El martes 26 de noviembre fue una tarde de mucha represión en la población Cinco Pinos de San Bernardo. Fabiola, una trabajadora de 36 años, madre de tres hijos, iba rumbo al turno de noche en su trabajo cuando recibió de lleno el impacto de una bomba lacrimógena en el rostro, lanzada por Carabineros a menos de 15 metros de distancia. Al día siguiente se confirmó que perdió la visión de ambos ojos. Es conocida por una labor activa en la población Cinco Pinos como dirigenta vecinal, por jugar fútbol y ser una mujer llena de vida. Una de sus hijas iba a graduarse. Estaba feliz. Esta es su historia en palabras de amigos, pobladores y familiares.
Fabiola avanza rápido con la pelota en los pies, lleva la camiseta número 11, se adelanta con un regate y una sonrisa de triunfo. Finaliza la jugada dando un pase. Con ese recuerdo se queda Ninoska Abarca (23), amiga y compañera de trabajo. Las noches que tenían libres, las citas para jugar fútbol, eran infaltables en las canchas de futbolito de Carozzi.
–Vamos, yo te llevo a la casa-, le decía Fabiola, quien la cuidaba como una hija por la diferencia de edad. Así se ponían en la buena después de alguna discusión acalorada en el partido.
“Es que la tía pega patadas fuertes. Yo le decía que me gustaba más de defensa. Nos enojábamos y después nos veníamos muertas de la risa”, recuerda la joven, mientras su rostro dibuja una mueca cálida, de felicidad.
Sacaron el tercer lugar en un campeonato hace un mes y medio. Estaban contentas. El momento quedó inmortalizado en una foto: Fabiola alza la medalla, riendo, al centro del grupo.
Lo segundo que la tenía feliz era la graduación de cuarto medio de su hija mayor Frances (19) en el Liceo Comercial San Bernardo. Será el 6 de diciembre y ya tenían listos los preparativos para la comida familiar. Quizá tendrían una reunión como las de siempre: un picoteo, la sobre mesa y un abrazo apretado entre ambas. Era la promesa de un futuro mejor.
“Mis hijos son lo más importante”, dice en uno de sus posteos en Facebook.
Fabiola fue mamá a los 17; luego vendría Paloma (tres años después) y B, el menor que tuvo con su segunda pareja, Marcos, a quien conoció en un trabajo en Estación Central. Se casaron el 2014 y celebraron la fiesta en la casa. Todos dicen que eran una familia feliz.
Estaba trabajando como operaria en Carozzi, en la parte de “pastas”, donde llevaba cinco años y tenía tres turnos. El martes 26 de noviembre debía entrar a las diez de la noche y salir a las seis de la mañana. Ganaba 360 mil pesos, que es el sueldo promedio de todas las operarias. Marco trabaja en la parte de carga y descargas de camiones. A veces coincidían en horario.
Cuando le tocaba turno de noche, Fabiola trataba de estirar al máximo el tiempo con sus hijos. Había manifestaciones en la calle y tenía miedo de los Carabineros, por la fuerte represión las noches anteriores. Por eso le pidió a su hermana (Ana María) y a su hija Paloma que la “encaminaran”. La rutina era siempre así: uno de sus hijos la acompañaba a comprar el pan en el almacén “Lo Herrera”, ella lo mandaba de vuelta a la casa con la bolsa y partía al paradero de la avenida Portales donde pasaba el bus de acercamiento.
En su círculo más cercano aún no dan crédito a lo que sucedió.
-Siempre estaba ahí cada vez que alguien necesitaba ayuda, sin mirar quién fuera. Cuando pedíamos ayuda comunitaria, había bingos, siempre iba a todas. Me podría haber pasado a mí por último, yo sí estaba manifestándome, ella iba a trabajar (…) Cuando se asomó por el pasaje, con miedo para ir a comprar, ahí fue cuando pasó todo-, recuerda Ninoska.
-¿Qué significa Campillay?
-Ahí sí que me pilla-, dice amable.
El sitio “Mis apellidos”, sin embargo, da una idea. De origen Diaguita, Campillay significa “Crepúsculo o atardecer”.
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El jueves a las cuatro de la tarde la población Cinco Pinos está tranquila. En el pasaje Ángel Guido -donde ocurrió todo-, merodean un par de poodles abandonados que acosan a los vecinos. El silencio se rompe cuando una familia de feriantes descarga cebollas de una camioneta blanca. En la esquina aún se ven las manchas, una especie de estela de sangre, como prueba de lo que pasó.
En la casa de los Cáceres Campillay se oyen risas de algunas mujeres. Las hijas de Fabiola aparecen en la puerta, Frances y Paloma, amables, sonrientes, con sus caras deslavadas. Muestran entereza para explicar cómo se han organizado estos días. Cuentan que “B”, el más pequeño de los hermanos, no sabe nada aún. Entre las dos extienden un lienzo con letras pintadas de negro: “Justicia para Fabiola”. Frances alisa la tela con la mano. Están cansadas. Desde que todo pasó han sido días de espera, de sufrir lo peor, de pensar en dejarla ir y de volver a tener esperanza. Marchan todos los días, almuerzan cuando pueden. Solo el trabajo amortigüa tanto dolor.
