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jueves, 30 de octubre de 2014

Adelanto de la biografía que se viene: Agustín Edwards, la CIA y la elección de Frei Montalva

Las desconocidas gestiones de Agustín Edwards para impedir la elección de Allende en 1964 incluyeron contactos secretos con la CIA y el Departamento de Estado, financiamientos clandestinos, lobby con empresarios de EEUU
Las desconocidas gestiones de Agustín Edwards para impedir la elección de Allende en 1964 incluyeron contactos secretos con la CIA y el Departamento de Estado, financiamientos clandestinos, lobby con empresarios de EEUU y, ciertamente, poner El Mercurio al servicio de la causa. Una operación de inteligencia impecable si no fuera porque Edwards se puso a hablar de más, aunque el victorioso Frei Montalva no dejaría de agradecerle en persona. Aquí algunos extractos del libro donde Víctor Herrero cuenta la incómoda historia.
«Si Allende gana y se hace del poder, estaremos en problemas», escribió el 19 de marzo de 1964 Gordon Chase, miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, a su jefe, McGeorge Bundy. «Simplemente tenemos que hacer todo lo posible para que la gente apoye a Frei.»
Y así, Washington puso en marcha un gigantesco programa de apoyo financiero clandestino a la candidatura de Frei, y de propaganda negra en contra de Allende, que durante muchos años fue considerado por las propias agencias estadounidenses involucradas como una de las operaciones políticas más exitosas de la guerra fría. […] Uno de los protagonistas en las sombras de esta campaña fue Agustín Edwards. Pocos días después del «Naranjazo» se embarcó rumbo a Estados Unidos. En las siguientes semanas deambularía frenéticamente entre Washington, Nueva York y Santiago, reuniéndose con altos funcionarios del Gobierno estadounidense, con su amigo Rockefeller y otros hombres del Business Group, así como con empresarios chilenos. Su idea era ayudar a los estadounidenses a diseñar su plan político, conseguir financiamiento para Frei y colaborar con las campañas de propaganda. Ese es, al menos, el cuadro nítido que emerge de decenas de documentos desclasificados por el Gobierno de Estados Unidos en los últimos años. Y en varios de ellos, Agustín Edwards aparece identificado con nombre y apellido.

(SOBRE LAS REUNIONES CON ROCKEFELLER Y LA CIA)
Gracias a sus frecuentes encuentros con David Rockefeller, Edwards estaba al tanto de los planes que se estaban desarrollando en Washington. Así se enteró, por ejemplo, que en abril el Business Group había ofrecido a la CIA un aporte de un millón de dólares para apoyar sus planes electorales en Chile.
Pero Agustín Edwards no limitó sus esfuerzos a los círculos empresariales. En al menos dos oportunidades se reunió con altos funcionarios estadounidenses para discutir la situación política chilena. La primera reunión documentada se realizó en Washington a comienzos de mayo de 1964. En esa ocasión, Edwards se reunió con John McCone, el director de la CIA, y el asesor de la agencia Desmond Fitzgerald. McCone se había reunido en varias ocasiones con Rockefeller y miembros del Business Group, por lo que es probable que estos le recomendaran recibir al empresario chileno.
La minuta de una reunión confidencial que sostuvieron altos funcionarios de la CIA y del Departamento de Estado el 12 de mayo, arroja algo de luz sobre esos encuentros.

