Las desconocidas gestiones de Agustín Edwards para impedir la elección
de Allende en 1964 incluyeron contactos secretos con la CIA y el
Departamento de Estado, financiamientos clandestinos, lobby con
empresarios de EEUU
Las desconocidas gestiones de Agustín Edwards para impedir la
elección de Allende en 1964 incluyeron contactos secretos con la CIA y
el Departamento de Estado, financiamientos clandestinos, lobby con
empresarios de EEUU y, ciertamente, poner El Mercurio al servicio de la
causa. Una operación de inteligencia impecable si no fuera porque
Edwards se puso a hablar de más, aunque el victorioso Frei Montalva no
dejaría de agradecerle en persona. Aquí algunos extractos del libro
donde Víctor Herrero cuenta la incómoda historia.
«Si Allende gana
y se hace del poder, estaremos en problemas», escribió el 19 de marzo
de 1964 Gordon Chase, miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la
Casa Blanca, a su jefe, McGeorge Bundy. «Simplemente tenemos que hacer
todo lo posible para que la gente apoye a Frei.»
Y así, Washington
puso en marcha un gigantesco programa de apoyo financiero clandestino a
la candidatura de Frei, y de propaganda negra en contra de Allende, que
durante muchos años fue considerado por las propias agencias
estadounidenses involucradas como una de las operaciones políticas más
exitosas de la guerra fría. […] Uno de los protagonistas en las sombras
de esta campaña fue Agustín Edwards. Pocos días después del «Naranjazo»
se embarcó rumbo a Estados Unidos. En las siguientes semanas deambularía
frenéticamente entre Washington, Nueva York y Santiago, reuniéndose con
altos funcionarios del Gobierno estadounidense, con su amigo
Rockefeller y otros hombres del Business Group, así como con empresarios
chilenos. Su idea era ayudar a los estadounidenses a diseñar su plan
político, conseguir financiamiento para Frei y colaborar con las
campañas de propaganda. Ese es, al menos, el cuadro nítido que emerge de
decenas de documentos desclasificados por el Gobierno de Estados Unidos
en los últimos años. Y en varios de ellos, Agustín Edwards aparece
identificado con nombre y apellido.
(SOBRE LAS REUNIONES CON ROCKEFELLER Y LA CIA)
Gracias
a sus frecuentes encuentros con David Rockefeller, Edwards estaba al
tanto de los planes que se estaban desarrollando en Washington. Así se
enteró, por ejemplo, que en abril el Business Group había ofrecido a la
CIA un aporte de un millón de dólares para apoyar sus planes electorales
en Chile.
Pero Agustín Edwards no limitó sus esfuerzos a los
círculos empresariales. En al menos dos oportunidades se reunió con
altos funcionarios estadounidenses para discutir la situación política
chilena. La primera reunión documentada se realizó en Washington a
comienzos de mayo de 1964. En esa ocasión, Edwards se reunió con John
McCone, el director de la CIA, y el asesor de la agencia Desmond
Fitzgerald. McCone se había reunido en varias ocasiones con Rockefeller y
miembros del Business Group, por lo que es probable que estos le
recomendaran recibir al empresario chileno.
La minuta de una reunión
confidencial que sostuvieron altos funcionarios de la CIA y del
Departamento de Estado el 12 de mayo, arroja algo de luz sobre esos
encuentros.
El señor McCone se refirió a varios encuentros que
había tenido en días recientes con industriales americanos con
importantes intereses en la economía chilena. En una ocasión, David
Rockefeller encabezó un grupo que representaba a varias compañías. En
otra, fue visitado por Clyde E. Weed, presidente del directorio, y
Charles M. Brinckerhoff, presidente de Anaconda Copper Company. También
recibió una visita del magnate chileno Augustin Edwards [sic]. Todos
estaban preocupados con la cercanía de la próxima elección, el monto de
dinero que intereses foráneos estaban canalizando a Allende, y la
necesidad de fortalecer al candidato Frei con fondos.
La
conversación de los hombres de la CIA con Edwards debió haber dejado una
buena impresión, ya que pocos días después Desmond Fitzgerald le
propuso a Thomas C. Mann, el subsecretario de Estado para Asuntos
Interamericanos, que se reuniera con el magnate chileno.
Thomas C.
Mann era el verdadero poder en la sombra en todo lo relacionado con
América Latina. Además de ser subsecretario, el presidente Johnson lo
había nombrado su asesor personal en temas hemisféricos y, para dotarlo
de dientes, lo puso a la cabeza de U.S. AID. […] Mann accedió a la
petición de la CIA de juntarse con Edwards. En algún momento de la
segunda semana de mayo de 1964, ambos se reunieron en Nueva York para
hablar sobre la situación chilena. No existe un documento que haga
referencia a lo que conversaron, pero es probable que Edwards prometiera
lo que ya había ofrecido antes: poner sus diarios a plena disposición.
