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lunes, 2 de abril de 2012

El sociólogo y el historiador influyen sobre los jóvenes en las calles

Mayol Vs Salazar: las tesis en pugna para explicar el movimiento estudiantil
Dicen que no hay nada más poderoso que una idea a la que le llegó su hora. ¿Pero cuáles son los contornos, fundamentos y proyecciones de esa idea sobre lo que está pasando en Chile? Estos académicos son los principales intérpretes del movimiento. Convergen en varios puntos, aunque chocan en otros fundamentales. Aquí están los disensos de quienes han escudriñado en las entrañas del malestar que cruza a la juventud y al país.



En su casa de Ñuñoa, Alberto Mayol (36), sociólogo, se enfrenta a sus debilidades: varios textos de Truman Capote, Alessandro Barrico y estantes completos de teoría política. Un par de libros de cocina y otros con la historia de The Beatles. También hay búhos, decenas de ellos. Colecciona figuritas de búhos de Atenea: uno que mira hacia el costado. El primero de ellos fue un regalo casual de un tío. Desde entonces no ha parado: tiene cerca de 40.
Está la crudeza de Raymond Carver. Y sobre la biblioteca, la crudeza de Gabriel Salazar: “Conversaciones con Altamirano” y “Construcción del Estado en Chile”.
“Es posible que Salazar no haya leído nada de mí, pero yo sí tengo que haber leído a Salazar”, comenta Mayol, riendo.
Mayol y el reconocido historiador Gabriel Salazar (76), han sido los pensadores más importantes del conflicto estudiantil que explotó el año pasado. Tienen varios puntos de encuentro, pero también hay diferencias que se ubican en la génesis y el desarrollo de las movilizaciones más importantes que hayan inundado las calles en democracia.

El origen

La desigualdad del sistema educacional chileno, originado en dictadura, explotó con fuerza el año pasado.
“Yo creo que la energía que mueve esto es el malestar, lo que se destruye es el proceso de despolitización”, dispara Mayol y apunta a una de las diferencias que tiene con Salazar: “Creo que el movimiento se mueve con esa energía, no creo, por tanto, que el centro del movimiento estudiantil sea el problema de lo popular”, explica. Además cree que la mayor fortaleza de la forma como se abordó el conflicto —de parte de los estudiantes—, es que el acento siempre estuvo puesto en el debate. “Ellos tenían que afirmarse en eso. Ese era el corazón. Por eso, cuando ellos van al Parlamento y debaten, igual ganan, pero cuando van donde Piñera pierden, porque con él no se debatía, se negociaba. Por eso insistían tanto en que esa reunión fuera televisada”, recuerda Mayol.
A lo que se refiere Mayol con “lo popular”, es un concepto amplio que rebasa la idea de clase social. Normalmente se hablaba de clase social para referirse a los “asalariados”, pero ese grupo, que está frente a frente a la burguesía industrial, es muy escaso. La clase obrera industrial, según Gabriel Salazar, nunca ha superado —contando incluso sus mejores tiempos— al 20% de la fuerza de trabajo. “El concepto se hizo estrecho, porque quedaban fuera los pobladores, vendedores ambulantes, traficantes (los grandes y chicos: drogas, cds, coleros)… entonces, la masa social afectada por el sistema —sea porque no tienen ingreso suficiente o sea por un salario de explotación— es muy grande”, comenta quien es reconocido como uno de los historiadores contemporáneos más importantes del país. “De ahí que el movimiento estudiantil el año pasado, un sector de la clase popular, marca un camino y comienza a movilizar a toda la clase popular”.

Efecto dominó

Hay muchos analistas que entienden las distintas explosiones sociales del país como un proceso histórico que no partió justamente en mayo del año pasado, cuando los estudiantes se volcaron a las calles.
Salazar defiende esta idea. Incluso instala como una de las manifestaciones previas lo ocurrido con los pingüinos que irrumpieron en la agenda política de Michelle Bachelet en 2006.
Ese año, para algunos, el sistema educacional chileno tuvo un importante golpe y no sólo se derogó la LOCE, sino que se profundizó la reforma educacional que comenzó con la democracia.
Para otros, sólo significó una pequeña piedra en el zapato para la administración Bachelet. Y nada más que eso.
En opinión de Salazar, el movimiento pingüino es parte de la lógica que terminó en la expresión popular el año pasado. “Es la misma onda”, la que tocó desde 2006 a 2011 a los estudiantes, según Salazar.
“Ellos no hicieron nada sin el acuerdo de todos en la asamblea. La asamblea mandaba, no el partido, no la directiva, no los dirigentes. De un salto pasaron de la política representada por los partidos a la política con participación de todos. Ellos, sin darse cuenta, pusieron en el tapete una nueva forma de hacer política y son ellos los que ahora son estudiantes universitarios”, dice Salazar y advierte a las autoridades que vienen: “Y los secundarios del año pasado eran mucho más radicales y puntudos. Dentro de tres años, ellos también van a estar en la universidad”.

