ANTISISTEMA
Por Rafael Fernando Navarro.
España.
Arde París, Bruselas, Atenas, Londres, Roma, Madrid, Berlín. Ciudades hogueras. Se queman vehículos, se destruyen monumentos, se destrozan comercios, coches, cajeros automáticos, bancos. Policías heridos. Manifestantes hospitalizados. Europa es una tea ardiente frente a las estrellas.
Mientras, los sumos pontífices de la economía despliegan su liturgia frente al becerro de oro. Ajenos al grito de la calle, permanecen arrodillados ante los mercados, los nuevos dioses capaces, como todos los dioses, de matar a víctimas inocentes, de lamer su sangre para sentirse satisfechos consigo mismos.
Se quema Europa y el mundo. Y los santones del dinero llaman antisistemas a todos los que gritan su hambre por las calles ahumadas de rabia. Bancos que usurpan paredes hipotecadas, llenas de sueños, de niños, de esperanza, mientras reparten millones de bonos entre los consejeros delegados. Farmacéuticas enriquecidas con los retrovirales negados al sida negro y africano. Millones de familias donde nadie gana un pedazo de pan o una ubre de leche caliente. Un primer mundo que vive de haber expoliado a sus colonias y que ahora expulsa a los que llegan con la mano tendida.
Se quema Europa y el mundo tiene sabor a ceniza. Y siguen de rodilla los electos del mundo, de espaldas a lo que exigen sus votantes, inmolando sus cabezas ante las agencias de calificación de deuda, los especuladores con catanas suspendidas sobre gobiernos ya nunca soberanos. Madres primerizas que alumbran a sus recién nacidos a las puertas del INEM. Viejos que deben ser más viejos para cobrar sus pensiones y prejubilados de lujo pagados con dinero público. Ancianos que toman el sol como quien toma un caldo caliente y maduros bancarios cincuentones con visa de Arman en la cartera.
Se quema Europa y el mundo porque escuecen las promesas. Se han agostado con las nieves los brotes verdes. No era urgente modificar la edad o el tiempo de cotización para disfrutar de una pensión ahorrada, nunca regalada. De repente se ha convertido en cuestión perentoria para tapar la boca de las exigencias venidas desde potentes despachos. Había que refundar el capitalismo porque el egoísmo del libre mercado, los oligopolios, nos han llevado al estado de miseria actual. Pero en realidad les hemos inyectado fuerza para resucitar de sus propias cloacas. Y ahora se permiten el lujo de rociar de hediondez su entorno y que nos sepa la vida a amargura y desamparo. Están los mismos en los mismos sitiales, con idénticos honores, con los mandatarios postrados suplicando una deuda más barata. Se rebaja el despido que es una forma de depreciar la angustia. Se achican los sueldos, las pensiones, las ayudas a parados de larga duración como quien achica la pobreza que inunda los sótanos del poder y la gloria.
La derecha se ensancha. La xenofobia se siembra en surcos sucios que cosecha muertes entre las olas. La aldea global construye muros y cada nación regresa a un extraño Berlín dividido. La izquierda es una derecha bienpensante, perfumada, atractiva, pero poco a poco apóstata, domadora de utopías incómodas, renunciando a la transformación social, comprensiva con dictaduras convertidas en clientes, sólo clientes, que dejan dividendos aunque desprecien elementales derechos humanos.
Se quema Europa y el mundo. Huele a humo, a hambre, a miseria. El mar ya no se encuentra debajo de los adoquines parisienses. Hay que ser realista y no pedir lo imposible. Que nadie queme cajeros, ni rompa los cristales de los bancos, ni manche las fachadas del dinero. Que nadie defienda a los gitanos, que los pobres se coman su hambre oscura, que la aldea global construya sus fronteras. Santo, santo, santo es el mercado. Llenos están los ricos de tu gloria. Que nadie se atreva a enfrentarse a lo establecido porque será llamado antisistema.
Los pobres heredarán el cielo. Mientras tanto que aguanten el asco y la pobreza
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