por Cristian Joel Sánchez (Chile)
La citación de Oscar Izurieta Ferrer, subsecretario de Defensa del gobierno de Piñera, a declarar por el homicidio de Víctor Jara que hizo la Corte de Apelaciones, vuelve a poner de manifiesto un caso que pasó casi “piola” entre los lamentos del terremoto, algunos de cuyos derrumbes sirvieron para tapar este hecho que alcanzara el colmo del descaro político, quizás si acaso un alarde que quiso hacer la derecha para restregarle a la oposición la fuerza de su poder. Se lo recuerdo: el señor general Izurieta Ferrer, al momento de tomar el mando de la nación el flamante presidente Piñera, había sido hasta 48 horas antes, el comandante en jefe del Ejército, es decir el jefe máximo del “ejército de todos los chilenos”. Pocos días después asumía el cargo de subsecretario del Ministerio de Defensa en el gobierno de la derecha, lugar que le fuera guardado por Piñera mientras se “ventilaba” un poco de los aires marciales que lo impregnaron hasta entregar su cargo militar.
La parte más repudiable de este caso, es que el señor Izurieta obligatoriamente sabía, cuando aún vestía uniforme, del premio que lo aguardaba en cuanto dejara las charreteras de parte de su presidente Piñera. Extrapolando aún más, como lo denunció tibiamente la actual oposición, el entonces militar en servicio activo tuvo que estar enterado de la generosa decisión de Piñera cuando éste aún era postulante al cargo de presidente, lo que habrá incentivado las “oraciones” del señor comandante en jefe del ejército “de todos los chilenos” para que triunfara su candidato, es decir para que triunfara la derecha.
Lo nuevo es que el señor Izurieta Ferrer, hoy formando parte del del gobierno de la derecha, tuvo que declarar hace pocas horas ante el juez Juan Fuentes Belmar, magistrado instructor de la causa por el asesinato de Victor Jara. Dijo ahí, entre otras cosas clasificadas como secretos del sumario, que jamás estuvo en el Estadio Chile y que desconoce toda información de lo que allí ocurrió. “Tengo la conciencia tranquila” agregó.
Sorprendente, ¿cierto? En realidad lo sorprendente no es lo que declaró el que hasta hace poco fuera el jefe máximo del ejército, es decir ni lo que dijo ni lo que no dijo, si se toma en cuenta que ninguno de los militares arrastrados a la justicia por violación de los derechos humanos, ha tenido la valentía de reconocer sus fechorías. Lo sorprendente es el coro griego, conformado tanto por la derecha —lo que resulta lógico— como por connotados concertacionistas (lo que no resulta tan lógico) que ha venido cantando desde antes, es decir a priori, las “virtudes” no sólo de este general, sino de todo el estamento militar y por los cuales los más exaltados, curiosamente los revolucionarios de ayer más que la misma derecha, ponen hoy “las manos al fuego” agregando frecuentemente que “no se puede dudar de la honestidad de nuestros uniformados”
No es, sin embargo, nada nuevo. Frases como éstas se han venido reiterando, con ciertos matices, durante los 20 años de gobierno de la Concertación, de manera transversal en el espectro político como gusta decirse hoy en la fraseología de moda. Incluso en más de una ocasión algún arribista de la izquierda más zurda ha agradecido conmovido que lo inviten en septiembre a la parada militar, aunque lo ubiquen de manera disimulada un poquito lejos de la “elite” de las tribunas.
Tan cierto como que socialistas, pepedés, obviamente democristianos, sueltan con frecuencia un rosario de halagos y adulaciones a los militares como si el tiempo y la experiencia pagada con sangre, no hubieran existido y volviéramos mágicamente a los años anteriores al derrumbe de la democracia.
Compiten, en el coro de alabanzas, con el estamento que maneja los hilos del país, es decir la oligarquía, que en la actualidad es más financiera que terrateniente, y que gobierna ahora directamente a Chile, aunque los halagos de este sector a las fuerzas armadas no son tan necesarios. De todas maneras el señor presidente de la República, sus ministros y los partidos que lo apoyan, cada cierto tiempo le “soban el lomo” a los guardianes de su riqueza y eso es absolutamente lógico y esperable.
Lo que no es lógico ni esperable es que tales halagos melosos e indignos vengan de personeros que son, o alguna vez fueron, representante de la izquierda chilena, por tibia y falseada que haya llegado a ser hoy. Se agrega a ello —siendo aun más repudiable— el que algunos de estos ex allendistas muestren claras señales de estar cayendo, una vez más, en el viejo cuento.
La historia vuelve a repetirse
El quiebre trágico que sufrió la democracia chilena y que posibilitó la aparición de una de las dictaduras más feroces del continente, ha sido majaderamente analizado desde múltiples puntos de vista, aunque pocos de ellos se han atrevido a echar mano a la autocrítica como inicio de sus raciocinios. Es explicable porque los errores cometidos no sólo fueron individuales, sino de conglomerados, es decir de masas que incorporaron mitos que terminaron por volverse de manera dramática contra sus propios sustentadores.
Uno de estos mitos, que llevó al trágico desenlace del gobierno popular de Allende, fue atribuir a las fuerzas armadas chilenas un papel de honorabilidad democrática y constitucional por sobre los avatares sociopolíticos del país, creer que se trataba de una particularidad propia de Chile que lo separaba del golpismo endémico del continente. Se lo creyeron y se lo tragaron desde la extrema izquierda que intentó infiltrar el escudo inexpugnable con el cual la oligarquía criolla dotó a unas fuerzas armadas que nacen de su propio seno, hasta los comunistas que incluso el día antes del golpe desfilaban bajo las consignas de un pacifismo paralizante creyéndose seguros al alero de los “militares constitucionalistas”.
