Este
hombre, que vive en el Reino Unido desde 1975, fue víctima de torturas
reiteradas –en diversos recintos–, entre el 16 de septiembre de 1973 y
el 12 de junio de 1975, fecha en que salió de Chile, gracias a un
decreto del Ministerio de Interior.
La
CIDH no castigó el delito de torturas en sí, si no el hecho que Chile
no hiciera una investigación de oficio, pese a conocer lo ocurrido con
García Lucero desde 1994.

Aunque,
en octubre de 2011, la Corte de Apelaciones de Santiago acogió una
denuncia de García Lucero y ordenó que se iniciara una investigación
judicial por su caso, el tiempo transcurrido entre cuando fue informado
de los hechos y comenzó el juicio –16 años, 10 meses y siete días– fue
considerado demasiado largo por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos.
“Debido
a la excesiva demora en iniciar la investigación de las torturas, Chile
es internacionalmente responsable por la violación de los derechos a
las garantías judiciales y a la protección judicial”, señala el fallo
condenatorio. El citado tribunal internacional ordenó a Chile continuar y
concluir la investigación “dentro de un plazo razonable” y pagar la
cantidad fijada por daño inmaterial (cerca de 20 mil libras esterlinas).
La memoria pertinaz
Este
fallo condenatorio, en el caso García Lucero, ocurre en un momento de
despertar de la memoria colectiva respecto del drama de la tortura. Ese
fenómeno se desplegó, con fuerza nunca antes vista, en el contexto de la
conmemoración de los 40 años del golpe militar. Numerosos programas de
televisión abordaron esta temática. Víctimas de la tortura entregaron
minuciosos detalles de lo sufrido. El País entero se enfrentó a una
realidad que se mantenía oculta, bajo la alfombra.
Dos
semanas antes del 11 de septiembre, se presentó en la ciudad-puerto de
San Antonio el libro El despertar de los cuervos [Editorial CEIBO], del
periodista Javier Rebolledo. El auditorio del nuevo centro cultural de
esta ciudad –con capacidad para 500 personas– se repletó, y cientos
quedaron afuera. El hecho causó conmoción, quizás porque –a pesar de
haber sido una de las ciudades más afectadas por la represión política–
sus habitantes nunca se han podido liberar del todo del yugo que
significó haber sido sometidos por el entonces coronel Manuel Contreras.
Este
genocida era, en septiembre de 1973, comandante del Regimiento de
Ingenieros Tejas Verdes, que fue el laboratorio que dio forma a la
Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) de la que fue creador y
director. Según se señala en el referido libro, Tejas Verdes fue “el
nido de la DINA”. Allí se capacitaron en métodos de tortura cientos de
uniformados, que pasaron a integrar las filas de la DINA. Cosme
Caracciolo, líder histórico de los pescadores artesanales chilenos,
entregó el testimonio del horror vivido por él en dicho centro de
detención, tortura y exterminio. “Tejas Verdes representa, para mí, una
de las cuestiones más tristes, más turbias y más oscuras que se pueda
recordar de la Dictadura. Fíjate que cualquier persona que pasaba por el
puente Las Rocas, hacia San Antonio o hacia Las Rocas de Santo Domingo,
podía ver el campo de concentración, podía ver las torretas con las
ametralladoras. Era igual que las imágenes que guardábamos de las
terribles películas de los campos de concentración nazi. Eso era lo que
la gente veía y yo creo que eso se hizo para infundir terror en la
población”.
Cosme
Caracciolo señala que fue detenido el 10 de marzo de 1975, en una
redada que se hizo en San Antonio en contra de militantes del Movimiento
de Izquierda Revolucionario (MIR): “Yo estaba en mi casa; ese día,
habíamos estado trabajando en la mar con mi padre y con otro par de
compañeros pescadores […] cuando me desperté me di cuenta que los
militares estaban dentro del dormitorio y me habían puesto en la cabeza
el cañón de la ametralladora […] había uno que me pegaba con el cañón en
la cabeza, y yo miro al lado y veo a mi esposa, la Tere, que estaba
sentada en la cama: estaba llorando con la guagua [su hijo Luciano] en
brazos, y yo les pedía a los militares, que venían con gorro pasamontaña
[…] que si me iban a hacer algo, me sacaran de ahí”.