Saben que la vida les cambió para siempre.
En medio de la conversación, aparece José, un sobrino veinteañero de Fabiola. Cercano a la familia, tiene tatuajes en los brazos y cuenta que a él le tocó asistirla. La rabia se siente en sus palabras. Tuvo que arrastrar a su tía dos casas adentro mientras lo ahogaban las lacrimógenas. María y Alicia -dos vecinas- también ayudaron a cargarla. José dice que vieron a los Carabineros con las escopetas de perdigones y que ellos saben lo que realmente sucedió.
-El Carabinero que salió hablando después, diciendo que no tenían idea de lo que había pasado, que estaban controlando los desórdenes y por eso dispararon (…) Los vecinos vieron lo que hicieron, por eso después quedó la tole, tole, porque la gente salió con rabia a protestar y a quemar cosas-, dice.
Los tres piden disculpas, van a seguir trabajando para preparar la marcha. Solo saben que tienen que cuidarse, también es probable que los mayores no los dejen ir. Es protección. Nadie sabe lo que puede pasar en la noche.
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Eduardo Zuñiga, presidente de la junta vecinal de Cinco Pinos, está sentado en una de las sillas de la casa que funciona como sede y radio de la población. Es un hombre elocuente, sensible en sus comentarios. Conoce a Fabiola de toda la vida, de los 36 años que vive allí. Podría decir mucho de ella, pero habla poco. Le resulta difícil verbalizar lo que siente, balbucea algunas frases, para , respira y retoma sus palabras. Esta cansado.
El dolor puede ser una angustia persistente, un cúmulo de recuerdos, un abatimiento físico. Habla de esa Fabiola que va de un lado a otro entre bingos para enfermos de cáncer, navidades y el día del niño. Una rutina sin espacios en blanco. Atenta a la necesidades de la gente que vive a su alrededor. Hace un año que había formado el Comité de Ayuda Vecinal, un grupo de pobladores que cumplen con objetivos más específicos y las tareas que sobrepasaban a la junta original. Recientemente habían pintado un colegio, estaba orgullosa.
-Ese martes ella iba a trabajar, nosotros vamos a pelear por encontrar al culpable, aunque nos demoremos, hoy solo me imagino su dolor, ese día escuche los gritos, salí, no podía abrir el portón, estaba ciego por el humo de las bombas, y escuche ¡Le dieron en la cara, le dieron en la cara a la Fabiola Campillay! Salí, el auto ya se había ido-, recuerda.
Para Eduardo es difícil explicar la vida de la personas por fuera del contexto donde viven. Si Fabiola ayudaba a los bingos de gente enferma de cáncer, era porque los vecinos sospechan que la empresa de molibdeno -ubicada junto a la población en los límites de la ciudad- los estaba enfermando. De hecho hace unos años se incendió y luego brotaron varios casos de asma en el sector. También es difícil explicar la pelea que dieron para tener un estación en el proyecto Rancagua Express, además de no quedar aislados con las rejas perimetrales.
-Los cabros se amarraban a las vías del tren, hacían barricadas y después llegaban los Carabineros con todo a reprimir, a reventarlos-, recuerda Eduardo.
Tiene que partir dice que es mamá y papá de sus hijos, por eso también ha tratado de estar lejos de las manifestaciones, no los puede dejar huérfanos.
Frota sus manos y se abre una especia de confesión.
-Estábamos peleados con la Fabi, por su carácter fuerte, ella dice las cosas sin filtro, puede llegar a caer mal, pero cuando pasa algo todos estamos ahí, todos vamos a estar para ella, para sacarla de este hoyo-, dice antes de despedirse.
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Miguel Yañez, abogado de la familia de Fabiola, acaba de llegar a su oficina en la calle Urmeneta. Viene de una audiencia y de una noche larga de rondas por las comisarías de San Bernardo. Desde los primeros días de manifestaciones ha estado denunciando la represión en la población y en otros sectores de la comuna. El día martes estaba con el piquete jurídico y le llegó un WhatsApp. “Acaban de herir a un persona en Cinco Pinos y está en Urgencia del Hospital Parroquial”. Un segundo abogado llegó al lugar a chequear la información. “Si, una vecina fue golpeada por una bomba lacrimógena en el rostro”, le confirmó.
Lo que sigue es el relato de una historia conocida.
– Ella iba a esperar el bus de acercamiento con Ana María, su hermana. Previo a eso hubo una jornada manifestación, había barricadas, Carabineros empezó a reprimir con bombas lacrimógenas, lejos del disturbio estaba ella. Le llegó el impacto directo de una bomba lacrimógena. Fabiola es madre, vecina y dirigenta vecinal, tiene una vida activa en la población, es una persona muy querida-, dice al abogado.
