escrito por Godosky
Cierto que los años pasan y los desaparecidos siguen pidiendo justicia. Hoy, para mi memoria, es igual al 1973, mejor dicho, todos los días del mundo son el 1973. Leo las noticias sobre las trece víctimas halladas en los hornos de lonquén y pienso en las uñas. Pasaran tantos gobiernos por la patria, pero no habrá uno con brocal porque los desaparecidos son miles y miles que no podrán romperles las uñas para evitar que sigan rasguñando la tierra.
El trabajo del laboratorio “Health Sciencia Center” ayuda a encontrar nombres de los camaradas, pero, eso, de demorar cuatro años es preocupante ya que otros nombres podremos leerlos, ¿quién sabe?, en 10 años más tarde. En los primeros días del golpe, por pedido de un camarada comunista, buscado por los chacales de Pinochet, me pidió que me encargara de buscar compañero en la Morgue de Santiago. Cierto que era una tarea complicada. A la entrada de la morgue había que presentar el carnet de identidad. Las colas de los parientes que buscaban sus seres queridos eran largas que, sino no era por una esquina que obligaba hacer la curva, podían llegar hasta al interior del Cementerio General. Muchos entraban con sus ojos secos y salían con ataques de llantos. Era mi primera vez que veía tanto dolor. Al ingresar a la Morgue, me topé con carabineros armados hasta los dientes y sus miradas eran lejanas, escondiendo el compromiso con la historia y acusando su vergüenza por la traición del general Mendoza.Antes de ingresar a buscar los nombres que llevaba en mis manos, una mujer, joven, llena de optimismo, me pidió que la acompañase a buscar a su hijo aunque ella no creía que lo encontraría muerto, pero si, había desaparecido. “Empiezo por lo más duro, porque luego buscaré a mi hijo en el Estadio Nacional”, me dijo.Entremos con un pañuelo en las narices porque el hedor a muertos era invadente. Nunca, ni en los documentales del tiempo nazista, había visto tanto ejecutado. Mi Gente, mi pueblo, asesinado cruelmente por la Junta. El galpón de las almas que estaban tirados en el suelo y otros cuerpo sobre otros que componían una torre de carne asesinada. Todos los ejecutados llevaban en un dedo del pies un nombre, y otros, un ¨”NN”. Niños, bebés madres, jóvenes y ancianos llenaban el escenario triste del 1973. La señora se tomó de mi brazo. Buscamos, entre la montaña de pieces desnudos, los nombres de los ejecutados. En uno de los nombres apareció el de hijo de la señora. Lo habían masacrado. “Mi hijo nunca hizo política, asesinos”, gritaba. Los carabineros pasaron bala. Los camaradas con los “NN” en los dedos de los pieces, pues fueron cremados y, al mismo tiempo, “legalmente desaparecidos”. Todos sabemos que la junta ordenaba quemar documentos de los detenidos para hacerlos pasar por “NN”. Saqué la señora de la Morgue y la metí en un taxi. Todo el cuadro que me ha quedado clavado en mi memoria, no me llevó a sentir odio contra los asesinos, sino que a sentir pena por lo que cometieron y cometían:sentir odio era ser igual a ellos. Muchas veces rompo en llantos porque antes, en la resistencia, nunca tuve tiempo para llorar. En fin, los hornos de la Morgue de Santiago de Chile, y no tengo dudas de las otras morgues repartidas en la patria, se utilizaron de la misma forma que lo hicieron los nazis contra el pueblo judío. Con todo me relato, triste y lleno de dolor hacia los familiares, no intento detener la búsqueda de sus queridos, sino que, buscar indicios en todos los hornos de las morgues chilenas.
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