El señor McCone se refirió a varios encuentros que había tenido en días recientes con industriales americanos con importantes intereses en la economía chilena. En una ocasión, David Rockefeller encabezó un grupo que representaba a varias compañías. En otra, fue visitado por Clyde E. Weed, presidente del directorio, y Charles M. Brinckerhoff, presidente de Anaconda Copper Company. También recibió una visita del magnate chileno Augustin Edwards [sic]. Todos estaban preocupados con la cercanía de la próxima elección, el monto de dinero que intereses foráneos estaban canalizando a Allende, y la necesidad de fortalecer al candidato Frei con fondos.
La conversación de los hombres de la CIA con Edwards debió haber dejado una buena impresión, ya que pocos días después Desmond Fitzgerald le propuso a Thomas C. Mann, el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, que se reuniera con el magnate chileno.
Thomas C. Mann era el verdadero poder en la sombra en todo lo relacionado con América Latina. Además de ser subsecretario, el presidente Johnson lo había nombrado su asesor personal en temas hemisféricos y, para dotarlo de dientes, lo puso a la cabeza de U.S. AID. […] Mann accedió a la petición de la CIA de juntarse con Edwards. En algún momento de la segunda semana de mayo de 1964, ambos se reunieron en Nueva York para hablar sobre la situación chilena. No existe un documento que haga referencia a lo que conversaron, pero es probable que Edwards prometiera lo que ya había ofrecido antes: poner sus diarios a plena disposición. […] Ciertamente Agustín Edwards puso todos sus medios a disposición de esta campaña. El premiado periodista investigativo estadounidense Seymour M. Hersh aseguró que Edwards había sido el principal lazo entre Washington y Santiago en la campaña electoral de 1964. En su libro El precio del poder afirmó:
El principal contacto de la CIA, así como las corporaciones americanas en Chile, era la organización de Agustín Edwards, un amigo cercano de Kendall, que era dueño de la conservadora cadena de periódicos de El Mercurio, y un vínculo central de la oposición a Allende y a la izquierda. La CIA y el Business Group dependían fuertemente de Edwards para usar su organización y sus contactos con el fin de canalizar los dineros clandestinos a la campaña política de 1964.
(SOBRE LA INDISCRECIÓN DE EDWARDS)
Agustín Edwards debió sentirse en las nubes por el papel que estaba desempeñando. A sus treinta y seis años era el protagonista en la sombra de grandes eventos de su tiempo. Tal como lo había sido su abuelo con el ascenso de Arturo Alessandri, o su bisabuelo con la caída de José Manuel Balmaceda. Como el quinto Agustín Edwards y amante de la historia —solía devorar biografías, en especial las de grandes personajes como Napoleón— es probable que tuviera plena conciencia de su rol histórico en los sucesos de 1964.
[…] Doonie se sintió tan partícipe de la epopeya de 1964 que, a ratos, se mostraba demasiado ansioso por hacerle saber a otros su influencia y protagonismo en los eventos. El propio Thomas C. Mann no estaba muy contento con el hecho de que los empresarios que estaban ofreciendo ayuda, entre ellos Rockefeller y Edwards, estuvieran ventilando sus esfuerzos. «Están hablando demasiado en esos círculos, lo que está llegando a Chile —se quejó después de reunirse en Nueva York con esos empresarios—. Incluso Frei ha dicho que si se publicita el amplio apoyo empresarial, sería el beso de la muerte para su candidatura».
A comienzos de mayo, dos altos funcionarios de la Embajada de Estados Unidos en Santiago se dirigieron a la calle Hindenburg 683, en la comuna de Providencia, para una conversación reservada con el candidato Eduardo Frei. Acompañado por su asesor político Juan de Dios Carmona, Frei recibió a los estadounidenses en su residencia para una charla extraoficial que duró dos horas.
Tras repasar los distintos escenarios políticos, Frei pidió reunirse a solas con Joseph J. Jova, el subjefe de la delegación diplomática y ex ejecutivo de la United Fruit Company en Guatemala. El tema que quería tratar con él era sensible. Se trataba de un empresario chileno que estaba hablando demasiado sobre su propio papel y el de Washington en apoyar su candidatura, un hombre que «parece disfrutar el juego de “policías y ladrones”».

Aunque el nombre de ese empresario chileno aparece bajo el rótulo de «nombre no desclasificado» en los documentos estadounidenses, todo parece apuntar a Agustín Edwards. En el telegrama que Jova envió a Washington al día siguiente de su reunión con Frei, el diplomático afirmó que el candidato democratacristiano…
[…] estaba horrorizado de haber escuchado que en al menos dos ocasiones [nombre no desclasificado] había hablado indiscriminadamente respecto a la ayuda del Gobierno norteamericano a la campaña de Frei. En una ocasión, hablando con Salvador Pubill, el encargado de las finanzas de la campaña de Frei, [nombre no desclasificado] le dijo que no veía urgencia en colectar fondos de industriales chilenos para la campaña, en vista del hecho de que Frei iba a recibir un millón de dólares en asistencia de empresarios de Estados Unidos. En otra ocasión [nombre no desclasificado] le contó a Antonio Baeza, de Copec, que los recursos financieros de la comunidad empresarial chilena deberían mantenerse en reserva para las elecciones parlamentarias de marzo de 1965, ya que la campaña de Frei estaba bien provista de fondos de aproximadamente un millón de dólares del Gobierno y de privados norteamericanos.
[…] Uno de los muy pocos chilenos que habría podido saber acerca de este financiamiento era Agustín Edwards. Además, el informe de Jova señalaba que el empresario no identificado habló con Salvador Pubill. Resulta que Doonie conocía al tesorero de la campaña de Frei, ya que ambos eran en esa época miembros del directorio de la Sociedad de Arte Contemporáneo de Santiago. El reporte de Jova, rotulado como secreto, también revelaba más quejas de Frei sobre este empresario:
En una tercera ocasión [Frei] dijo que en un reciente viaje a Estados Unidos de [nombre no desclasificado], este se había reunido con Rockefeller y su grupo y habían acordado que las platas para la campaña de Frei podrían servir con la intención final de usarlo como una palanca de presión mediante la cual controlar a Frei una vez fuera electo presidente […] Fitzgerald siente que sus propias conversaciones con [nombre no desclasificado] parecen confirmar algunas de estas quejas. Por lo tanto, decidimos que [William] Belton, en vista de su estrecha amistad con él, puede ser la mejor persona para reprender a [nombre no desclasificado], y le pedimos que lo hiciera.

