Hemos llegado al culmen de la crisis de representación y gobernabilidad: por un lado, el Presidente Piñera está solo y con la soga al cuello; por otro lado, una ciudadanía que ya no obedece a élites en el poder, lo cual significa que se ha instalado un quiebre profundo entre Estado y sociedad civil  entre representantes y representados.
En Presidente ante una situación como la descrita sólo tiene el camino de seguir los mandatos de la sociedad civil. No sería deseable que renunciara a su alto cargo, pues sólo radicalizaría la ruptura dejando al avión sin piloto ya que muy pocas veces el automático resulta efectivo.
La situación de crisis representativa y de gobernabilidad es parte de las mareas de la historia, por consiguiente, encontrar comparaciones no es muy difícil, por ejemplo, algunos pueden recurrir al ejemplo de la Revolución Francesa: Louis XVI y María Antonieta, (llamados “el señor y la señora veto”); la comparación entre la Revolución Francesa y la Revolución Rusa constituyó el objeto fundamental de la obra sobre la Revolución Rusa y Trotski, en que el estalinismo sería el “termidor”, (la revolución traicionada).
No es necesario remontarse a períodos tan remotos para encontrar símiles con la situación actual: la crisis de dominación oligárquica de 1924, en Chile, por ejemplo, en la cual, por la fuerza de las armas se aprobó la ilegítima Constitución de 1925 la cual, con sus reformas posteriores terminó instalando el presidencialismo de monarquía electiva, siendo reforzada por la Constitución de 1980.
En la actual crisis, a diferencia de la de 1924, el ejército ha dejado de ser un actor principal, (la gente suele olvidar que el inspector del ejército, general  Mariano Navarrete, ´pariente del comentarista Pirincho´´, con un discurso amenazante logró imponer el texto de la Carta Magna, redactada por José Maza, ministro de Arturo Alessandri Palma), y la mayoría de los partidos políticos estaban a favor del régimen parlamentario reformado: conservadores, parte de los liberales, socialistas y comunistas.
El presidencialismo, cuasi dictatorial, impuesto en la Constitución de 1925, que muchos denominan el régimen de doble minoría, es decir, un Presidente elegido por 1/3, y con una combinación parlamentaria minoritaria, podía mantenerse gracias al tercio en ambas Cámaras que aprobara el veto del Presidente de la República y, por consiguiente, rechazar el proyecto de ley propuesto por el parlamento.
A diferencia de hoy, gran parte de la sociedad civil seguía apoyando al Jefe de Estado. La estrategia “de los mariscales rusos”, promovida por el padre de Claudio Orrego, no sólo había fracasado en las en las elecciones parlamentarias, sino que también se había convertido en un búmeran, que se volvía en contra de sus autores.
El combate político de esa época se centraba en tres elementos: 1) movilización de las capas medias, (ver La espiral, de Armand Mattelard); 2) la censura parlamentaria del llamado a las Fuerzas Armadas a intervenir en favor de la oposición; 3) la intervención militar. Esos “demócratas”, (de agosto de 1973) eran tan hipócritas que engañaron a sus parlamentarios, especialmente a don Bernardo Leighton prometiéndole no perseguir el derrocamiento del Presidente Salvador Allende, sino defender la democracia, mientras a sus espaldas planificaban el golpe de Estado, con la intervención de los ex edecanes de don Eduardo Frei Montalva.

La única salida a esta crisis está, afortunadamente muy cerca en el tiempo, pues en el próximo mes de octubre, de aprobarse en el plebiscito la nueva Constituyente, se abre el camino para reemplazar el régimen político actual por el semipresidencial, lo cual permitiría un equilibrio entre los poderes del Estado, posibilitando que el Primer Ministro dependa de la Asamblea Nacional, con Cámara única, para detentar el poder de la conducción del gobierno.

La comparación histórica debe basarse en la diferencia entre contextos y períodos, a fin de que tenga validez, y no se reduzca a un mero juego intelectual. Muchos cientistas políticos y ex candidatos presidenciales, entre ellos, Patricio Navia y Marco Enríquez-Ominami, recurren a la categoría del parlamentarismo, basándose en la constatación real de la pervivencia del parlamento ante la soledad del Presidente, y el derrumbe de las instituciones, en especial el Ejecutivo.
La única salida a esta crisis está, afortunadamente muy cerca en el tiempo, pues en el próximo mes de octubre, de aprobarse en el plebiscito la nueva Constituyente, se abre el camino para reemplazar el régimen político actual por el semipresidencial, lo cual permitiría un equilibrio entre los poderes del Estado, posibilitando que el Primer Ministro dependa de la Asamblea Nacional, con Cámara única, para detentar el poder de la conducción del gobierno.
En el caso de presentarse una crisis de representación o de gobernabilidad recaería sólo en el Primer Ministro o en el Parlamento, y fácilmente subsanable con un llamado a elecciones, que sería como una vacuna contra el Coronavirus de las crisis institucionales.
El General Charles de Gaulle concibió el semipresidencialismo como el predominio del Presidente, cuyo poder emanaba de la soberanía popular, al igual que el del parlamento, por consiguiente, ambos tenían la misma legitimidad. Cuando se habla de semipresidencialismo es necesario distinguir las distintas experiencias históricas: desde un predominio del poder presidencial hasta   un casi parlamentarismo.
Marco Enríquez-Ominami trae al recuerdo las coexistencias entre el gaullismo y el socialismo francés de la V República que, sin olvidar, no carecieron de conflicto entre el Presidente de la República y su Primer Ministro.
En cuanto a la crisis chilena actual, me parece que el camino de menor costo social y político es llegar a la instalación de una Asamblea Constituyente, en que debate sobre el futuro de Chile y la refundación de la República recaigan en la ciudadanía, sobre la base de la no violencia y el debate político.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
25/07/2020