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miércoles, 2 de abril de 2014

La indignante dieta de los actuales parlamentarios

Escrito por Rafael Luis Gumucio Rivas.

Hasta 1924, los parlamentarios no recibían dieta, sin embargo, se compraban los cargos, y el sillón de senador valía un $1.000.000 de la época; el de diputado, $500.000; el de regidor, $200.000, dinero que salía del bolsillo de los oligarcas. Hoy puede decirse que también se paga por ocupar los sillones en el Congreso, pero la diferencia es reciben una dieta estratosférica: $8.198.000 como sueldo bruto mensual para cada congresista, suma a la cual sólo hay que descontar ISAPRES y AFPs. A este sueldo hay que agregar una serie de canonjía, como gastos en transporte, viáticos de representación, asesoría parlamentaria, secretarias y otros ítems que me niego a recordar pues me da vergüenza ante tal indignidad. Se ha dado el caso de parientes de congresales, pagados con estos sobresueldos, lo que entra a engrosar el capital del parlamentario y su familia.
 
Pensemos que el conjunto de gastos –incluido el sueldo base del parlamentario – suma $25.000.000 mensuales, y hay congresales, como el diputado Sergio Aguiló, y otros, que ya completan 25 años an el cargo. Junte usted $96.000.000 anuales y multiplíquelo por 25, es decir $2400.000.000, cifra que jamás ha podido obtener ni el más afortunado ganador de premios de azar acumulados. No hay que ser muy mal pensado para darse cuenta de que la mejor manera de devenir de pobre a millonario es comprarse un sillón parlamentario, bien siendo parte de la mafia de los partidos políticos, lograr apoyo de los empresarios o grandes grupos económicos, o simplemente, comprar a los electores – para acceder a un sillón basta con tener buena publicidad en los Diarios de derecha, pues la potencia de un candidato se mide por los centímetros que ocupan en esos Diarios -.
 
Si un ciudadano ha sido elegido una vez, tiene prácticamente asegurada la posesión del escaño parlamentario por 25 años. Y si es un diputado ambicioso, puede escalar al senado. Sabemos que el 80% de los diputados que se presentan son reelegidos por obra y gracia del sistema binominal.
 
En la pseudo democracia chilena, el parlamento es la institución más desprestigiada ante la opinión pública, pues casi el 90% de los ciudadanos consideran a los parlamentarios ignorantes, abusadores, flojos e inútiles y, se da el caso de que algunos de ellos, con sueldos millonarios, se dan el lujo de concurrir a las comisiones y, al momento de votar, ni siquiera saben lo que votan sio es que están presentes.
 
Alguien me dirá que son los representantes del pueblo, pero muchos de ellos apenas sí representan al 5% de los electores habilitados para sufragar – ver el estudio de CIPER-Chile sobre el tema -.
 
Dos diputados honestos y claro, jóvenes, han tenido el valor y la dignidad de proponer la reducción en un 40% de los parlamentarios que, de todas maneras, el sueldo sólo se bajaría a $4.500.000, nada para morirse de hambre – al menos podrían comprar varios kilos de pan y algunas cajas de té para alimentar a sus desnutridas familias -.
 
Bastó que estos jóvenes diputados plantearan este proyecto para que los fariseos de siempre pusieran el grito en el cielo, aduciendo su inconstitucionalidad. Para colmo de la hipocresía, los Presidentes de la república, ministros, parlamentarios e intendentes no se van rebajar los impuestos que, según la proyecto de reforma tributaria, está destinada a 1% que pagaba el 40% y que según este proyecto, se rebajaría al 35%. Con razón, se dice que la hipocresía es el homenaje que la virtud hace al vicio.
 
El desprestigio del Parlamento no es nuevo en Chile: el historiador Alberto Edwards decía: “El que estas líneas escribe fue aliancista durante el corto tiempo en que figuró en política activa (1909-1912), sin que con ello creyera servir una idea doctrinaria o social específicamente diversa a la de los coalicionistas. Nadie puede imaginar entonces que la coalición representaba la conservación del orden existente, ni la Alianza su reforma revolucionaria o no. Por otra parte, yo estimaba que aquello no podía durar; pero no tenía la noción fija del modo como se derrumbaría: ´me voy del Congreso, dije a mi amigo Carlos Balmaceda: en materia de palizas, prefiero no estar entre los que los reciben´”. (Edwards, Vives, La fronda aristocrática: 1918:197
 
Rafael Luis Gumucio Rivas

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