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viernes, 22 de julio de 2011

Sr. Cardemil, no se preocupe, su nombre está en el Museo de la Memoria

Ana María Arriagada
¿Qué se puede decir luego de ver “Los Archivos del Cardenal” en TV anoche? ¡Qué acumulación de recuerdos y emociones! ¡Qué atmósfera, de opresión, miedo e inseguridad!

Así era y fue todos esos años. A los que crecimos en esta dictadura, en hogares de oposición, nos tocó así.

Quizás la serie nos interpreta a nosotros, e interpela y ofende a la derecha pinochetista, pero les recuerdo a todos ellos, que durante ese período toda prensa oficial, toda la televisión, las editoriales salvo 2 ó 3 contaban “esa verdad”. La que no es más que la mentira de la guerra, del plan Z, de los marxistas come guaguas, los curas comunistas, y Pinochet el salvador.

La mentira de los acribillados en enfrentamientos, que nunca lo fueron. De los izquierdistas gozando del exilio, y acá dándoselos por desaparecidos. Esas grandes, enormes mentiras, adornadas por nostalgias de latifundistas expropiados. Sazonadas de la ira vuelta en venganza, al ver a tanto “rojo hablando de corrido”, “upelientos”, en fin.

Yo recuerdo a mi papá azotando las letras de su máquina de escribir. Denunciando, escribiendo sin parar sobre el Régimen y sus abusos. Registrando para publicar, aquí ó afuera. Las más de las veces clandestinamente. Recuerdo amigos partiendo y llegando del exilio.

Desde los 11 años veía a mi papá en esa lucha. Antes, mi mente infantil no lo notaba. Pero sí me había acostumbrado a sus ausencias, porque viajaba bastante. Su trabajo no tenía horario, y cuándo más lo necesitábamos, partía a hacer turnos, en los toques de queda, y nos quedábamos con mi mamá.

Ella fue la estabilidad de mi casa. Ya en esos años, entendí que mi padre no se detendría jamás, hasta derrocar a Pinochet. Que no habría amenaza alguna que lo hiciera abdicar. Por eso, hasta hoy, siento ese miedo a las noches de silencio. Me traen recuerdos de la sensación de que él podía, un día, no estar más.

Fue muy fuerte ser hijos de la dictadura. Sufrir en silencio los atropellos. Los muertos. No sólo Lonquén.

La Caravana de la Muerte, en el Norte. Villa Grimaldi. Víctor Jara. Los hermanos Maureira. Los quemados vivos. Tucapel Jiménez, y los profesores Guerrero, Nattino y Parada.

Cada caso nos dolía a todos, y nos embargaba en un duelo que siempre fue solidario. Por eso la Iglesia, al mando del Cardenal Raúl Silva Henríquez, fue tan importante. A él no pudieron callarlo, y así cobijó a creyentes y ateos, como Jesús lo hubiera hecho. Todo su pueblo sufriendo.

Recuerdo que cuando el Cardenal escribía cartas apostólicas, de denuncia, Karadima las leía en las misas de las 7 y 8 de la mañana. No en las que se llenaban de feligreses, como protegiendo sus oídos de la realidad. Y esa derecha sin duda lo agradeció. Fue más cómodo no saber.

A propósito de sus declaraciones, señor Cardemil, no se preocupe tanto por los “Archivos del Cardenal”; si quiere haga lo que estime necesario para detener el programa.

NO se preocupe, ya que SU nombre está por todo el Museo de la Memoria.

Y las generaciones futuras sabrán quiénes tuvieron el cuero tan, pero tan duro, para trabajar en el Gobierno Militar, y defender lo indefendible.

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