Por Mario López Moya
No sólo “cómplices pasivos” hubo entre los que apoyaron la dictadura; también hubo civiles que ejecutaron a personas con sus propias manos. Eso ocurrió en Paine. Las víctimas: campesinos de asentamientos agrícolas. ¿Qué pasó con los asesinos? Hoy se pasean por la comuna como si nada hubiera ocurrido.
Múltiples
causas judiciales dan cuenta de al menos 70 asesinatos cometidos por
uniformados junto a civiles en esa localidad. Decenas de comuneros aún
permanecen desaparecidos. Otros solo fueron identificados a partir de
restos, pues los cuerpos fueron removidos en la operación "retiro de
televisores".
Paine es la comuna que mantiene un triste record. Tuvo el mayor número de asesinados en dictadura en relación a su población. No es lo único en lo que destaca. Muchos terratenientes (incluso algunos vistiendo uniformes), participaron de las detenciones, torturas, secuestros y posterior ejecución de aquellos a quienes ellos mismos habían denunciado.
Otro elemento distingue toda esta trama de muerte y dolor: Uno de los campesinos que fueran fusilados, sobrevivió y denunció con valentía los crímenes y a sus autores. A pesar de haberse dictado numerosos procesamientos en contra de militares, carabineros e incluso algunos de los particulares, pero aún varios son los que aún se encuentran impunes.
El origen del odio
A partir del gobierno del Presidente Frei Montalva, en la zona había comenzado a aplicarse la Reforma Agraria, la que luego sería profundizada por la Unidad popular. Producido el golpe, los terratenientes se acercaron a los uniformados ofreciendo "listas" de campesinos "revoltosos". La ayuda brindada fue amplia, desde informes hasta vehículos se pusieron a disposición para acometer la tarea de detener y trasladar a los presos. Pero no fue solo eso.
Hasta el momento 20 civiles se encuentran procesados por los secuestros y asesinatos. Darío González participe de los secuestros, se refugia en "el secreto del sumario" para no dar entrevistas. "No puedo, la jueza me prohibió hablar", asegura. "Sólo trasladé policías nada más", afirma. Luego se excusa que fueron los militares quienes se llevaron a los hoy detenidos desaparecidos. "Aquí había tres escuelas de guerrillas", afirma a modo de justificación.
En realidad, de acuerdo a los testimonios y hechos consignados en los cerca de 40 expedientes judiciales, se trató de un crudo festín de sangre. Los apresaron en calles, en sus propias casas o en los asentamientos. Incluso los "citaron" para que comparecieran a la Sub Comisaría de Paine. A algunos, como al padre de la abogada Pamela Pereira, Andrés Pereira Salsberg, los detuvieron más de una vez.
Sobrevivió al fusilamiento
Los crímenes se siguieron extendiendo por las localidades de Paine, Hospital, Huelquén, Culitrín, Chada, Rangue, El Vínculo, Pintué y Laguna de Aculeo. A quien se ha sindicado como el líder de los civiles que secuestraron y asesinaron campesinos, es Juan Francisco Luzoro Montenegro. Se trata de un empresario ligado al transporte que ha sido procesado en múltiples causas y por distintos episodios del "Caso Paine".
Él fue quien "recibió" en las puestas de la sub comisaría de Paine a Alejandro Bustos, el campesino que sobrevivió a los fusilamientos. "Don Francisco Luzoro estaba también ahí, pero él que era civil, daba las órdenes, o eso parecía; harto raro. "Llegaste atrasado Colorín", me dijo, y mientras yo trataba de darle explicaciones, llamó a un carabinero a revisarme por si traía armas. "Aquí vai a tener que hablar todo lo que sabís, porque los otros ya nos contaron que erai vos el que llevabai la batuta", le dijo.
Alejandro Bustos jamás imaginó lo que acontecería más tarde. "Me obligaron a desnudarme y otros dos carabineros que no había visto, empezaron con que "cantara". Como yo les pregunté qué querían que cantara, me plantaron un palo en el espinazo y empezaron a darme también por los hombros con un "tonto de goma". "Habla", gritaban, "tenís que hablar", pero qué iba a decirles, y entonces, otro salió con que "a ustedes les llegaron más de cinco mil armas, tenís que decirme dónde las escondieron", y palo tras palo, "vos tenís que saber porque por algo estabai inscrito, te denunciaron, tenemos veinticinco ahí adentro y van a tener que llegar todos los otros".
Tortura y crimen
Mientras lo golpeaban sintió que lo levantaban del pelo. "Desde cuándo erís rojo" me preguntaron al oído, y yo respondí que siempre había tenido el pelo rojo. "No te hagai el estúpido", gritó el policía indignado, "los rojos son los comunistas, guevón". A partir de ahí comienzan otra sarta de palos. Meta palos conmigo en la espalda y la cabeza, pero un poco después perdí el conocimiento. Me despertaron con un balde de agua, no podía abrir los ojos, los tenía como pelotas".
