Los hijos invisibles de la dictadura
- Jaime Retamal
- Facultad de Humanidades de la Usach
- http://educacion.usach.cl
-
- Consideré que no era oportuno no escribir sobre el testimonio de Nieves; testimonio que escuchamos hace algunos días en el programa televisivo ‘Informe Especial’.
La reflexión que podemos hacer de sus palabras es en realidad una
reflexión que algunos pensadores vienen realizando hace ya algún tiempo
en otras latitudes.
En consecuencia, para ser muy sincero, cuando escuché a Nieves apagué
el televisor; no pude seguir viendo el programa por más tiempo, pues me
pareció –su sentido periodístico– fatuo al extremo, y repasé mejor
algunas tesis de biopolítica que tan acertadamente han sido elaboradas
desde Foucault hasta Esposito, por decir dos nombres, y que vengo
frecuentando hace algún tiempo para realizar “otro” análisis de lo que
hicieron con la educación chilena, pero desde una perspectiva más
filosófico-política: es que al parecer la dictadura chilena no sólo
buscó por los medios conocidos extirpar una idea –la marxista, por
ejemplo– sino que además se trató de algo más profundo y por lo mismo
más siniestro.
Después de algunos días recién pude ver el programa televisivo de
nuevo, y me parece –con la misma sinceridad lo digo y sin la arrogancia
de mi primer impulso– que es una reflexión a lo que todavía queda por
pensar de la dictadura y del ethos que logró configurar en nuestro país. No es menor. Lo recomiendo encarecidamente.
“Yo quedé embarazada de las violaciones a la que fui sometida; ellos
consideraban, a los que eran engendrados en tortura, hijos de la
patria.”
Nieves fue torturada y sometida a esos vejámenes en Londres 38 y en
Tejas Verdes y éste es un extracto de su breve testimonio. Lo que no
había escuchado con tanta elocuencia –por descuido o por lo que fuere–
era lo segundo: “… ellos consideraban a los que eran engendrados en
tortura, hijos de la patria”. Y no lo había escuchado porque, de alguna
manera, uno se acostumbra (no tengo otra palabra) a la tanatopolítica de
la dictadura, el exterminio, la desaparición de los cuerpos, Los
zarpazos del Puma y la Operación Cóndor.
Pero el estupro político, eugenésico, como se puede apreciar a todas
luces ocurrió en Chile, es idéntico al ocurrido en Ruanda o en Bosnia, y
sus intencionalidad es mucho más radical y siniestra que la
tanatopolítica y, tal vez por ello, menos advertida como forma de acción
política. Pensarlo así, como acción política y no como puro
irracionalismo propio de la naturaleza humana nos ayuda a comprender
mejor lo que sucedió, pero, sobre todo, cómo llegamos a esto, a este
modelo social que parece inmune a cualquier otro sentido que no sean los
sentidos que la dictadura injertó como neoliberalismo.
Un informe de la ONU del año 2004 –nos recuerda Roberto Espósito– dio
a conocer que diez mil niños de la misma edad son el fruto biológico de
los estupros étnicos cometidos, diez años atrás, durante el genocidio
que los hutu consumaron contra los tutsi. Lo claro es que es una
práctica política que modifica de “manera inédita la relación entre vida
y muerte conocida en las guerras tradicionales e, incluso, en aquellas
llamadas asimétricas, libradas contra los terroristas”; baste tomar en
serio la frase “estamos en guerra contra el marxismo”, para darse cuenta
de que esta reflexión no es un simple traslape argumental o metafórico
desde lo ético a lo político.
Cuando es “la vida la que viene de la muerte, de la violencia, del
terror de mujeres a quienes se embaraza aún desmayadas por los golpes
recibidos o inmovilizadas con un cuchillo sobre la garganta”, estamos en
presencia de una modificación inédita, dice Esposito: “Mientras los
nazis, y todos sus émulos, consumaban el genocidio mediante la
destrucción anticipada del nacimiento, el genocidio actual se lleva a
cabo mediante el nacimiento forzado, equivalente a la más drástica
perversión del acontecimiento que lleva en sí la esencia de la vida,
además de su promesa” (ver en Bíos. Biopolítica y filosofía, Amorrortu editores, 2006).
Es una práctica biopolítica directa, digámoslo así, pero qué decir de
todo aquel conjunto de prácticas “indirectas” que también tienen que
ver con la vida y que perfectamente podríamos interpretar como algo más
que simple reforma estructural. Interpretar, por cierto, más allá de una
hermenéutica puramente lineal. El ejemplo de la reforma educacional
realizada en dictadura me parece evidente desde esta perspectiva
biopolítica… pero no sólo biopolítica a decir verdad, sino que además
psicopolítica (les pido disculpas por citar de nuevo, pero no me cabe
sino recomendar el extraordinario libro de Byung-Chul Han, Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, editorial Herder, 2014).
¿No es la educación neoliberal creada en dictadura una forma de
inmunizarnos de un cáncer? Si leyéramos desde esta perspectiva lo que se
decía y hacía en la época, nos asombraríamos: tal vez los “hijos
invisibles” de la dictadura somos todos nosotros de alguna forma
impensada.
Termino con una cita más de Roberto Esposito, para pensar lo que hay
también de indecible en todo esto: “Que todas las madres de guerra
ruandesas, al dar testimonio acerca de su experiencia, hayan declarado
que aman a su hijo nacido del odio, significa que la fuerza de la vida
prevalece aún sobre la de la muerte. Significa también que la más
extrema práctica inmunitaria está destinada a volverse contra sí misma”.
El Mostrador.
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