[…] Ciertamente Agustín Edwards puso todos sus medios a disposición de
esta campaña. El premiado periodista investigativo estadounidense
Seymour M. Hersh aseguró que Edwards había sido el principal lazo entre
Washington y Santiago en la campaña electoral de 1964. En su libro El
precio del poder afirmó:
El principal contacto de la CIA, así como
las corporaciones americanas en Chile, era la organización de Agustín
Edwards, un amigo cercano de Kendall, que era dueño de la conservadora
cadena de periódicos de El Mercurio, y un vínculo central de la
oposición a Allende y a la izquierda. La CIA y el Business Group
dependían fuertemente de Edwards para usar su organización y sus
contactos con el fin de canalizar los dineros clandestinos a la campaña
política de 1964.
(SOBRE LA INDISCRECIÓN DE EDWARDS)
Agustín
Edwards debió sentirse en las nubes por el papel que estaba
desempeñando. A sus treinta y seis años era el protagonista en la sombra
de grandes eventos de su tiempo. Tal como lo había sido su abuelo con
el ascenso de Arturo Alessandri, o su bisabuelo con la caída de José
Manuel Balmaceda. Como el quinto Agustín Edwards y amante de la historia
—solía devorar biografías, en especial las de grandes personajes como
Napoleón— es probable que tuviera plena conciencia de su rol histórico
en los sucesos de 1964.
[…] Doonie se sintió tan partícipe de la
epopeya de 1964 que, a ratos, se mostraba demasiado ansioso por hacerle
saber a otros su influencia y protagonismo en los eventos. El propio
Thomas C. Mann no estaba muy contento con el hecho de que los
empresarios que estaban ofreciendo ayuda, entre ellos Rockefeller y
Edwards, estuvieran ventilando sus esfuerzos. «Están hablando demasiado
en esos círculos, lo que está llegando a Chile —se quejó después de
reunirse en Nueva York con esos empresarios—. Incluso Frei ha dicho que
si se publicita el amplio apoyo empresarial, sería el beso de la muerte
para su candidatura».
A comienzos de mayo, dos altos funcionarios
de la Embajada de Estados Unidos en Santiago se dirigieron a la calle
Hindenburg 683, en la comuna de Providencia, para una conversación
reservada con el candidato Eduardo Frei. Acompañado por su asesor
político Juan de Dios Carmona, Frei recibió a los estadounidenses en su
residencia para una charla extraoficial que duró dos horas.
Tras
repasar los distintos escenarios políticos, Frei pidió reunirse a solas
con Joseph J. Jova, el subjefe de la delegación diplomática y ex
ejecutivo de la United Fruit Company en Guatemala. El tema que quería
tratar con él era sensible. Se trataba de un empresario chileno que
estaba hablando demasiado sobre su propio papel y el de Washington en
apoyar su candidatura, un hombre que «parece disfrutar el juego de
“policías y ladrones”».
Aunque el nombre de ese empresario chileno
aparece bajo el rótulo de «nombre no desclasificado» en los documentos
estadounidenses, todo parece apuntar a Agustín Edwards. En el telegrama
que Jova envió a Washington al día siguiente de su reunión con Frei, el
diplomático afirmó que el candidato democratacristiano…
[…] estaba
horrorizado de haber escuchado que en al menos dos ocasiones [nombre no
desclasificado] había hablado indiscriminadamente respecto a la ayuda
del Gobierno norteamericano a la campaña de Frei. En una ocasión,
hablando con Salvador Pubill, el encargado de las finanzas de la campaña
de Frei, [nombre no desclasificado] le dijo que no veía urgencia en
colectar fondos de industriales chilenos para la campaña, en vista del
hecho de que Frei iba a recibir un millón de dólares en asistencia de
empresarios de Estados Unidos. En otra ocasión [nombre no
desclasificado] le contó a Antonio Baeza, de Copec, que los recursos
financieros de la comunidad empresarial chilena deberían mantenerse en
reserva para las elecciones parlamentarias de marzo de 1965, ya que la
campaña de Frei estaba bien provista de fondos de aproximadamente un
millón de dólares del Gobierno y de privados norteamericanos.
