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domingo, 14 de agosto de 2022

OPINIÓN POLÍTICA En Torno al controvertido “ACUERDO” del Oficialismo (¿Certezas en entredicho?)

     

Lo importante hoy es dar certezas, como dicen. Pero no se puede dar todas las certezas. Tampoco es posible construir certezas para toda la diversidad cuando ella se congrega en  círculos de intereses profundamente opuestos: lo que da una certeza para algunos, para otros es pisar arenas movedizas, porque no todos requieren ni esperan las mismas garantías. Por ello es necesario y deseable en el marco de una democracia, establecer una convención o una asamblea constituyente.

Pero sí hay una certeza que es una piedra angular del texto en consulta. Esa  es la dignidad que surge de una Convención Constitucional elegida por sufragio universal y voluntario -con todos los defectos de esta “democracia” y, con las falencias que tiene o tenga esta propuesta.  La dignidad definitivamente es un atributo con que no cuenta –en absoluto- aquella que ya sabemos cómo se redactó y fraudulentamente se aprobó, para secuestrar –desde 1980- la soberanía de un pueblo. Y téngase presente: efectivamente secuestró dicha soberanía, para –acto seguido- expropiarle todo aquello que constituía los nodos de su bien común, a fin de consolidar potentes poderes privados, concentrados en la más evidente y escandalosa minoría.

Si mañana, en el camino se imponen reformas, serán reformas sobre un texto de un origen legítimo, aun cuando se quiere imponer un grado de ilegitimidad que se hereda de nuestra historia reciente, que ha marcado los diferentes espacios de la convivencia nacional y clara y especialmente, los espacios de “ejercicio profesional de la política”.

Lamentablemente los campos sociales no pueden avanzar si no es desde sus fundamentos. Avanzan los sectores que construyen herramientas funcionales para sí. Y sabemos que el estallido social obedeció a la congregación espontánea y transitoria de un conjunto de sectores, frustraciones, descontentos y contra-violencia, ante un sistema que ha oprimido largamente a la mayoría de la sociedad chilena. Sabemos también que el estallido fue la evidencia de que el caudal de descontento activo en las calles, no es suficiente para conseguir los cambios profundos que se quieren. Sabemos que la institucionalidad construida en estos 40 años, no es menor, y que sus tentáculos de poder son diversos y dispersos. Pero las insuficiencias no pueden ser la base del desprecio por aquello que se puede avanzar.

El razonablemente controvertido “acuerdo” del oficialismo, puede dar cuenta de un estado de divorcio que se mantiene en el tiempo, entre quienes sostienen la institucionalidad actual y los requerimientos urgentes de la sociedad chilena. Así, la voz democrática pretende ser torcida por la “cocinería” de turno.

Pero tranquilos, aunque activos y expectantes. Paso a paso, porque en la cocina hay más de un chef. Hay en la cocina algunos chef que quieren otros platos de fondo y además, ese plato de fondo aún debe ser comido por más de catorce millones de comensales.

No es legítimo suponer una fractura total e insalvable entre representantes y representados, en un campo monocromático. Tampoco existen las evidencias para dicho supuesto. Son más las evidencias de que hoy los espacios legislativos están significativamente permeados de intereses nacidos desde el seno de la gran movilización del año 2019, lo que no implica que se haya tornado el poder hegemónico, ni que haya monopolizado la discusión legislativa. Dichos intereses sí están presentes y se van fortaleciendo –no sin tropiezos-  los puentes para el abordaje de los espacios estratégicos del poder, de la mano de un futuro al que hay que sumarse por la fuerza de una necesidad histórica.

Falta mucho paño por cortar. Los acuerdos políticos son acuerdos que sirven hasta cuando sirven. Lo más peligroso de este “acuerdo”, para algunos sectores firmantes, es que el paso táctico (discutible como toda decisión táctica) se enfrente a la no-capacidad de pensar en más de una movida a la vez; que se imagine solo la linealidad de la eventual acción de la historia, cuando el juego se anticipa en dos, tres, o más movimientos, y en más de un movimiento simultaneo de diversos intereses de fondo.

