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lunes, 13 de octubre de 2014

El arzobispo y los sacerdotes santos

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Presidente de América Solidaria
 
 Nos hemos enterado en estos días que nuestro Arzobispo ha enviado una denuncia al Vaticano por los dichos de tres sacerdotes chilenos. Me pregunto si, antes de hacerlo, ¿se habrá reunido con ellos para escucharlos, para conversar, discutir y saber por qué han dado dichas opiniones?, ¿habrá sido lo suficientemente humilde como para ir a la casa de los padres José Aldunate, Mariano Puga y Felipe Berríos, dándose el tiempo para comprender desde la vida de ellos que está sucediendo?, ¿será capaz él de poner en práctica lo que nos pide a los católicos en sus homilías, donde nos llama al diálogo, la concordia, el encuentro, la reconciliación y la predisposición a aceptarnos?
No conozco personalmente al Arzobispo, he tenido pocos y breves encuentros con él, que por lo general han sido en misas o celebraciones de la Iglesia Católica, por lo que no puedo referirme a su personalidad y motivaciones, ni especular acerca de sus intereses ni menos de su objetivo final al hacer esta denuncia, ni tampoco me quiero hacer eco de lo que hablan los laicos y sacerdotes de la arquidiócesis acerca de su manera de dirigir la Iglesia de Santiago, sin embargo, sí conozco a los denunciados y simplemente me referiré a ellos brevemente y a lo que representan para nuestra Iglesia católica chilena.
El Padre José Aldunate es el sacerdote vivo que más ha luchado –y de manera pacífica– por la defensa de la vida, por el respeto a los derechos humanos y por la dignidad de cada persona. No sólo sus acciones (contundentes y evangélicas) sino que su vida misma demuestran la existencia heroica que ha llevado adelante, hombre de profunda oración y de amor al prójimo, seguidor de Cristo y profeta de nuestra Iglesia.


El Padre Mariano Puga es el notable sacerdote obrero que conmocionó a la clase alta católica de su generación, que se atrevió a ‘abajarse’ para redimirse y donarse al prójimo, que no ha escatimado esfuerzos en servir hasta el final, en denunciar la hipocresía con la misma vehemencia que lo hizo Cristo ante los fariseos. Un sacerdote de oración constante, de profundidad sobrenatural y de consistencia existencial admirable, fiel a la Iglesia del pueblo, a aquella privilegiada por el mismo Señor.
El Padre Felipe Berríos representa a los nuevos tiempos como sacerdote, atrevido y sin inhibiciones ha avanzado demostrando con su propia vida que sí se puede servir a los más excluidos y abandonados donándose, viviendo cómo y con ellos, no temiendo represalias ni dejándose llevar por lo que resulta más exitoso o aplaudido. Su vida religiosa ha estado en medio de la realidad, de ésta y de otras, con todas las tensiones y conflictos que ello implica, propagando por intermedio de su ejercicio sacerdotal –entre millares de jóvenes y adultos– un amor a Jesucristo y a su Iglesia desde la misericordia y el servicio.
Los tres tienen una contundencia de vida espectacular, han sido –y lo son aún– un regalo para nuestra Iglesia Católica chilena, un ejemplo de vida coherente y feliz al servicio de los que Cristo en su Evangelio nos ha invitado a servir, tres sacerdotes que concuerdan con lo pedido por el Papa Francisco I: “Una Iglesia pobre para los pobres”. Sugiero a nuestro Arzobispo releer sus propias homilías, las que sí he escuchado, y remitirse a un pasaje de la carta del apóstol Santiago capítulo 2 versículos 14 al 26, donde destaco de ese texto el versículo 24: “Ya lo ven: son las obras las que hacen justo al hombre y no solo la fe”. ¿Quién debería ser el denunciado?
Yo por mi parte me quedo en la Iglesia católica en la que están estos tres sacerdotes santos.

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