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martes, 13 de abril de 2010

Cónclave intrascendente

escrito por Ricardo Candia Cares

La palabra intrascendente define lo que fue el Cónclave de la Concertación. A la escasez de participantes, se agrega una exagerada utilización de espejos para mirarse el ombligo y otras partes.

Con cero autocrítica trascurrió la jornada apuntando a Piñera pero justamente donde no le duele. Eduardo Frei, más de alguno recodará que fue candidato de la Concertación en la ultima elección, dijo que no hay separación clara y transparente de los negocios y la política. Como si antes haya habido algo parecido, como si los millonarios, como el mismo, llegaron recién hace un mes a hacer política, como si en la Concertación no hubo ni hay esas mismas contradicciones.

Agrega el ex presidente y ex candidato que la Concertación se enfrenta a la mayor concentración de poder político, económico y comunicacional en la historia republicana de los últimos cien años. Increíble. Por fin este señor se da cuenta de lo que han venido diciendo en distintos tonos muchas personas en este país. Aunque oculta lo más sabroso. La responsabilidad de él mismo y de sus otros colegas ex presidentes y sus partidos en la construcción de ese país que ahora parece cosa nueva ante sus ojos semi cerrados.
¿Acaso el poder que ha acumulado la derecha por la vía de la concentración de los medios de comunicación fue hecha al margen de las leyes y de la acción del Estado? No fue la Concertación la que derribó todo medio de comunicación independiente del dúopolio mediático? La revista Punto Final aún mantiene una demanda contra el estado que intenta hacer justicia en la repartición de la publicidad que ha hecho más millonarios aún a los dueños de La Tercera y El Mercurio.
Frei y ninguno de sus congéneres, bostezando ante su propia imagen reflejada en el auditorio de bordes biselados, dice una palabra en la responsabilidad que les cupo en la construcción del Chile binominal que unos gozan y otros sufren. El poder político acumulado por la derecha, al amparo complaciente de la Concertación, fue posible por la nula importancia que los últimos cuatro gobiernos le dieron a reformas políticas que pusieran las cosas en su lugar.
Los gobiernos de la Concertación fueron socios insustituibles con la derecha en los últimos veinte años. Hicieron las leyes codo a codo. Y las trampas simultáneas también.
Y los negocios y los chamullos.

Chile llegó a ser el aventajado y ejemplar país neoliberal que es de la mano de los gobiernos de la Concertación. Las increíbles distancias entre los que tienen y los que no, son responsabilidad de las sucesivas administraciones que profundizaron el dogma del laissez faire. La privatización extrema de la educación, la entrega de las riquezas minerales al extranjero, la increíble privatización del mar, la extensión irracional de las ciudades, no han salido de una concha de locos. Fueron creaciones de los gobiernos concertacionistas.
Mostrarse extrañado, dolido y preocupado por esta avalancha es la demostración de un cinismo insolente.
Vamos a pedir sin arrogancia que la reconstrucción se haga con la gente y no con espíritu patronal, dice el ex presidente Aylwin para referirse al gobierno y su plan para la catástrofe del 27F. Y ni se arruga.
¿No recuerda el ex presidente sus propias prepotencias? ¿Ni las de Lagos, peor aún? ¿Nadie se preocupó de recordarle al ex presidente, quizás afectado por la veteranía, que la Concertación nunca gobernó con la gente, y que, más aún le dio la espalda y desarticuló sus organizaciones?

Tierno el presidente Aylwin. Pedirle a la derecha que renuncie a su espíritu patronal es querer modificar su ADN. Es cosa de ver sus patrimonios hecho público con ocasión de asumir como autoridades. Pero no ése, sino el fantasma, el que no aparece pero que es el patrimonio que corresponde a los patrones, a los dueños, a los propietarios de casi todo. Hasta de los goles del fútbol del domingo.

Con pena y sin gloria, el Cónclave de la Concertación no ha dicho esta boca es mía respecto de sus responsabilidades históricas. No tiene por qué hacerlo. Nada los obliga. Acostumbrados a la impunidad y con la certeza que la gente es boba, insistirán que el escuálido 29,6 por ciento fue un error de la gente mal agradecida. No de ellos. Infalibles. Perfectos. Satisfechos. Cultos. Buenas personas. Como Michelle Bachelet, que reinó levitando sobre un inútil porcentaje de cariño de la mucha gente que la quiere.

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