Por: Esteban Celis Vilchez | Publicado: 14.08.2023
No hay posibilidad alguna, señor Frei, de ser un país decente y de convertirnos en una sociedad con un mínimo de empatía y bondad si acogemos su propuesta: hacer como que no sabemos bien lo que pasó y mirar hacia el futuro olvidando el pasado, ya que no estamos de acuerdo. Pero es que no estar de acuerdo es moralmente exigible si nuestro desacuerdo es con genocidas y violadores de derechos humanos que pretenden hablar de “daños colaterales” o de “excesos”. No seremos mejores seres humanos si no somos capaces de respetar la verdad y de respetar a las víctimas.
Recuerdo que años atrás, cuando compartía oficina con otros abogados, comentábamos el impacto de la película “La lista de Schindler”, de Spielberg. Uno de ellos, de clara ascendencia alemana, señalaba con cierto fastidio que ya era tiempo de dar vuelta la página, que el tema del Holocausto ya estaba demasiado manoseado.
Un presidente de la Corte Suprema, haciendo gala de una brutalidad bien ajena a la dignidad de su cargo, dijo: “Los (detenidos) desaparecidos me tienen curco”. Elegante y fino, don Israel Bórquez.
Cristián Warnken les pide a los familiares de los detenidos desaparecidos que “cierren el duelo”. Se los pide cuando menos de un 25% de los desaparecidos han sido localizados tras más de 40 años –casi 50, en rigor– de su desaparición forzada.
Es notable la indolencia e insensibilidad de los que no tienen desaparecidos en sus familias. Los duelos necesitan de información, de restos humanos que enterrar o cremar en una ceremonia. No puedo aquí ahondar en la profunda necesidad que tenemos de estos ritos que nos definen desde los albores de la humanidad.
Por eso es tan violento comenzar con esta suerte de exigencia a las víctimas para que perdonen a los verdugos en ausencia de justicia; por eso es tan repugnante que los que no saben lo que es no encontrar a un padre, una madre, un hijo o un hermano, se sientan con el derecho de plantear vueltas de página, cierres de duelo o “miradas de futuro”. O que pidan “reconciliación”. Imposible no recordar al cantautor Víctor Heredia, cuando preguntaba cómo podía hablarse de reconciliación si los victimarios nunca habían pedido perdón.
Hoy, los victimarios y sus instituciones siguen ocultando información y mostrando una completa indiferencia frente a las familias que buscan a sus parientes que asesinos con sueldo de funcionarios públicos escondieron en bosques, lagos o mares de nuestro país.
Patricia Maldonado lanzó huesos de pollos a los familiares de los desaparecidos. Su infinita crueldad es solo la representación de la maldad institucional de las Fuerzas Armadas, de la perversidad de muchos de sus integrantes que no experimentan el más mínimo arrepentimiento por sus atrocidades, de la indolencia de un Estado incapaz de trabajar en serio por la justicia y de una indiferencia de un Poder Judicial que ayudó, por omisión, a causar muertes.
Parte de esta violencia verbal y psicológica consiste también en el negacionismo y la relativización. Por aquí entra ahora el expresidente Frei Ruiz-Tagle. Con su reconocido carisma y elocuencia, señala que, a 50 años del golpe, es mejor “mirar hacia el futuro” pues “no va a haber una verdad oficial”.
Pero, don Eduardo, la verdad no es “oficial”. Solo es la verdad. Que a usted no le parezca valiosa, o que le parezca que solo es verdad la que sea “oficial”, es un serio problema de comprensión de la realidad. Para muchos nazis tampoco hay una “verdad oficial” sobre el Holocausto, pero los seis millones de judíos asesinados de manera atroz siguen ahí, dueños de la verdad de sus muertes. Puede que para muchos franquistas nunca vaya a haber una «verdad oficial», pero los muertos de Franco siguen siendo sus muertos. Seguramente, las víctimas de Stalin o del régimen chino no dejarán de serlo, aunque se quiera reescribir la historia y se logre que no surja una “verdad oficial”.