Del Hospital Parroquial fue trasladada al Hospital Barros Luco, cerca de la medianoche del martes, donde la estabilizaron con un coma inducido. Primero se confirmó la pérdida del ojo izquierdo, luego la llevaron al Instituto de Seguridad del Trabajo (IST) y a la Clínica Oftalmológica Láser. El miércoles a las nueve de la noche el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) confirmó que había quedado ciega
La noticia generó conmoción en las redes sociales.
El abogado dice que ellos venían denunciando hace semanas la represión a los pobladores, especialmente desde la a las 14 Comisaría, ubicada a cuadras de la Plaza de Armas. Una unidad policial con denuncias anteriores de abuso sexual y torturas.
El viernes 22 de noviembre, cuatro días del ataque a Fabiola, el jefe de zona de Carabineros, Cristian Morgenstern, enfrentó estas acusaciones y expuso en la Comisión de Seguridad de San Bernardo. Sin embargo, dijo que los manifestantes que habían acusado torturas, no eran tales.
-Lo denunciamos a la comunidad porque se estaba amparando lo que pasó. Hay impunidad y negacionismo tal y cómo ocurrió en Dictadura. Después de todo este discurso, se produce lo de Fabiola-, explica el abogado.
A su juicio, Carabineros actúa de manera organizada para reprimir y ni siquiera razonan antes de disuadir las protestas. Existen protocolos donde se establece que deben disparar al aire, pero a Fabiola le dispararon en la cara.
-Esto tiene como finalidad herir, para producir miedo a los manifestantes, dejarlos ciegos, heridos, con diferentes tipos de lesiones y en esta comuna y en ese sector, se ha actuado con bastante impunidad-, explica.
En la radio Cinco Pinos, Alfredo, el locutor, anuncia con tono profundo la marcha organizada para las siete de la tarde en la Plaza de Armas. Antes, Sebastián, un hombre grande de bigotes prolijos que funciona como reportero todo terreno, irá a registrar la funa a la comisaría. Parte raudo en su auto. Afuera- como en tantas comunas- los vecinos han actuado ante las denuncias de torturas y violencia sexual de Carabineros. En la esquina de avenida O’Higgins comienzan a llegar los primeros con carteles: “En esta comisaría se tortura”, “No más represión policial”. Dos policías los observan de cerca.
Más tarde, la Plaza de Armas se empieza a atestar de jóvenes de distintos lugares que llegan para apoyar a Fabiola. La manifestación es pacifica, hay malabaristas, familias, y el grupo de vecinos que la ha estado apoyando desde el comienzo. Entre la gente se abre paso Bernarda Vera (43), prima de Fabiola. Tiene el pelo azabache y una vida que se parece a la de su prima. Fue madre joven y trabaja haciendo el aseo en una empresa de lácteos. La noche del martes, apenas ocurrió todo, su hermana la llamó por teléfono. Lo que le impacta es la vida destrozada en minutos. “¿Cómo vivirá cuando recobre la conciencia?, se pregunta. Piensa en la fragilidad con que se rompió todo.
Los Compillay ya habían pasado por otra tragedia, cuando el hermano mayor de Fabiola murió atrapado en el derrumbe de una mina en la sexta región. Se devolvió a salvar a sus compañeros, después de unos minutos se le hizo tarde para escapar.
-Como prima, como hermana, le cagaron la vida a una tremenda persona. El día de mañana quien le hizo eso va a quedar libre, ¿y si hubiese sido al revés? ¿Si un vecino hubiese herido a un paco? Estaría preso, lo estarían torturando. No es justo-, dice y la voz se le quiebra, mientras se peina el pelo con los dedos. Tiene los ojos húmedos y la certeza de que si le hubiese pasado a ella, su prima estaría marchando.
También conoce la historia, pero con detalles. Lo que no todos saben. Fabiola fue a comprar el pan con Paloma, antes de llegar a la esquina dudó, no sabía si cruzar, pero era una calle estrecha. En segundos la bomba la golpeó directo en el rostro. Se fue al piso. Uno de los carabineros tiró una segunda bomba para impedir, dice, que pudieran reconocerlos. Los vecinos fueron alertados por los gritos desgarradores de su hija. Salieron, pese a todo. Ahogados, las gargantas quemando, no vieron a la persona que tenían frente a ellos en medio de ese humo que parecía niebla. Ana también pidió ayuda. Pero solo recibió un gesto displicente de un policía. Se fueron. Los gritos de nuevo. Nadie vio, pero era Fabiola. Sí, la Fabiola. La vecina que siempre ha estado con ellos. Todo se fue a oscuro.
Comienza la marcha en la plaza.
Hay una niña cerca de un cartel. Por un lado está el rostro de Piñera con dientes y ojos de demonio y por el reverso reza: “Apunta, dispara, asesinos del pueblo”.
Un helicóptero surca el cielo, es difícil escuchar. Pasa un viento helado, Bernarda se frota los brazos, seca la humedad de sus ojos. Toma fuerzas, se vuelve a peinar el pelo y se va a marchar. Sí, por Fabiola.
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