Después que los aviones de la fuerza aérea de Chile bombardearon la residencia del presidente Allende en Tomás Moro con Apoquindo, y del posterior allanamiento hecho por los militares golpistas, se produjo allí un insólito saqueo. Las imágenes de algunos vecinos acarreando para sus casas televisores, jugueras, ollas y otros utensilios quedaron registradas en las portadas de los periódicos de la época.
Por la noche nos pudimos enterar que ni la despensa ni el refrigerador habían sido saqueados. En efecto, un oficial mostraba con lujo de detalles lo que contenía el refri: 4 pollos enteros, queso, carne, verduras, etc.; la bodeguita completaba el cuadro con una treintena de botellas de vino, “Casillero del Diablo” enfatizó el improvisado locutor. De las botellas de cabernet-sauvignon nunca más se supo, tampoco de las valiosas pinturas que Allende recibió como obsequio de sus propios autores. Esas pinturas, además de joyas y otros objetos de valor, desaparecieron en posterior y silencioso saqueo. Los seres humanos, o por lo menos los que habitamos este sufrido país, al parecer llevamos en nuestro ADN esa tendencia vil de aprovecharnos de las circunstancias, por muy crueles que parezcan ante los atónitos ojos del ciudadano común. En nuestro Chile actual terremoteado, un periodista increpa a un sinvergüenza que se llevaba un plasma sobre qué necesidad tenía de asegurarse con ese valioso objeto. Le contesta mirando a la cara con pose de protagonista: “es que nos espera una chela heladita para ver la tele”. Así fue la sorprendente declaración del hasta ayer desconocido y ninguneado delincuente. De modo que es un mito que con declarar estado de sitio terminará el vergonzoso pillaje, lo que pasa es que se dan las condiciones para que ello ocurra, que son anteriores al detonante, en el caso actual, el fatídico sismo. No me parece propio que la fuerza pública este vigilando las grandes tiendas y megamercados cuando lo urgente es ir en ayuda de los afectados por la tragedia. Yo habría esperado de las sociedades que controlan el comercio de los alimentos que los hubiesen donado a la población, así se habrían evitado estas chocantes imágenes, y también que se descompusieran los alimentos perecibles. No ha ocurrido lo mismo con decenas de modestos comerciantes afectados tal como sus vecinos que en cambio repartieron lo que tenían. Esa solidaridad no ha salido por la TV. El espectáculo televisivo sigue su curso cruel. El Estado hace lo que le permite su estructura, se demora en llegar, esa es la verdad. Ya habrá tiempo de analizar como dicen las autoridades que soslayadamente así evitan la crítica, es cierto, primero están las vidas de los sobrevivientes, sus condiciones para levantarse. Pero llegará el momento de analizar y sacar lecciones. Chile debe ser descentralizado urgentemente, las ciudades y pueblos deben tener más autonomía. La sociedad debe hacer otro contrato social que contemple la regularidad en que se manifiestan nuestras tragedias naturales y políticas. La opulencia y la precariedad será siempre una condición para una consecuente réplica, y que se manifestará en el momento menos pensado.
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