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domingo, 18 de enero de 2015

Penta y la prensa: aunque nos cueste la vida

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Periodista
 
 Menos mal que los periodistas existimos. Cada vez ratificamos que somos el Cuarto Poder. Que somos el contrapoder. Fundamentalmente aquello: el poder contra los poderosos, aunque nos cueste la vida. Mientras nuestras letras, palabras e imágenes más duelan al poder, más orgullosos somos. Más profesionales somos. Con más fuerza seguimos adelante.
Y vaya si arriesgamos la vida por el honor y la honra de informar, de escarbar en la podredumbre para contarle al ciudadano común que jamás llegará a saber lo que nosotros podemos saber.
En este desafío, pensar en México como ejemplo: el juego popular de asesinar periodistas por sacar la basura a la vereda para que se la lleve el camión. Por denunciar el fundamentalismo perverso, como el reciente crimen de París.


Por eso, la recurrida frasecita “dejen que las instituciones funcionen” no va con nosotros. Menos cuando nos enrostran “filtraciones”. Si para eso estamos: para violar el secreto de las investigaciones. Para hacer saltar del asiento a los que se ocultan detrás de la maraña maloliente. Un periodista que no intenta violar el secreto de una investigación es un mal periodista. No somos abogados, ni contadores, ni policías, aunque a veces debamos actuar con sus códigos indagadores para hacer nuestro trabajo y cuidarnos la espalda.
Son tantos los aciertos periodísticos en la historia de Chile y el mundo, que superarían las páginas de todas las ediciones juntas publicadas de El Quijote y la Biblia.
Pero descendamos a la tierra para detenernos en el escándalo Penta, con las humitas, envueltas o en ollas raspadas, con Choclo tierno de verano ardiente.
Salute a las primeras filtraciones, vapuleadas por la ultraderecha fanática e integrista: la UDI, los señorones hacendados enamorados del chanchullo elegante, misa diaria y palo rosa para golpearse el pecho frente al altar.
Después de aquellas, el río caudaloso arrastró peñascos en un torrente arrollador de palabra irrefutable con el alzamiento del secreto del proceso.
Hugo Bravo, ya un mítico soldado de párpados caídos por el peso de la historia y la carroña, pasó de mentiroso sicópata a ministro de fe, refrendado por un alud de testimonios que lo confirman.
¡Que las instituciones funcionen! ¡Dejemos que hable la Justicia! Claro, que funcionen y que parle la Judicatura. Pero el periodismo es como la Vanguardia Revolucionaria del Pueblo: la VRP. Porque somos los periodistas los primeros en contar la historia, en adelantarnos a lo evidente, en destapar el tacho basurero que muestra adheridos los restos descompuestos del banquete.
Son miles los casos en que, si no hubiese sido por el olfato y la valentía del periodismo, el ciudadano humilde que vive de su salario jamás habría llegado a conocer la verdad. La única, pues no hay dos verdades. Al final, siempre quedará viva la verdadera. La que nosotros debemos divulgar.
El principal compromiso del periodismo no es con la objetividad, porque el periodismo objetivo es una gran mentira. El principal compromiso del periodismo es con la sociedad en su rol social, y con ser honestos en lo publicamos o decimos, no objetivos.
El periodista debe tener opinión porque se la formó indagando y tiene la obligación de transmitirla para despejar la duda, para que lo que relata sea transparente. Hoy la ciudadanía no comulga con el periodismo sin opinión. Ese oculto, que no transparenta hacia donde va.
La frase que el lector, radioescucha o el televidente saque sus propias conclusiones, es una muletilla añeja del periodismo amarillo. Es el periodista quien está llamado a sacar conclusiones.
¿Habría llegado a conocer la ciudadanía tan detalladamente el escándalo Penta y el maridaje entre el poder del dinero y la política, si no hubiese sido por el periodismo? Con bastante probabilidad, no. Porque el periodismo no puede esperar la sentencia ejecutoriada en la Corte Suprema para recién informar de un hecho que provoca conmoción pública. Y aunque un hecho no tenga aquella connotación.
Con seguridad, los actores principales y extras del caso Penta habrían seguido engañando, mintiendo como lo hicieron al inicio, acusando al periodismo de filtrar falsedades y amenazando con querellas. Hoy siguen mintiendo y adornando la mugre con flores frescas del monte, con las excepciones de quienes decidieron abrir su conciencia.
Toda persona es inocente hasta que un tribunal pruebe y juzgue lo contrario.
El concepto formal que encierra esa frase es correcto. Pero los periodistas no podemos callar esperando hasta que el juez golpee madera con el mazo. Porque, además del juez, somos los primeros en irnos convenciendo de quién parece ser verdaderamente inocente y quién no. No somos jueces que juzgan, pero divulgamos los antecedentes que investigamos y ellos siempre revelarán hacia qué lado se inclina la balanza. Vamos escudriñando a la par de una investigación. Cuidando de que nada se desvíe. Que nada se transe en efectivo. Que los poderosos no logren desviar la acción de la justicia o de un servicio público, sea por la amenaza o la coima.
Y en el caso Penta se intentó desviar la acción de la justicia por la vía del poder político y de acallar testigos, como quedó establecido en las conversaciones grabadas difundidas al inicio por el periodismo.
Por todo ello, mientras más incisivo y agudo, mientras más investigativo es el periodismo, mejor resguardada está la democracia. Porque el periodismo también es aquello: un perro guardián de los pilares republicanos y la democracia.
El opuesto del poderoso que todo lo resuelve con plata sucia, la influencia y la presión altanera y amenazadora. El opuesto de aquellos que, ejerciendo fraudulentamente el poder político desde cualquier partido, socaban los pilares de la democracia, incentivan el odio a la política y desalientan el voto popular.
¡Dejen que el periodismo haga su trabajo! ¡Dejen que el perro guardián siga mordiendo al poder viciado para defender la democracia!

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