Las mayorías suficientes para conseguir desbaratar los significativos avances propuestos, y los escenarios instalados por el nuevo texto constitucional, que favorecen a las grandes mayorías demandantes del país, no están para nada en el bolsillo de las fuerzas retardatarias de las elites, protegidas por el orden heredado del ideario neoliberal.

La política se parece a una partida de ajedrez, pero no es una partida, ni un tablero de ajedrez. Esto lo digo, sin estar de acuerdo en absoluto, con el texto de conciliación, del mismo modo, como con gran seguridad digo, que una parte no menor de los firmantes tampoco lo está. Este “acuerdo” –sin venerar la opción- contiene importantes campos de ambigüedad (no creo casuales) para su futura “implementación legislativa” y que habilitan variados caminos interpretativos, y por tanto, abre la honorabilidad de la divergencia y la posibilidad de los quiebres necesarios y de los caminos diversos.

[Artículo 384

  1. La Presidenta o el Presidente de la República deberá convocar a referéndum ratificatorio tratándose de proyectos de reforma constitucional aprobados por el Congreso de Diputadas y Diputados y la Cámara de las Regiones, que alteren sustancialmente el régimen político y el período presidencial; el diseño del Congreso de Diputadas y Diputados o de la Cámara de las Regiones y la duración de sus integrantes; la forma de Estado Regional; los principios y los derechos fundamentales; y el capítulo de reforma y reemplazo de la Constitución.

Si el proyecto de reforma constitucional es aprobado por dos tercios de diputadas y diputados y representantes regionales en ejercicio, no será sometido a referéndum ratificatorio.

En referencia al punto uno, requiere la aprobación de 4/7 (no es fácil) y en el punto dos (2/3) es más difícil aún. ¿Cuál es la definición exacta, en términos materiales, de “alteración sustancial”?. Falta mucho paño, por cortar.

Hay un campo social en disputa. No olvidaría ello. Un campo social que es la mitad de quienes tienen derecho a voto, y un campo social que está más representado en la Convención que en los partidos políticos. Hay un campo social que ha dejado claro que sale a la calle y es más cercano a una propuesta presidencial que queda en el camino, con un importante respaldo; con capacidad de ir por más senderos que la sola acción legislativa en una torre de cristal…un campo que si no sumó en los votos, más allá de las urnas, determinó esta instancia y se encuentra en el andar de los días con la necesidad de crear las herramientas necesarias para cambiar, de verdad, la vida. Un campo social que desde un natural y espontaneo anarquismo, comprende que debe avanzar hacia formas de organización, capaces de incidir más direccionadamente, en la construcción de la sociedad, para que sus anhelos no sean capturados y malogrados por el oportunismo que busca el status quo. Esa es la gran lección del estallido de octubre, aparte de haber logrado forzar esta instancia convencional que tiene a Chile en un proceso histórico.

SEA COMO SEA, desde el 4 de septiembre, otro gallo cantará. Será otro el escenario. Y el mejor escenario para seguir avanzando en la convivencia nacional, es el triunfo del APRUEBO. Aunque efectivamente no tengamos claro con exactitud qué es todo lo que cambiará en aquellas cuestiones estructurales de fondo, o qué exactamente se está eligiendo en el ancho de sus detalles con este (por ahora) “acuerdo” del oficialismo en cuestión, mediante. Y esta también es una grandeza del texto propuesto, porque a su vez propone a Chile un camino de construcción conjunta y democrática y no un orden político blindado para favorecer a unos pocos.

Insisto: se tiene certeza de que lo que se instala con el nuevo texto, es una plataforma de dignidad institucional, que no se compara con ningún orden social del Chile que nos antecede. ¿Quién no quiere un país digno desde sus fundamentos? Hay muchos que no lo quieren, pero muchos, muchos más, elegimos la dignidad, para nosotros mismos, para nuestros hijos, nuestros nietos y todas nuestras descendencias. Pero ojo: suele la dignidad de un momento ser fruto de la indignidad del pasado, que también nos constituye. En la historia no existen los “borrones y cuentas nuevas”. Ni la revolución más radical, es un “borrón y cuenta nueva”. No hay que perder esto de vista.

 

Por Marcos Uribe Andrade

 

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