Nuevamente todo apunta a Agustín Edwards. Doonie era el empresario chileno que más se reunía con Rockefeller, y también se había entrevistado con el funcionario de la CIA Desmond Fitzgerald. Además, mantenía una estrecha relación con William Belton desde fines de los años cincuenta.
(Sobre la campaña del terror y los agradecimientos de Frei)
El reporte final de la Comisión Church del Senado norteamericano, que en 1975 investigó las acciones encubiertas de Estados Unidos en Chile entre 1963 y 1973, afirmó:
Fue una campaña del terror, la que se apoyó fuertemente en imágenes de tanques soviéticos y de pelotones de fusilamiento cubanos y que se dirigió en especial a las mujeres. Organizaciones democratacristianas repartieron cientos de miles de copias de una carta pastoral anticomunista del papa Pío XI. La CIA considera la campaña de terror anticomunista como la actividad más efectiva que realizó EE.UU. a favor del candidato de la Democracia Cristiana.
El Mercurio se hizo parte de las operaciones de propaganda negra. La dinámica era la siguiente: periodistas pagados por la CIA fabricaban cierto tipo de noticias, las que eran divulgadas a través de contactos en agencias de prensa o por la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA). El diario recogía y publicaba esa información, lo que llevaba a otras agencias de noticias a recoger el artículo de El Mercurio y difundirlo en un despacho a todos sus clientes en Chile y América Latina. Lo elegante de este método era que el diario podía alegar inocencia, por cuanto solo había tomado informaciones de otras fuentes.
Algunos de estos periodistas de agencias incluso tenían oficina en El Mercurio. Hermógenes Pérez de Arce, por ejemplo, recordó en su autobiografía el caso de «un gringo alto, rubio y con cara de pocos amigos que estaba a cargo de la Associated Press en Santiago y tenía oficina en El Mercurio y con el cual intercambiábamos siempre un saludo».
[…] El viernes 4 de septiembre de 1964, el Departamento de Estado recibió cada sesenta minutos actualizaciones de su embajada en Santiago sobre el desarrollo de las elecciones presidenciales que se estaban realizando en Chile. Los reportes telegráficos eran reenviados casi de inmediato a la Casa Blanca. Agustín Edwards, en tanto, estaba instalado en la oficina de la presidencia de El Mercurio, en el primer piso del edificio de Compañía 1214. También recibía a cada rato los últimos cómputos de votos. A las siete de la tarde, su secretaria, María Angélica Lira, recibió un llamado desde el comando de la Democracia Cristiana. En la línea estaba Eduardo Frei Montalva, el flamante vencedor de los comicios, quien quería hablar con Doonie. Fue una conversación breve, de palabras amables y agradecimientos por el apoyo.
Unos días después, al mediodía del 8 de septiembre, Eduardo Frei fue en persona al diario, donde fue recibido con entusiastas aplausos por el personal de la empresa. Acompañado de su asesor Álvaro Marfán, el presidente electo se dirigió a la oficina de la presidencia del periódico. Se trataba de una sala amplia, con numerosos sillones y sofás de felpa. La plana mayor en pleno de El Mercurio estaba en la oficina esperando la llegada de Frei. Entre ellos estaban Edwards, René Silva Espejo, Fernando Durán y los redactores Rafael Valdivieso, José María Navasal, Hermógenes Pérez de Arce y Arturo Fontaine. «La visita tiene como objetivo hacer público el agradecimiento del candidato al periódico por el vigoroso y constante respaldo que lo ha llevado a tan resonante victoria», recordó después Arturo Fontaine.
Agustín Edwards Eastman. Una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio.
Debate,

618 páginas.
y, ciertamente, poner El Mercurio al servicio de la causa. Una operación de inteligencia impecable si no fuera porque Edwards se puso a hablar de más, aunque el victorioso Frei Montalva no dejaría de agradecerle en persona. Aquí algunos extractos del libro donde Víctor Herrero cuenta la incómoda historia.

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