Porque, al final del día, ¿qué es una “verdad oficial”, señor Frei? ¿Una en la que todos coincidamos? ¿Lo cierto es lo que, por unanimidad, agresores y víctimas, declaremos como tal? ¿No es entonces lo que sencillamente ocurrió, sino aquello en lo que nos pongamos de acuerdo todos para decir que ocurrió? Porque si es así, honestos y mentirosos, leales y traidores, sinceros e hipócritas, estamos en la misma línea y no podremos diferenciarnos. Será el eterno empate, una especie de lodo en donde todos tenemos el mismo color del barro y en el que todos gozamos de la misma credibilidad o sufrimos de la misma falta de ella.
Ya no hay víctimas ni victimarios. Porque si todo lo que se necesita es “discutir” y poner en tela de juicio los hechos indesmentibles para lograr que no haya una “verdad oficial” y así obligar a la amnesia del pasado, entonces los hechos dejan de importar y firmamos el triunfo de los mentirosos y de los cínicos, expertos en enredar las cosas, en cuestionar todo tipo de museos de la memoria, en reclamar para sí el derecho a su versión pletórica de falsedades.
Esa es la razón por la que entre nazis y judíos nunca surgirá una verdad oficial. Tampoco entre israelíes y palestinos. ni entre los violadores de derechos humanos y sus víctimas. Pero ahí están las víctimas, las porfiadas víctimas, en todos los casos.
En el mundo que nos propone el expresidente, los golpistas del 73 no son más responsables que el propio Allende del golpe (un clásico de la derecha, ¿no?). Bombardear La Moneda desde las alturas ya no es un acto de cobardes perpetrado contra un presidente civil, porque nadie sabe si los malvados son los que bombardean o los bombardeados, pues, en esta tesitura, no hay una “verdad oficial”. Pinochet y Allende son igualmente reprochables y comparten el mismo infierno si hay un más allá, como le escuché decir a alguien una vez.
Pero la gente de bien sabe que no es así y logra ver la verdad, aunque no sea oficial, y sabe que uno fue un dictador, que debería avergonzarnos a todos, y el otro simplemente un ser humano que, con aciertos y errores, luchó por un ideal de justicia. Las personas sensatas saben quiénes de verdad destruyeron la democracia y que no se puede culpar de esa destrucción a quienes simplemente quisieron a través de ella desafiar los privilegios e impulsar la justicia. La verdad no nace de los acuerdos y las coincidencias. La verdad son los simples y desnudos hechos. Y defenderla es un deber. Siempre.
No, la verdad oficial me tiene sin cuidado. Me importa un bledo. La que me importa es la verdad a secas, y pienso defenderla frente a los que quieran esconderla, tergiversarla o, como usted propone, reemplazarla por otra cosa.
No hay posibilidad alguna, señor Frei, de ser un país decente y de convertirnos en una sociedad con un mínimo de empatía y bondad si acogemos su propuesta: hacer como que no sabemos bien lo que pasó y mirar hacia el futuro olvidando el pasado, ya que no estamos de acuerdo. Pero es que no estar de acuerdo es moralmente exigible si nuestro desacuerdo es con genocidas y violadores de derechos humanos que pretenden hablar de “daños colaterales” o de “excesos”. No seremos mejores seres humanos si no somos capaces de respetar la verdad y de respetar a las víctimas.
Su propuesta, don Eduardo, con su perdón, es inmoral, fría e insensible. Es violenta, además. Por si fuera poco, es una propuesta profundamente tonta, porque, como lo dijo hace tiempo el filósofo español Santayana, “Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo” (en “La vida de la razón. Las fases del progreso humano”). Esta conducta amnésica, Santayana la hacía propia de los niños y los bárbaros, que no obtienen lecciones de la experiencia.
Puedo soportar ser considerado un poco niño, o infantil a veces, pero no quisiera ser un bárbaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario