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domingo, 30 de mayo de 2010

“Las alas” del ministro de Educación, Joaquín Lavín


escrito por Rafael Luís Gumucio Rivas

Joaquín Lavín es una mezcla de Profesor loco, representado por Jerry Lewis, Zelig, interpretado por Woody Allen y “San Pirulín”, apóstol del Opus Dei; salvo el actual presidente de la república, Sebastián Piñera, es el líder de la derecha que ha llegado más lejos- casi iguala a Ricardo Lagos, en la primera vuelta (1999) -.

La personalidad de Lavín es difícil de desentrañar pero, al menos se pueden describir algunos de sus rasgos: un populismo de derecha, cuya raíz podemos buscarla en la Falange española y, más contemporáneamente, en el presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez. El actual ministro de Educación siempre ha querido construir obras faraónicas y no deja de sorprender a la pacata derecha chilena con proyectos tan “geniales” que empalicen a aquellos del socialista utópico Charles Fourier. Cuando fue alcalde de Santiago inventó, nada menos que playas para que los “rotitos” capearan las olas e hicieran castillos de arena y, en el invierno, trajo nieve artificial para jugaran al ski o con los trineos, tal cual el Viejo de Pascua.

Joaquín Lavín ha tenido éxitos y fracasos, como todo político que se precie de serlo: como alcalde de Las Condes, donde fue elegido por una alta mayoría, y su gestión fue muy bien evaluada – era que no, cuando esta Comuna es una de las más ricas de Chile y con su presupuesto se puede hacer maravillas-. Fracasó rotundamente en la alcaldía de Santiago: sus botones de pánico, su “Plan Popolo”, sus playas y la nieve fueron el hazmerreír para los medios de comunicación y para unos cuantos ciudadanos – si es que seres de esta especie ya no estaban extinguidos -.
Como candidato de la Alianza, parecía seguro su triunfo en la primera vuelta de las elecciones de 2005 – no en vano se había preparado durante cuatro años para convertirse en rey en nombre del cambio -. En su campaña aparecía el famoso slogan Alas para Chile, algo así como sacar al ciudadano del páramo por medio del vuelo del cóndor. Todo le salió mal a “nuestro héroe”: a mediados de año apareció la candidatura de Sebastián Piñera – que esta vez no la quiso vender por “un plato de lentejas” porteño- y, por muy pocos votos, Piñera aventajó a Lavín. Lo que son las paradojas de la vida: si la derecha hubiera ido unida, a lo mejor, hubiera amagado el triunfo de Michelle Bachelet.
Posteriormente, Lavín se trasformó en una especie de Zalig: como el personaje de la película, se amoldaba a todas las situaciones. De todo este ir y venir, surgió el “bacheletismo-aliancista, el amor entre Michelle y Joaquín sólo podría ser asimilado al de Romeo y Julieta: un perfecto coro a dos voces y andaban amarrados los dos. El único que entendió a Joaquín, en la derecha, fue el Cristo de Palo, Pablo Longueira quien, como buen sacristán, sabe interpretar, a la perfección, l0os preceptos del señor cura.
La vida de Joaquín Lavín, como el rosario, tiene misterios gozosos y dolorosos: se creía que ganaría, fácilmente, la senaturía por Valparaíso; su rival en la lista era un provinciano, Francisco Chahuan que no contaba con el pedigrí del líder de la UDI. Para sorpresa de todos, Joaquín perdió la elección.
En la actualidad, nuestro prohombre encabeza el ministerio de Educación donde pretende, nada menos, que hacer una “revolución educacional”, como lo sostuvo su jefe, Sebastián Piñera. Personalmente, sostengo que el programa de Lavín no tiene nada de revolución y sí mucho de voladores de luces, siguiendo su “karma” practicado en las alcaldías de Las Condes y Santiago y a su liderazgo en la UDI.
La derecha quiere presentar como una acción heroica el logro del ministro de Educación de tener a todos los alumnos en clase, a dos meses del terremoto. Poco importante lo confortable de los locales y el tipo de educación que están recibiendo, se trata de igualar a la ministra Michelle Bachelet cuando el presidente Lagos le encargó que terminara con las listas de espera en los Consultorios. Ambos resultados son perfectos cazabobos.
Duplicar en cuatro, siete, ocho o diez años la subvención preferencial – que hoy es $50.000 aproximadamente – llevándola a $100.000, no es ninguna revolución, ni siquiera una evolución, pues para que la educación deje de ser la principal colaboradora en la monstruosa brecha entre ricos y pobres, es necesario que la subvención suba de $50.000 a $300.00 y que un hijo de rico reciba la misma calidad de educación que la del pobre.

Se propone también crear, a lo largo del país, cincuenta Liceos emblemáticos, no sé con qué plazos ni con cuál financiamiento y, en el próximo año, once Liceos. En primer lugar, esta medida es completamente elitista: sólo una ínfima minoría de los estudiantes de cada provincia recibiría educación de calidad, el resto sería enviado a la huesera actual. Por lo demás, de implementarse los cincuenta Liceos, representaría menos del 1% de los estudiantes - una medida totalmente intrascendente, como lo sostiene el director de Educación 2020. En los países de más alto nivel educacional se hace todo lo contrario de lo que propone el ministro Lavín: se mezcla en una misma aula y en el mismo colegio alumnos de distinto niveles económico-sociales y alta formación cultural y deprivados. Se trata de promover la igualdad y no segregar.
Nada nuevo propone el ministro respecto de uno de los temas eje, como es el relacionado con las competencias docentes; sólo se queda en el diagnóstico evidente de que nuestras universidades forman profesiones con falta de competencias evidentes. Respecto a los institutos pedagógicos, el ministro repite la misma experiencia de los gobiernos anteriores, formando inútiles comisiones.

Otro tema urgente, que apenas el ministro soslaya, es el completo fracaso de la educación municipal y la creación de un estado docente descentralizado, idea que la derecha sería incapaz de implementar. En el fondo, en el proyecto educacional del gobierno actual, predomina la idea neoliberal del famoso baucher, en que la elección por parte de los padres de familia esté limitada por la capacidad monetaria para dar a sus hijos mejor educación, donde los alumnos siguen siendo clientes y no personas.

La idea del “mapa” que se entregará a los padres, con una carta personal del presidente de la república, en la cual se informa, con colores rojo, verde y amarillo, sobre los resultados de las escuelas de la Comuna. A simple vista da impresión de transparencia, pero al destacar sólo los resultados de la prueba SIMCE, cuya capacidad de evaluación es bastante discutible, permite a los padres conocer cuál escuela tuvo superiores, igual o bajo el promedio. A la larga, es una profecía autocumplida que los colegios privados y algunos subvencionados – con copago- lograrán luces verdes y amarillas, y la mayoría de los colegios municipales, posiblemente luz roja. Los padres que tengan dinero podrán cambiarlo a los mejores colegios y los que tengan medios económicos tendrán que mantenerlos en las mismas pésimas escuelas. Por ejemplo, qué gano con saber que las prestaciones de la Clínica Las Condes son enormemente superiores a las de un hospital público, pues el tema de la segregación estará siempre relacionado con los recursos económicos de la familia.

Rafael Luís Gumucio Rivas

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