El mito del carácter no deliberante de las fuerzas armadas chilenas, si bien es atribuible a la derecha que lo fomenta como estrategia desmovilizadora de las masas, se afincó en la propia masa y en sus dirigentes que lo fueron asociando al acervo inamovible de sus axiomas. Esto, por desgracia, en el fondo no ha cambiado hasta el día de hoy. Las frases que ahora se escuchan en boca de dirigentes de la centroizquierda para referirse a una supuesta recuperación democrática de las fuerzas armadas luego del militarismo fascista que sustentó los años negros del pinochetismo, son las mismas que repetían en una letanía desesperada tanto los dirigentes como las masas que apoyaban al gobierno de Salvador Allende.
Los hechos, amigo lector, aun si usted forma parte de los acólitos del mito, pero se detiene a analizar los acontecimientos que han movido y mueven hoy a los altos mandos de las fuerzas armadas, si los examina, decimos, con objetiva imparcialidad abstrayéndose de la sicología que vuelve a apoderarse de las masas, le mostrarán una serie de signos que confirman que la abstinencia política de las FF.AA. siguen siendo un mito, signos que ni siquiera son sutiles y que se han producido y se siguen produciendo con un desparpajo burdo a vista y paciencia de toda la opinión pública. Además del caso Izurieta y a manera de ejemplo, todos los altos oficiales que han abandonado el servicio activo y que ha optado por la política —según ellos y sus defensores como un derecho constitucional, lo que no se discute— han terminado como militantes, parlamentarios y ahora como funcionarios de gobierno de la derecha y sus partidos. En especial de la UDI que ha exhibido conspicuos senadores que antes vistieron el uniforme y oficiaron de comandantes en jefe de sus respectivas armas. Ninguno llegó siquiera a la Democracia Cristiana. Mucho menos que algún ex comandante en jefe sea ahora miembro del Comité Central del partido socialista.
Digo yo…
Si el general (R) Oscar Izurieta tuvo algo que ver con la muerte del cantautor, si fue o no el siniestro personaje apodado “El Príncipe”, un oficial del ejército acusado como el autor material del homicidio y del cual aún no se ha logrado obtener su nombre verdadero, tendrá que dilucidarlo la justicia. Lo cierto es que el trasvasije de militares que pasan de las filas castrenses directamente a las filas de la derecha, más aun a la derecha dura que fuera el sostén político de Pinochet, debiera preocupar no sólo a las fuerzas democráticas que lucharon contra la dictadura, sino también a ciertos sectores de la propia derecha que intentan marcar diferencias con los herederos del pinochetismo.
En el año 2005 fue elegido en Honduras un candidato de la centro-derecha, miembro del partido liberal de ese país. Matices más, matices menos, Manuel Zelaya representaba programáticamente lo que Piñera exhibió como su proyecto en el discurso del pasado 21 de mayo. Zelaya no sólo comenzó a cumplir cabalmente su programa a favor de las grandes masas empobrecidas de Honduras, sino que fue más allá asociando a su país al ALBA, Alianza Bolivariana para las Américas, una entidad auspiciada por los gobiernos progresistas que han ido surgiendo en el continente y que se creó como una alternativa al ALCA, Area de Libre Comercio, propiciado por Estados Unidos.
No obstante que el Congreso hondureño aprobó la medida, incluso con votos del conservadurismo más derechista, la oligarquía de ese país echó mano a su carta castrense y derrocó a Zelaya en los hechos ampliamente conocidos en su oportunidad.
Interesante derivación del golpismo plenamente latente en toda América ¿verdad? No sabemos aún cuál será el camino que tomará el gobierno elegido en enero de este año en Chile, pero la experiencia hondureña es algo que deberá ser tenido muy en cuenta por un Piñera que, al menos en la verborrea y el papel, puede llegar a provocar la irritación de sus aliados si, como dijéramos en un artículo anterior, llegara a tomarse en serio sus promesas.
No queremos decir —y eso lo aclaramos de inmediato— que estamos en vísperas de un “pronunciamiento” y que algún militar esté ya complotando para “echarse” a Piñera. Las asonadas del golpismo no las determinan los militares, no nacen del impulso caprichoso de un milico que un día cualquiera se levanta con ganas de convertirse en “Yo, el Supremo” es decir, en uno de esos personajes siniestros que de tarde en tarde aparecen en la literatura latinoamericana. El asunto, todo el mundo lo sabe aunque algunos lo callen, se decide por el estamento superestructural, es decir la oligarquía que, como ya dijimos, ahora es más financiera que terrateniente, y de la cual las fuerzas armadas son sólo el instrumento ejecutorio, los encargados de hacer el trabajo sucio, si a la sangre se le considera en esa categoría.
Aun así, déjenme imaginar a un Piñera llegando a Caracas a refugiarse bajo el alero de Hugo Chávez. Política-ficción, dirá usted. O “tómatelo con agüita” como me diría el tontito de Francisco Vidal, militante del PPD y que se ufana de su condición de ex miembro de la Escuela Militar y gran amigo de Izurieta. A propósito, es uno de los que pone “las manos al fuego” por sus admirados uniformados. No vaya a ser cosa, sin embargo, que este que fuera el juglar del gobierno socialista de Bachelet, aparezca mañana con quemaduras de tercer grado de tanto chamuscarse los dedos en el espíritu “democrático” de los militares. O a lo mejor no, piensa usted, y es cierto, quién puede saberlo.
Lo que es yo, querido lector, de todas maneras ya me compré guantes de asbesto… digo yo por si acaso.
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