienes tentativamente iban a estar dispuestos a dar un golpe de Estado para arrebatar la democracia y el lugar de la política en la toma de decisiones.
Fantaseé que la cúpula dirigencial del Partido Socialista iba ser leal a la idea, discurso y práctica de una revolución por la vía pacífica, con medios y fines pacíficos durante el Gobierno de la Unidad Popular. Idealicé que el Gobierno de Allende y su equipo de estrategas, teniendo a la luz todos los antecedentes de golpes de Estado en América Latina, ya estaban preparados para implementar una política y un servicio de inteligencia nacional fiel al sistema democrático, aprobado por el Congreso Nacional en los últimos años del Gobierno de Frei Montalva.
Idealicé que la derecha tradicional de Chile, jamás se iba a encandilar con la idea de “El ladrillo”, para imponer una revolución violenta y estructural a su sistema económico y la refundación de sus instituciones y que iba a perseverar en la idea de la libre empresa y un industrialismo innovador, más allá del agro y la minería. Visualicé a sus dirigentes y bases activas de ultraderecha, con todo su nacionalismo patriotero, no cediendo ante la posibilidad de perder su vocación de poder por la vía democrática, sin ayuda financiera extranjera, para someter a Chile y sus tradiciones a un sangriento golpe de Estado y tendiendo alfombra roja a militares traidores a la Constitución de la República y a la democracia como conquista de todas las fuerzas políticas.
Soñé que de las filas del Partido Comunista saltaba a la consagración internacional un tercer Premio Nobel para Chile, esta vez, una mujer Premio Nobel de la Paz, que intermedió las negociaciones para superar la guerra civil iniciada el 11 de septiembre de 1973. Ella, desde su activismo cristiano, junto a todas las iglesias de Chile, habían logrado un cese al fuego y un acuerdo de paz, restableciendo el orden constitucional. El NO a la guerra civil había prosperado, poniendo fin a la confrontación cuando apenas se habían cumplido 10 días de combate. Este movimiento de sello feminista, luego profundizó su labor y misión en Argentina y Brasil, recibiendo el Nobel de la Paz en 1976, con Allende dejando el poder en el plazo de su periodo de Gobierno y entregando la banda presidencial a un empresario de derecha con visión de futuro.
Mi mamá y mi papá nos enseñaron desde la niñez a apreciar las diferencias entre las personas, a no odiar nunca en la vida a nadie. Nos educaron en la solidaridad y en el diálogo, en valorar la diversidad y la tolerancia, aunque, fuera de la protección del hogar, Chile era sometido a un experimento para cambiar culturalmente la sociabilidad del país desde la economía y convertirlo en una sociedad anónima de responsabilidad individual.
En tiempos de dictadura también pudimos valorar y reconocer lo que Juan Gutiérrez (pazólogo vasco) denomina “hebras de paz viva”, que releva el papel de la memoria y el arte de recordar eventos solidarios en contextos de violencias. Se trata de pequeños actos casi imperceptibles, a veces desafiantes e incluso heroicos, en que, en tiempos o situaciones marcadas por el horror, terror, violencias o injusticias, alguien tiende una mano para ayudar o salvar a personas consideradas enemigas que están amenazadas o que sufren abusos o humillaciones.
La hebras de paz viva son actos que se saltan las reglas y normas del propio grupo que exige obediencia y esas hebras que se entretejen responden a motivos desinteresados en su actuar e inmediatez. Cómo no recordar en este breve espacio de memoria a personas comunes y corrientes que arriesgaron la seguridad y tranquilidad de sus hogares para salvar vidas. También a militares como el capitán del Ejército Osvaldo Heyder, asesinado por los “vampiros” de la DINA, y a tantos otros militares y policías cuyas hebras de paz viva les costaron la destitución o la vida.
Recuerdo cuando, a fines de abril de 1988, las fuerzas de represión de Carabineros entraban a la Universidad Católica de Valparaíso y se me había quedado la mochila con mis documentos personales dentro de ella. Me encontraba en el bandejón central de la Av. Brasil junto al capellán de la UCV, padre Pedro Gutiérrez, y el rector delegado de la UCV, excapitán de fragata de la Armada de Chile y exsubsecretario de Educación de la dictadura, Juan Enrique Fröemel, con quienes fuimos testigos del momento en que Carabineros puso mi mochila y mis documentos junto a las bombas molotov. En ese instante, el rector delegado de la UCV me dijo: “Ahora tienes que buscar algún refugio y nosotros nos haremos cargo de la situación cuando corresponda”.
Recordar, cuyo significado es volver a pasar por el corazón, esa hebra de paz viva siempre va a ser justa y necesaria con quienes representaron oficialmente en plena dictadura a la Iglesia católica y a la universidad intervenida por la dictadura. Cabe mencionar también que Juan Enrique Fröemel hizo un mea culpa público por su actuación en los años de dictadura el año 2003. Al padre Pedro lo tengo siempre en la memoria como muchos estudiantes ochenteros de la UCV.
Hace pocas semanas soñé que Gabriel Boric terminaba su educación universitaria y elaboraba una fecunda tesis de pregrado en Derecho sobre justicia restaurativa como componente fundamental de la ética de transformación de conflictos y la construcción de cultura e infraestructura de paz sostenible. Soñé también que, en su visita de Estado a Brasilia en mayo de este año, Boric se acercaba a Maduro y lo emplazaba amablemente y con decisión a un diálogo de Estado in situ sobre democracia, derechos humanos y políticas de migración bilateral.
Sueño que el próximo 11 de septiembre del 2023 la Fuerza Aérea de Chile sobrevuele el Palacio de La Moneda y arroje flores en el mismo lugar donde hace 50 años el símbolo de la democracia del país ardía en llamas. Sueño que las máximas autoridades del Ejército de Chile lideren diálogos y conversaciones junto a las víctimas sobrevivientes y familiares de las víctimas de la violación de derechos humanos. En este sueño, el Ejército invita a los nuevos oficiales en proceso de formación militar a visitar el Museo de la Memoria y otros sitios de memoria en Chile.
Sueño que la Armada de Chile invita a víctimas y familiares de víctimas de la dictadura a manos de la Armada a zarpar con sus navíos cerca de las costas chilenas y que rinden homenaje a los caídos con ofrendas florales en el océano Pacífico, y crea en sus escuelas de formación de oficiales la Cátedra Miguel Woodward. Visualizo que, en ese clima de inventar una paz que aún no existe en Chile, Carabineros y la PDI organizan e institucionalizan sus propias ofrendas de paz viva.
Albergo un sueño donde todos los partidos políticos en Chile fortalecen sus think tanks en ciencias y tecnologías de gobierno y crean escuelas de formación, para que sus dirigentes se especialicen en negociación, diálogo, resolución de conflictos y gestión de crisis y donde los poderes del Estado cuentan con las mejores personas y profesionales calificados para ocupar cargos de representación popular e institucional.
Hace 50 años, Allende enunció, en su discurso final, que tenía fe en Chile y su destino. En ello, se refleja una singularidad y un deseo, la idea de un solo Chile y un solo destino. La verdad es que el Chile actual es diverso y no todas las personas que viven en su territorio comparten los mismos sueños de futuro para sí mismos y para el país, pero, más allá de esos individualismos y esas diversidades, tenemos en común una democracia que proteger y profundizar y un país donde puedan convivir fraternalmente las nuevas chilenidades en paz viva.
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