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jueves, 23 de octubre de 2014

Labbé, Tejas Verdes y la tortura: viaje al origen del mal

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Periodista y autor del libro La Danza de los Cuervos.
Es cierto, desde un aspecto formal, Tejas Verdes es el origen de la tortura, la represión y la desaparición de personas en Chile. E, independiente de cualquier empate político que se pretenda hacer ahora y antes, fue la dictadura, y no otro gobierno, la que impulsó y puso en marcha estas técnicas en nuestra nación desde su etapa embrionaria.
Desde luego existen antecedentes para explicar el golpe militar, donde se pueden esgrimir responsabilidades de lado y lado, como también existieron en el caso de la llegada del nazismo a la deprimida Alemania de entreguerras. Sin embargo, en este país, hoy nadie se atreve a señalar esos motivos como forma de justificar las atrocidades del régimen nazi. ¿Por qué acá en Chile todavía se defienden los crímenes de la dictadura en nombre de ideologías políticas, de sucesos extremos, justificando todo lo que asoló a nuestra nación durante diecisiete años? Partamos por el comienzo.
A partir de 1945, Estados Unidos desarrolló lo que muchos historiadores han llamado la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN), un conjunto de principios, normas consuetudinarias y enseñanzas militares con las que ese país enfrentó el escenario posterior a la Segunda Guerra Mundial. La visión establecía que el mundo occidental representaba el bien, el cristianismo y la democracia, como contrapartida del otro lado de la Cortina de Hierro, donde se encontraba el comunismo, que representaba el mal, el anticristianismo y las dictaduras totalitarias. En esta concepción se estableció que la “amenaza comunista” se podía encontrar en cualquier sitio. Ya no se trataba de una guerra abierta, con bandos definidos, sino de intentos “insurgentes” provenientes del seno de la propia ciudadanía. Desde este punto de vista, el enemigo podía ser cualquiera. De ahí la importancia de crear una metodología de inteligencia capaz de erradicar el “cáncer marxista” desde adentro. Como el comunismo atacaba la dimensión política, económica, psicológica e ideológica, la respuesta fue la “guerra total y permanente” en todos esos campos.

Bajo esa premisa, Estados Unidos estableció convenios militares de cooperación con prácticamente todos los países de Latinoamérica. En 1946 se creó la Escuela de las Américas, un fuerte y escuela ubicado originalmente en Panamá, donde oficiales y suboficiales estadounidenses impartieron clases a miles de militares chilenos y del resto de Latinoamérica en materias políticas y económicas, además de métodos de inteligencia y tortura, los que fueron incorporados a su aprendizaje. A su vez, los estadounidenses habían aprendido las técnicas de interrogatorio y tortura de oficiales franceses, quienes habían sistematizado y aplicado su propio método en Argelia, donde el “enemigo” se resistía a la ocupación de Francia. Parte fundamental del “enemigo” era la retaguardia de la resistencia, incluida toda la red de colaboración proveniente de la propia ciudadanía. Niños transportando bombas, mujeres pasando mensajes, todos eran parte del “enemigo”.
Integrantes del cuerpo de paracaidistas estuvieron a cargo de la profesionalización de los tormentos como forma de cortar la relación entre los insurgentes y la ciudadanía que les prestaba ayuda. Terror para dispersar.
Varios “especialistas” de Argelia, como han reconocido ellos mismos públicamente, se asentaron en la Escuela de las Américas y en Fort Bragg, para enseñar métodos de tortura que luego fueron aplicados en Vietnam y también en Latinoamérica. Los franceses asimismo se instalaron en Argentina y en Brasil, en ese momento bajo una dictadura y donde el ex alcalde de Providencia Cristián Labbé dice haber asistido a recibir sólo clases de educación física. Desde ahí, los franceses colaboraron con aquellos embarcados en la lucha contra la Unidad Popular.
Una de las principales tácticas para disuadir al enemigo, aplicada por el Ejército francés en Argelia, aparte de la tortura, fue la desaparición de los muertos como forma de desmoralizar al enemigo. Tal como lo reconoce su hijo, Manuel Contreras recibió estas enseñanzas en Estados Unidos durante tres años. Su amigo y superior, Augusto Pinochet Ugarte, compartía su pensamiento anticomunista y la necesidad de erradicar el marxismo de manera radical. Se habían conocido en 1962, en la Academia de Guerra, mientras Contreras era teniente y aspirante a oficial de Estado Mayor, y Pinochet capitán e instructor de su curso.
Pinochet le habría pedido a Contreras que se trasladara a San Antonio en enero de 1973, fecha en que el entonces teniente coronel asumió como nuevo director de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes. Es en este contexto que, luego del golpe militar, un conjunto de instructores, entre los que se encuentran Cristián Labbé, Miguel Krassnoff e Ingrid Olderock, entre otros, comienzan a formar en esa localidad a los futuros agentes de la DINA, quienes luego se harían tristemente célebres por transformarse en los peores violadores a los derechos humanos que ha conocido la historia de Chile.
La explicación antes dada sirve para entender que durante toda la dictadura la responsabilidad en violaciones a los derechos humanos fue de la DINA, la CNI, del Ejército, las Fuerzas Armadas y de Orden y de una parte de civiles. Todo calculado. Pero la pregunta original sigue aún ahí. ¿Por qué acá existe un sector social importante que sigue defendiendo a los violadores a los derechos humanos? ¿La causa fue el conjunto de acuerdos políticos para volver a la democracia y que permearon una forma de ver el mundo desde esa época hasta el presente? ¿Los diecisiete años de horror? ¿Es que existe una parte de la sociedad que simplemente no quiere verlo porque significaría reconocer su propia indolencia? ¿Ese cálculo, esa matriz fríamente pensada nos dejó marcados hasta hoy cumpliendo con éxito su labor?
Según mi opinión, es un fenómeno multicausal, que se traduce en el triste hecho de que personas como Rosauro Martínez Labbé y Cristián Labbé, prácticamente pasen desde sus sillones como representantes de la fe pública a una cárcel.
Creo que esto no puede dejar tranquila a la sociedad chilena y, específicamente, al Gobierno de Chile. Tengo la impresión de que se acabó el momento de esconder estos temas, de señalar que debemos seguir adelante y no mirar hacia atrás porque no tiene sentido. Con los cuarenta años del golpe quedó claro que Chile no quiere esto.
Es importante que las autoridades chilenas lo entiendan y que las autoridades político-culturales se hagan parte de este proceso. Que apoyen la difusión de este tipo de temas a través de radio, diarios, libros, Internet, televisión y cine. También desde la educación en los colegios y las universidades.
¿Por qué Argentina tiene su película ícono, La Historia Oficial, hecha a los pocos años de dictadura? ¿Por qué Brasil tiene también su Bautismo de Sangre? ¿Por qué desde afuera, Costa-Gavras dirigió Missing, que cuenta la historia chilena? Y, finalmente, ¿por qué en Chile este tema no se ha enfocado aún a través de este arte de forma clara, explícita y dura como fue? Da para pensar.
Como antes señalé, acá operó una matriz ideológica, una matriz política, una matriz social y la recién explicada matriz de represión. Todo ello con un objetivo claro apuntando hacia un mismo lugar. Recalco, para mí la forma de revertir ese daño, de generar ciudadanos informados, sin miedo, se encuentra en la política, en la educación y en la cultura.

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