[…]
Uno de los muy pocos chilenos que habría podido saber acerca de este
financiamiento era Agustín Edwards. Además, el informe de Jova señalaba
que el empresario no identificado habló con Salvador Pubill. Resulta que
Doonie conocía al tesorero de la campaña de Frei, ya que ambos eran en
esa época miembros del directorio de la Sociedad de Arte Contemporáneo
de Santiago. El reporte de Jova, rotulado como secreto, también revelaba
más quejas de Frei sobre este empresario:
En una tercera ocasión
[Frei] dijo que en un reciente viaje a Estados Unidos de [nombre no
desclasificado], este se había reunido con Rockefeller y su grupo y
habían acordado que las platas para la campaña de Frei podrían servir
con la intención final de usarlo como una palanca de presión mediante la
cual controlar a Frei una vez fuera electo presidente […] Fitzgerald
siente que sus propias conversaciones con [nombre no desclasificado]
parecen confirmar algunas de estas quejas. Por lo tanto, decidimos que
[William] Belton, en vista de su estrecha amistad con él, puede ser la
mejor persona para reprender a [nombre no desclasificado], y le pedimos
que lo hiciera.
Nuevamente todo apunta a Agustín Edwards.
Doonie era el empresario chileno que más se reunía con Rockefeller, y
también se había entrevistado con el funcionario de la CIA Desmond
Fitzgerald. Además, mantenía una estrecha relación con William Belton
desde fines de los años cincuenta.
(Sobre la campaña del terror y los agradecimientos de Frei)
El
reporte final de la Comisión Church del Senado norteamericano, que en
1975 investigó las acciones encubiertas de Estados Unidos en Chile entre
1963 y 1973, afirmó:
Fue una campaña del terror, la que se apoyó
fuertemente en imágenes de tanques soviéticos y de pelotones de
fusilamiento cubanos y que se dirigió en especial a las mujeres.
Organizaciones democratacristianas repartieron cientos de miles de
copias de una carta pastoral anticomunista del papa Pío XI. La CIA
considera la campaña de terror anticomunista como la actividad más
efectiva que realizó EE.UU. a favor del candidato de la Democracia
Cristiana.
El Mercurio se hizo parte de las operaciones de
propaganda negra. La dinámica era la siguiente: periodistas pagados por
la CIA fabricaban cierto tipo de noticias, las que eran divulgadas a
través de contactos en agencias de prensa o por la Agencia de
Información de Estados Unidos (USIA). El diario recogía y publicaba esa
información, lo que llevaba a otras agencias de noticias a recoger el
artículo de El Mercurio y difundirlo en un despacho a todos sus clientes
en Chile y América Latina. Lo elegante de este método era que el diario
podía alegar inocencia, por cuanto solo había tomado informaciones de
otras fuentes.
Algunos de estos periodistas de agencias incluso
tenían oficina en El Mercurio. Hermógenes Pérez de Arce, por ejemplo,
recordó en su autobiografía el caso de «un gringo alto, rubio y con cara
de pocos amigos que estaba a cargo de la Associated Press en Santiago y
tenía oficina en El Mercurio y con el cual intercambiábamos siempre un
saludo».
[…] El viernes 4 de septiembre de 1964, el Departamento
de Estado recibió cada sesenta minutos actualizaciones de su embajada en
Santiago sobre el desarrollo de las elecciones presidenciales que se
estaban realizando en Chile. Los reportes telegráficos eran reenviados
casi de inmediato a la Casa Blanca. Agustín Edwards, en tanto, estaba
instalado en la oficina de la presidencia de El Mercurio, en el primer
piso del edificio de Compañía 1214. También recibía a cada rato los
últimos cómputos de votos. A las siete de la tarde, su secretaria, María
Angélica Lira, recibió un llamado desde el comando de la Democracia
Cristiana. En la línea estaba Eduardo Frei Montalva, el flamante
vencedor de los comicios, quien quería hablar con Doonie. Fue una
conversación breve, de palabras amables y agradecimientos por el apoyo.
Unos
días después, al mediodía del 8 de septiembre, Eduardo Frei fue en
persona al diario, donde fue recibido con entusiastas aplausos por el
personal de la empresa. Acompañado de su asesor Álvaro Marfán, el
presidente electo se dirigió a la oficina de la presidencia del
periódico. Se trataba de una sala amplia, con numerosos sillones y sofás
de felpa. La plana mayor en pleno de El Mercurio estaba en la oficina
esperando la llegada de Frei. Entre ellos estaban Edwards, René Silva
Espejo, Fernando Durán y los redactores Rafael Valdivieso, José María
Navasal, Hermógenes Pérez de Arce y Arturo Fontaine. «La visita tiene
como objetivo hacer público el agradecimiento del candidato al periódico
por el vigoroso y constante respaldo que lo ha llevado a tan resonante
victoria», recordó después Arturo Fontaine.
Agustín Edwards Eastman. Una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio.
Debate,
618 páginas.
y, ciertamente, poner El Mercurio al servicio de la
causa. Una operación de inteligencia impecable si no fuera porque
Edwards se puso a hablar de más, aunque el victorioso Frei Montalva no
dejaría de agradecerle en persona. Aquí algunos extractos del libro
donde Víctor Herrero cuenta la incómoda historia.
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