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lunes, 24 de abril de 2017

OPINIÓN

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La relativización del horror

por  24 abril, 2017

“Sólo llevaban gente para ser torturada”, dice un testimonio vertido en el libro “El Despertar de los Cuervos”, del periodista Javier Rebolledo. Se refiere al subterráneo del casino de oficiales del regimiento Tejas Verdes, cuna de la DINA, centro de tortura y asesinato durante la dictadura. El mismo que la semana pasada fue condecorado por la mayoría de los concejales de la comuna de San Antonio, quienes, con el voto del alcalde Omar Vera, aprobaron el otorgamiento de la medalla municipal de honor a ese regimiento.
 Es sorprendente cómo a casi 44 años del inicio de la dictadura y 27 de su fin, lo que es un consenso universal aún no cala hondo en cada rincón de nuestro país. Los crímenes de lesa humanidad son considerados inaceptables en el mundo entero; son crímenes que atentan gravemente contra la integridad de miles o millones de seres humanos, afectando primero a sus familias y luego a sociedades enteras. Son crímenes contra la humanidad toda, que deben ser sancionados en cualquier lugar y tiempo, es decir, sin importar cuántos años hayan pasado.
 Ha sido evidente que las violaciones a los derechos humanos cometidos en dictadura han sido parte de las agendas de todos los gobiernos democráticos, desde 1990 a la actualidad, y es una preocupación prioritaria del gobierno de la presidenta Bachelet.
 Asimismo, los Tribunales han dado pasos hacia la sanción de estos crímenes: la condena a 33 ex agentes de la dictadura hace un mes y los dos fallos unánimes que en primera instancia condenaron a jerarcas de la DINA y de Colonia Dignidad por la desaparición de 51 personas durante la semana pasada, son ejemplos de esto.
 Por su parte, las organizaciones de víctimas y de familiares no han cejado en su lucha por encontrar verdad y justicia, trayendo a la memoria de todos y de todas el pasado reciente en el que personas fueron torturadas, asesinadas y hechas desaparecer en virtud de sus ideas, compromisos y militancias.
 Sin embargo, aún como sociedad nos falta entender y aceptar a cabalidad la magnitud e implicancia de los derechos humanos, de las convenciones que Chile ha ratificado y de las obligaciones que tenemos todos y todas quienes trabajamos en el Estado, o quienes ostentan un cargo de representación popular. No es posible hablar de derechos humanos si olvidamos que aún hay miles de familias que arrastran las heridas imborrables de una dictadura reciente.
Sin embargo, aún como sociedad nos falta entender y aceptar a cabalidad la magnitud e implicancia de los derechos humanos, de las convenciones que Chile ha ratificado y de las obligaciones que tenemos todos y todas quienes trabajamos en el Estado, o quienes ostentan un cargo de representación popular. No es posible hablar de derechos humanos si olvidamos que aún hay miles de familias que arrastran las heridas imborrables de una dictadura reciente.
 Heridas que difícilmente cicatrizarán si siguen enfrentándose a la actualización del daño, provocado por la apología al terrorismo de Estado, la condecoración a sus centros operativos o la exculpación de sus agentes, en definitiva, a la relativización de las violaciones a los derechos humanos. Por eso el clamor de las y los familiares de más verdad, justicia y memoria está tan vigentes.
 Esa es una de las razones por las cuales la Presidenta Michelle Bachelet ha encomendado a esta Subsecretaría trabajar por la verdad, la justicia y la memoria. Estamos avanzando: el Programa de Derechos Humanos continúa trabajando con ahínco en el esclarecimiento de estos crímenes, apoyando a las familias de las víctimas y el trabajo que las organizaciones realizan por la memoria; y en estos meses nuestros esfuerzos están concentrados en la formulación de un Plan Nacional de DDHH, que incluirá la promoción de la investigación, sanción y reparación de los crímenes de lesa humanidad y genocidios, así como la preservación de la memoria histórica; entre otras medidas.
 A comienzos de los años 90 todos los sectores políticos lograron un consenso y se reconoció que existieron los crímenes contra la humanidad en nuestro país. El verdadero camino hacia el nunca más requiere de un segundo consenso: el repudio absoluto a estos crímenes. Sólo así, desde el entendimiento profundo de que la dignidad del ser humano merece un respeto irrestricto, construiremos una cultura que nos permitirá sentar las bases para un futuro de goce pleno de los derechos de todos y de todas, sin ninguna excepción. En este camino estamos.

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