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viernes, 26 de diciembre de 2014

Los hijos invisibles de la dictadura

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Facultad de Humanidades de la Usach
 
Consideré que no era oportuno no escribir sobre el testimonio de Nieves; testimonio que escuchamos hace algunos días en el programa televisivo ‘Informe Especial’.
La reflexión que podemos hacer de sus palabras es en realidad una reflexión que algunos pensadores vienen realizando hace ya algún tiempo en otras latitudes.
En consecuencia, para ser muy sincero, cuando escuché a Nieves apagué el televisor; no pude seguir viendo el programa por más tiempo, pues me pareció –su sentido periodístico– fatuo al extremo, y repasé mejor algunas tesis de biopolítica que tan acertadamente han sido elaboradas desde Foucault hasta Esposito, por decir dos nombres, y que vengo frecuentando hace algún tiempo para realizar “otro” análisis de lo que hicieron con la educación chilena, pero desde una perspectiva más filosófico-política: es que al parecer la dictadura chilena no sólo buscó por los medios conocidos extirpar una idea –la marxista, por ejemplo– sino que además se trató de algo más profundo y por lo mismo más siniestro.
Después de algunos días recién pude ver el programa televisivo de nuevo, y me parece –con la misma sinceridad lo digo y sin la arrogancia de mi primer impulso– que es una reflexión a lo que todavía queda por pensar de la dictadura y del ethos que logró configurar en nuestro país. No es menor. Lo recomiendo encarecidamente.
“Yo quedé embarazada de las violaciones a la que fui sometida; ellos consideraban, a los que eran engendrados en tortura, hijos de la patria.”

Nieves fue torturada y sometida a esos vejámenes en Londres 38 y en Tejas Verdes y éste es un extracto de su breve testimonio. Lo que no había escuchado con tanta elocuencia –por descuido o por lo que fuere– era lo segundo: “… ellos consideraban a los que eran engendrados en tortura, hijos de la patria”. Y no lo había escuchado porque, de alguna manera, uno se acostumbra (no tengo otra palabra) a la tanatopolítica de la dictadura, el exterminio, la desaparición de los cuerpos, Los zarpazos del Puma y la Operación Cóndor.
Pero el estupro político, eugenésico, como se puede apreciar a todas luces ocurrió en Chile, es idéntico al ocurrido en Ruanda o en Bosnia, y sus intencionalidad es mucho más radical y siniestra que la tanatopolítica y, tal vez por ello, menos advertida como forma de acción política. Pensarlo así, como acción política y no como puro irracionalismo propio de la naturaleza humana nos ayuda a comprender mejor lo que sucedió, pero, sobre todo, cómo llegamos a esto, a este modelo social que parece inmune a cualquier otro sentido que no sean los sentidos que la dictadura injertó como neoliberalismo.
Un informe de la ONU del año 2004 –nos recuerda Roberto Espósito– dio a conocer que diez mil niños de la misma edad son el fruto biológico de los estupros étnicos cometidos, diez años atrás, durante el genocidio que los hutu consumaron contra los tutsi. Lo claro es que es una práctica política que modifica de “manera inédita la relación entre vida y muerte conocida en las guerras tradicionales e, incluso, en aquellas llamadas asimétricas, libradas contra los terroristas”; baste tomar en serio la frase “estamos en guerra contra el marxismo”, para darse cuenta de que esta reflexión no es un simple traslape argumental o metafórico desde lo ético a lo político.
Cuando es “la vida la que viene de la muerte, de la violencia, del terror de mujeres a quienes se embaraza aún desmayadas por los golpes recibidos o inmovilizadas con un cuchillo sobre la garganta”, estamos en presencia de una modificación inédita, dice Esposito: “Mientras los nazis, y todos sus émulos, consumaban el genocidio mediante la destrucción anticipada del nacimiento, el genocidio actual se lleva a cabo mediante el nacimiento forzado, equivalente a la más drástica perversión del acontecimiento que lleva en sí la esencia de la vida, además de su promesa” (ver en Bíos. Biopolítica y filosofía, Amorrortu editores, 2006).
Es una práctica biopolítica directa, digámoslo así, pero qué decir de todo aquel conjunto de prácticas “indirectas” que también tienen que ver con la vida y que perfectamente podríamos interpretar como algo más que simple reforma estructural. Interpretar, por cierto, más allá de una hermenéutica puramente lineal. El ejemplo de la reforma educacional realizada en dictadura me parece evidente desde esta perspectiva biopolítica… pero no sólo biopolítica a decir verdad, sino que además psicopolítica (les pido disculpas por citar de nuevo, pero no me cabe sino recomendar el extraordinario libro de Byung-Chul Han, Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, editorial Herder, 2014).
¿No es la educación neoliberal creada en dictadura una forma de inmunizarnos de un cáncer? Si leyéramos desde esta perspectiva lo que se decía y hacía en la época, nos asombraríamos: tal vez los “hijos invisibles” de la dictadura somos todos nosotros de alguna forma impensada.
Termino con una cita más de Roberto Esposito, para pensar lo que hay también de indecible en todo esto: “Que todas las madres de guerra ruandesas, al dar testimonio acerca de su experiencia, hayan declarado que aman a su hijo nacido del odio, significa que la fuerza de la vida prevalece aún sobre la de la muerte. Significa también que la más extrema práctica inmunitaria está destinada a volverse contra sí misma”.

El Mostrador.
 

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