Estamos viviendo, según Salazar, un momento en que los estudiantes se aburrieron de los partidos políticos. Los nuevos movimientos se rigen por asambleas libres, donde no hay un líder, sino voceros que transmiten lo que deciden democráticamente sus compañeros. Por eso, dice Salazar, la CUT y el Colegio de Profesores no representan las nuevas lógicas de acción de los movimientos populares.
En cambio, Mayol tiene una mirada totalmente crítica de las manifestaciones de 2006 y no cree que tengan una relación directa con lo que comenzó a ocurrir el año pasado.
“La energía del movimiento pingüino es totalmente de resentimiento. No hay ninguna continuidad entre ese movimiento y éste. La revolución pingüina es la versión de Bachelet en movimiento social. El discurso de esos estudiantes tuvo su anclaje en el dolor, en la tragedia y en el padecimiento. El mundo social reprodujo eso en los pingüinos, desde la carencia, desde la ausencia, desde el llanto, pero sin transformación futura”, sentencia Mayol.
Por eso, según el sociólogo, lo que de verdad pasó hace cinco años, es que esa energía cruzó todo el espectro político, pero fue ineficaz, porque al mismo tiempo que era poderosa, no tenía un concepto. “Y terminó en cooptación, en renuncia, en la LGE, que es peor de lo que había, en abandono y finalmente con un anclaje en la pena. Ahí no hay ciudadanía”, retruca Mayol.

La revolución

Hace pocas semanas, un video comenzó a dar vueltas en la red. Algunas de las imágenes eran más o menos éstas: Camila Vallejo con el puño en alto. Camila convertida en una caricatura parecida al Ché. Es decir, una serie de postales que dan cuenta de que hasta en ruso —idioma en el que está hecho el video— los rostros más emblemáticos de la lucha por una educación digna, son un ícono casi revolucionario.
“Es que estamos en una etapa pre-revolucionaria”, expresa Gabriel Salazar, quien el año pasado explicó el fenómeno en universidades, charlas y en diferentes medios de comunicación,
incluyendo éste.
“De que hay energía, hay. Está el cansancio frente a alguien, la rabia, la crítica y el afán de movilizarse”, señala el historiador. Sin embargo, cree que faltan algunos ingredientes para que esto se convierta en una bomba: “Lo que falta es construir una propuesta para no sólo canalizar la energía, sino que construir un sistema, un modelo a la pinta de la ciudadanía y eso poco a poco está surgiendo”.
Según Salazar, lo que hace Magallanes es un modo de autogobierno. Lo mismo pasa en Aysén. “Lo que pasa es que se requiere, además, una propuesta mas científica basada en la historia”, dice Salazar, aunque algo de eso hay: “Las ciencias nuevas, ciencias sociales, han entregado enormes elementos en ese sentido. La sociología del desarrollo local, la educación popular, la antropología local, el trabajo social, la sicología social, entonces tenemos en ese sentido una teoría que no tuvimos en 1970”.
A pesar de la efervescencia social, éste es otro punto en el que discrepa Alberto Mayol.
Si bien concuerda con Salazar en que existe la energía de un período pre-revolucionario, cree que no tiene piso en este minuto, porque no hay contenidos.
Para Mayol, la lógica revolucionaria actual tiene relación con la existencia de un proceso de politización en Chile. “Nunca en la historia la emergencia de movimientos sociales había coincidido con la incapacidad evidente (por deslegitimidad) de los militares, la Iglesia y la clase política. La ciudadanía tiene hoy una capacidad revolucionaria, pues puede producir cambio en la velocidad, que es la definición última de la revolución. Chile cambió radicalmente en diez meses y bajo un proceso de ciudadanización intensa esa velocidad seguirá demoliendo el orden actual”.
Sin embargo, Mayol señala que “una revolución necesita haber definido el horizonte, qué quiere decir salir de lo que hay. Aún no ha configurado el horizonte utópico”.
En este tema, Gabriel Salazar, defendiendo la idea de que vivimos un período pre revolucionario se toma el tiempo para aclarar algo: “Estamos acostumbrados a que la revolución es violenta, que el pueblo toma por asalto el Palacio de Gobierno, la Bastilla, el Palacio de invierno de los zares y domina así todo. Pero también puede haber una revolución donde el pueblo imponga las cosas por una vía racional, como una asamblea constituyente”. Eso sí, Salazar hace una inflexión: “Aunque a lo mejor hay que pensar en asalto… no hay que ser tonto tampoco”.


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