Bustos recuerda que cuando empezó a oscurecer, los carceleros sacaron unas chuicas de vino y empezaron a prender fuego para un asado. "Había carabineros y civiles, casi todos camioneros. Estaban los Carrasco, el Tito y el Toño Ruiz Tagle, el peluquero Aguilera, el Pato Meza, Miguel González, Carlos Sánchez, el Jara, el Cristián Kast, Larraín, Suazo. Eran unos quince civiles y unos dieciocho carabineros, yo los veía desde mi rincón cómo se reían y emborrachaban, pero estaba muy quieto, porque cuando se acordaban de mí, se acercaban civiles o pacos a darme de puntapiés por las costillas", rememora.
Cerca de la una de la madrugada fueron sacados del calabozo todos los detenidos. "El paco Retamal abrió la puerta del calabozo, con él entraron Leiva y Manuel Reyes, carabineros también. Nos hicieron salir por detrás de la guardia mientras Claudio Obregón y Carrasco nos nombraban por una lista. Atrás de la guardia nos esperaba un furgón verde y el auto crema de los Carrasco, también estaba la camioneta verde de don Jorge Sepúlveda, la camioneta amarilla de Obregón, y el auto de González. Nos subieron al furgón y los autos partieron, los propios dueños los manejaban".
"Van a matarnos"
El furgón policial iba al final y lo conducía el carabinero Juan Valenzuela, según consta de los expedientes. "Nosotros nos preguntábamos mientras tanto que si estarían llevándonos al Estadio Nacional o al Chile o al Regimiento de Chena (...) a pesar de la sospecha tremenda, a ninguno se le ocurrió mencionar que nos llevaban a algún escondrijo para matarnos.
Mucho más allá, cuando el finao Ramírez que era evangélico empezó a orar, se me puso la carne de gallina; supongo que a todos les pasó lo mismo porque empezaron a encomendarse a Dios, a los santos; yo también recé porque soy católico, devoto de la Virgen".
Un largo silencio acompañó la caravana, "recién por Champa el finado Chávez lo dijo, estábamos todos rezando y él nos interrumpió, "van a matarnos", dijo enronquecido, después en voz baja agregó, "el que quede vivo que sea hombre y cuente dónde van a botarnos". Un momento más tarde, como si hubiera tenido una revelación, me dijo, "usted Alejo, que va salvarse, avise que estamos muertos".
Fueron violentamente bajados de los vehículos y puestos a la orilla del río. "Hasta allí yo todavía creía que podían estar amenazándonos solamente, pero empezaron a empuñar las metralletas, todos ellos, civiles y carabineros, nada más que hablar. El sargento (Manuel) Reyes nos condujo a empujones a la orilla del río, y burlándose de nosotros nos hizo levantar los brazos, "¡vamos a matarlos por no ponerse de acuerdo en sus mentiras!", sentenció.
"Lenguas de fuego"
"Sucedió todo en un segundo, lenguas de fuego salieron por los cañones y las ráfagas comenzaron a rugir. La noche pareció iluminarse con demonios y una quemazón en el brazo me echó al suelo, caí revolcándome, Orlando Pereira cayó encima mío, su sangre corrió por mi cuerpo. Quedé de costillas al lado del sargento Reyes y Pancho Luzoro gritó "éste ya está muerto!", entonces con Daniel Carrasco me tomaron de las piernas para arrojarme al agua. Pero no alcancé a caer, unas moras me detuvieron".
Desde ese lugar Bustos vio como remataban a los que aún estaban vivos. "Creo que casi todos ya estaban muertos, pero igual, pararon de disparar y empezaron a torturarlos. Vi cómo a Raúl Lazo le sacaban los ojos y la lengua, pero al menos gritaba, a los otros les aplastaban la cabeza con peñascos, con palos. Parece que ya no les quedaban balas, todo era ahora con piedras y cuchillos, y entonces los empiezan a empujar al agua como a mí. Tiran a Orlando Pereira pa'abajo y cae encima mío, y ahí sí que me fui abajo", recuerda.
En las turbulentas aguas era difícil sostenerse, más aun estando heridos. Él junto Orlando, el padre de la abogada Pamela Pereira, lograron llegar a un banco de arena. "En ese momento justo se limpió la luna y pude verlo clarito, entonces me dijo "hasta aquí no más Rucio, voy a morirme", y se echó sobre mis piernas tiritando y tiritando hasta que ya no se movió más.
Murió a mi lado sin que yo pudiera hacer nada, nada; me dejó ahí solo y no veía a ninguno de los otros, pero sí el resplandor de los autos de nuestros fusiladores que se retiraban", concluye Bustos.
Luego de huir de perros y perseguidores, de ser rechazado por vecinos que estaban atemorizados y ayudado por amigos y familiares e incluso por un oficial FACH, Bustos logró sobrevivir. Volvió a Paine donde fue constantemente asediado y amenazado. Seguro de cumplir la promesa hecha a los asesinados, relató judicialmente de lo que había sido testigo y víctima y aportó a los procesos.
Largos juicios y poca justicia
Si bien han evolucionado en el último tiempo con mayor celeridad las causas criminales abiertas como consecuencia de los 70 crímenes, la justicia plena aún no llega a las familias de las víctimas. Los procesados han aumentado y llegan a tocar a importantes oficiales y uniformados. Los particulares sometidos a proceso por los distintos jueces son ya cerca de 20.
