Magnicidio de baja intensidad
- José Rodríguez Elizondo
- Periodista, diplomático y escritor
- En 2002, se presentó ante la justicia una querella por el presunto
asesinato del ex Presidente Eduardo Frei Montalva. En diciembre de 2009,
el ministro Alejandro Madrid convirtió dicha querella en certeza
judicial. Cerrando la primera etapa del proceso, dictaminó que Frei
Montalva fue asesinado en su lecho de posoperado, en una clínica de la
capital, durante el gobierno del general Augusto Pinochet. Tres años
después ≥el pasado viernes– cerró el sumario respectivo, mencionando
autores, cómplices y encubridores.
Han sido 14 años con escasa reacción mediática y de opinión pública.
Inferior, en todo caso, a la que capta cualquier crimen espantoso
cometido por gente común. Sin embargo, de lo investigado se desprende un
contexto más que espeluznante: terrorismo de Estado, servicios secretos
tenebrosos, infiltración de gérmenes patógenos (textuales “bacterias
oportunistas”) y médicos escapados del gabinete del doctor Caligari.
En una democracia desarrollada, los políticos estarían tratando las
alternativas del proceso en todos sus foros, los cineastas habrían
encontrado financiamiento para un filme rápido, los guionistas
competirían para proyectar una secuela, algún escritor estaría dando los
toques finales a una gran novela y la prensa nacional e internacional
daría cuenta cumplida de lo que sigue sucediendo.
Pero, por lo visto, los chilenos estamos en otra. En el país de los
hechos, la información no ha conmocionado la conciencia nacional. La
atención se ha concentrado en la tecnología de las pruebas de
laboratorio y en la improbable culpabilidad de los sospechosos
instrumentales (a través de los cuales podría llegarse a los autores
intelectuales). Además, como en 2009 Chile estaba en pleno proceso
electoral, en lugar de privilegiarse el tema de fondo –la certeza
judicial del crimen– se levantó una advertencia de coyuntura: la
resolución del juez podía influir en el comportamiento de los electores,
favoreciendo al candidato Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del Presidente
asesinado. Es decir, Madrid debió manejar los tiempos del proceso,
buscando uno que fuera políticamente oportuno.
Afortunadamente, nuestra Corte Suprema reivindicó, entonces, los
fueros de la juridicidad y del orden natural de los acontecimientos.
Ratificando lo obrado por el juez, dejó en claro que los tiempos
judiciales no pueden ni deben ser manipulados, para no chocar con los
tiempos políticos. “Sería muy grave que los jueces tuvieran que buscar
fechas para dictar sus resoluciones”, dijo su presidente Milton Juica.
En cualquier caso, la reacción nacional acorde con la gravedad del
caso sigue en suspenso. Incluso pareciera que sólo los hijos y nietos de
Frei Montalva son los ofendidos directos por el presunto magnicidio.
Un hecho relevante de nuestra historia compite, desventajosamente, con la crónica roja de la coyuntura.
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