“Me
sacaron del dormitorio; mi mujer quedó llorando, en la casa; en el
patio me golpearon, me amarraron y me vendaron […] Cuando me llevan a la
camioneta, sentí el llanto de mi hermana Belinda… ella estaba en la
cabina de la camioneta y me pedía perdón… ahí me di cuenta, por sus
gritos […] que la habían sacado de la casa para que dijese dónde yo
vivía”.
Al
llegar al lugar de reclusión y después de tenerlo un par de horas en el
piso, iniciaron el `interrogatorio´. “Yo, lo único que pedía era que
liberaran a mi hermana: [ella] había tenido un parto hacía muy poco
tiempo… entonces. yo lo único que quería era que la liberaran”.
Como
a los tres días, uno de los guardias le informó que la habían soltado.
Poco después, ella se fue a Suiza, país en el que aún está radicada.
Cosme
continúa su narración: “Esa noche me llevaron a sesión de
interrogatorio; es decir, de tortura […] Me metieron a una sala con la
ropa que estaba no más y me tiraron sobre una camilla, o cama. Me
pusieron unos perros metálicos en los lóbulos de los oídos y bueno, ahí
[comenzó] una sesión de electricidad. Llegaba el momento en que era tan
fuerte la electricidad que uno empezaba como a convulsionarse… y ahí te
paraban la electricidad y volvían a preguntarte huevadas, tonteras,
estupideces […] Para mí eran cuentos, invenciones; entonces, no podía
tener respuestas a esas cuestiones… creo que me desmayé después, porque
sentí como me llevaban en el aire y me tiraron entre medio de los
compañeros que estaban en el piso”.
“Toda
esa noche, estuvieron sacando compañeros y los sometían a lo mismo que
me habían sometido a mí […] no podías dormir… no sabías si la luz estaba
encendida, o apagada. No sabías si estaban los guardias adentro… de
repente escuchabas: ‘aquí viene un huevón, aquí traemos uno’ y lo
tiraban al piso […] yo intenté conversar con los compañeros que
llegaban, para darle un poco de fuerza […] y nos agarraban a puntapiés y
culatazos a los que tratábamos de conversar con los que venían
llegando. Esa fue la primera noche, fue una noche horrible y esto
continuó así, sin parar”.
El
pescador Caracciolo, que durante la primera década de este siglo
presidió la Confederación de Pescadores Artesanales de Chile (CONAPACH),
expresa que, a pesar de lo horrible de las torturas, lo que más le
afectó fueron las humillaciones.
Dice que durante los primeros cinco o seis días de reclusión no recibió alimento alguno. Transcurrido ese tiempo, le soltaron las manos a él y a otros cuatro detenidos y los invitaron a comer. “Era sólo una fuente para cuatro prisioneros. Yo, instintivamente, traté de apropiarme de la fuente, y para hacerlo atiné a golpear a mis compañeros”.
Dice que durante los primeros cinco o seis días de reclusión no recibió alimento alguno. Transcurrido ese tiempo, le soltaron las manos a él y a otros cuatro detenidos y los invitaron a comer. “Era sólo una fuente para cuatro prisioneros. Yo, instintivamente, traté de apropiarme de la fuente, y para hacerlo atiné a golpear a mis compañeros”.
Dice
que, luego de unos segundos, recapacitó, lloró y dejó de comer. Esa
experiencia la recuerda como la peor de toda su vida. “Nos rebajaron a
la categoría de seres irracionales, porque podría haber sido un hermano
al que le pegaba, por un poco de comida”, manifiesta.
Caracciolo
estuvo detenido cerca de tres meses, en los que fue torturado casi
todos los días. Al ser liberado, le pidieron a él y a otros prisioneros
que contaran que habían sido tratados bien.
A
pesar de los tormentos vividos, Caracciolo –que, ahora, tiene 60 años–
inició una lucha clandestina contra la Dictadura, que nunca abandonó. De
hecho, aún es uno los dirigentes sociales más combativos de Chile.
- Esta nota, también, fue publicada en Revista Proceso (México)
Francisco Marín
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