Evangélicos ¿Un nuevo actor
político?
Jueves 25 de octubre de 2012
Los evangélicos
hemos crecido mucho en número, pero no en ideas. Esa falta de mensaje me hace pensar en que
algunas candidaturas de nuestro sector obedecen a un interés –mas bien- personal antes que
colectivo. Ese no es el camino; es mas de lo mismo.
La actividad
política y el accionar superideologizado y amoral de la politocracia chilena
–gobierno y oposición-, al menos en nuestro país, está muy desprestigiada. La corrupción
está presente en todas las esferas del ámbito público. Por ejemplo, cuando se
desvían fondos para campañas políticas; cuando empresarios y políticos se
coluden para estafar a la gente a través de sus
grupos económicos; cuando se descubren redes de narcotráfico al interior de las
policías; cuando se aprueban leyes por la presión de montajes comunicacionales (como ley antidiscriminación), entre
otras, son una clara evidencia de que la
clase política chilena no es tan transparente como se dice. Así ha sido en
el pasado, así es en el presente y, por lo que se avizora, así será también en
el futuro.
En ese –corrupto-
contexto vale la pena considerar la validez del creciente interés evangélico por alcanzar representatividad
política. Cabría preguntarse ¿Es posible
que la Iglesia –y sus miembros- se mezclen en este tipo de actividades? ¿Qué
relación tiene la dimensión espiritual con la temporal (la santidad de la
actividad eclesiástica con la corrupción de la actividad política)? A simple vista, ninguna. Por eso, llama la
atención cuando pastores evangélicos que
“dicen predicar la Santa Palabra de Dios” desde un púlpito, hacen lo propio
–usando el mismo púlpito- para llamar a votar por una corrupta coalición
política. Claramente no hay coherencia.
La Iglesia NO puede
–y no debe - convertirse en un partido político; su función es otra. Sin
embargo, tampoco podemos obviar que somos una fuerza emergente que, bien
coordinada y unida en propósitos trascendentes, podría llegar a definir los
destinos de nuestra nación. Hay que hacer, por tanto, la diferencia entre lo
político y lo eclesiástico, y es ahí donde se requiere sabiduría.
En ese sentido,
existe evidencia histórica que nos habla de la intervención de la CIA en el
pensamiento político del pueblo evangélico Latinoamericano. Esa domesticación nos habría llevado a asumir -muy
profundamente- que la actividad política es satánica.
Desde muy temprano se nos enseña que si
el principal objetivo de la salvación es la transformación del corazón humano,
entonces los cristianos no deben comprometer su misión desafiando el orden social. Deben ser apolíticos
(David Stoll; 1982:27). No conviene que interpretemos la biblia observando
la realidad social, política y económica. Eso es satánico. Como si fuéramos
infantes nos dicen: ¡¡¡No, caca, malo!!! No cabe duda que las convicciones norteamericanas han tenido un gran impacto en los
evangélicos latinoamericanos (Stoll; 1982).
La satanización
de la política nos ha llevado a caer en errores como los que vemos en las
presentes elecciones municipales. El sincretismo entre lo político y lo eclesiástico
-lo santo y lo profano- es fruto de la falta de preparación. Esa carencia nos impide
tener una visión de país y un discurso claro y contundente que dé cuenta, como
hicieran los profetas en el antiguo testamento, de la paupérrima realidad
económica, social, política y espiritual del país.
La ignorancia ha llevado a pensar que
“cualquier micro nos sirve” para alcanzar representatividad. Rotundo error. Por
ejemplo, he escuchado a candidatos
–supuestamente- evangélicos decir: “creo en el progresismo, pero no quiero
matrimonio homosexual”. Aquellos no son más que simplones oportunistas e ignorantes
que pretenden, con el rótulo de “cristiano o evangélico”, “pastor” o “teólogo”
hacerse un nombre acosta de la Iglesia para disfrutar de los manjares que
Nabucodonosor o Faraón les ofrece.
Si una persona
cristiana tiene interés en servir desde el ámbito político es imposible que -a la vez-
predique en un púlpito como pastor, mucho menos si ese interés se canaliza en
ideologías progresistas. El pastor interesado en política debe delegar la
administración del ministerio en otra persona. En ese sentido, creo que jamás habrá una actividad mas digna que la
actividad de ministro de culto (como le llama el gobierno). La autoridad
espiritual de un verdadero pastor no tiene ninguna comparación con la autoridad
natural de un político.
Necesitamos
construir una propuesta en conjunto y esta elección municipal nos tiene que
entregar las herramientas necesarias para comenzar a avanzar en ese ideario. Por
lo demás, la diferenciación entre lo político y lo eclesiástico será producto
de una reflexión seria en torno al rol de la Iglesia en nuestra sociedad. Para
ello ya contamos con un gran acuerdo por la defensa de la fe, la vida y la
familia.
Francisco
Conejeros Carrasco
Vocero
Federación Entidades Religiosas de Chile (FERCHILE)
Magíster © en
Gerencia Pública.
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