Entre los civiles procesados se encuentran: Juan Francisco Luzoro Montenegro, Juan Quintanilla Jerez, Hugo Aguilera, Fernando Aguilera, Jorge Sepúlveda, Tito Carrasco, Claudio Oregón, Ruben Darío González Carrasco, Luis Guerrero, Mario Tagle, Ricardo Tagle, Yule Tagle y Jorge Aguirre, entre otros.
Los Carabineros procesados o imputados son los siguientes: Nelson Bravo Espinoza, capitán; Raúl Ortiz Maluenda, sargento 2º; Carlos Aburto Jaramillo, cabo 1º; José Retamal Burgos, cabo 1º; Víctor Sagredo Aravena, cabo 1º; Reyes, sargento; Luis Jara, teniente de Pintué; y los carabineros Samuel Ahumada Cabello; Raúl Donoso Figueroa; Alamiro Garrido Ubal; Jorge González Quezada; Víctor Labarca Díaz; Eduardo Molina Armijo; José Piñaleo Pérez y Jorge Verdugo, entre otros. Varios oficiales de la Escuela de Infantería de San Bernardo, también se encuentra requeridos judicialmente.
Mi hermano fue el primer detenido
"El 13 de septiembre mi hermano fue detenido por civiles y carabineros en el mercado El Sol. Algunos civiles estaban vestidos de carabineros", relata Silvia, hermana del DD.DD Pedro Vargas Barrientos. "A Pedro le pegaron cuando estaba en la cola del pan, en la calle, delante de toda la gente que esperaba comprar"
"Lo subieron a la camioneta amarilla de Oregón (Claudio Oregón Tudela, es uno de los civiles involucrados en la detención y posterior desaparición de varias personas de Paine), en la que andaban unos carabineros que eran pensionistas de mi mamá, gente conocida y lo tiraron boca abajo, sangrando y lo llevaron a la comisaría", relata Silvia.
Se pudo constatar por la familia que Pedro estuvo en esas dependencias policiales hasta al menos la mañana del 17 de septiembre. En la tarde ya fue negado que hubiera permanecido en ese lugar: "me dijeron que no había nada, que eran ocurrencias mías, que cómo podía tener la idea que mi hermano estaba ahí", relata la hermana. Nunca más le verían con vida.
"No, aquí no hay nada, nunca hubo nada, nunca hubieron detenidos acá", habían botado y quemado los libros, no había rastro. Le dije "Yo sé que hubo gente aquí, yo vine acá, vine a la puerta" - "No, usted está equivocada, no hubo gente detenida", le aseguró el capitán Nelson Bravo. La madre de Pedro, que era inválida y atendida por el muchacho, a esa época de 23 años, enloqueció al no poder entender ni aceptar lo que había acontecido. En esa familia persisten las tremendas heridas dejadas por la represión.
"Los civiles se tomaron el cuartel"
Así lo afirmó Guillermo Reyes, quien fuera alcalde de Paine entre 1953 y 1957 y uno de los testigos directos de los hechos acaecidos en aquella época: "Al principio, cuando el capitán (Nelson Bravo) pidió vehículos de apoyo, andaban dos carabineros y un particular. Después eran dos civiles y un carabinero; al final, puros particulares", aseguró.
Reyes nunca se explicó el actuar de algunos vecinos que se sintieron con el derecho de disponer de la vida o la muerte de otros seres humanos, a muchos de los cuales incluso conocían. "No lo entiendo... a lo mejor los mareó el poder que tenían en esos momentos, quizás actuaron por despecho o venganza... no lo sé. No encuentro una explicación, sólo sé que se metieron donde no debían y que tomaron represalias con quienes no correspondía", asegura el ex edil.
En esta localidad a diario conviven los familiares de las víctimas y sus victimarios. No es fácil superar miedos y rencores. También subsiste la complicidad de los victimarios acerca del destino de los desaparecidos. Niegan las detenciones, a pesar de las pruebas irrefutables y ocultan dónde los lanzaron. ¡Asesino! Se escucha en más de una oportunidad en la calle. ¡juro que yo no participé! Ha sido generalmente la respuesta, seguida de una rápida huida del lugar.
Paine es la comuna que mantiene un triste record. Tuvo el mayor número de asesinados en dictadura en relación a su población. No es lo único en lo que destaca. Muchos terratenientes (incluso algunos vistiendo uniformes), participaron de las detenciones, torturas, secuestros y posterior ejecución de aquellos a quienes ellos mismos habían denunciado.
Otro elemento distingue toda esta trama de muerte y dolor: Uno de los campesinos que fueran fusilados, sobrevivió y denunció con valentía los crímenes y a sus autores. A pesar de haberse dictado numerosos procesamientos en contra de militares, carabineros e incluso algunos de los particulares, pero aún varios son los que aún se encuentran impunes.
El origen del odio
A partir del gobierno del Presidente Frei Montalva, en la zona había comenzado a aplicarse la Reforma Agraria, la que luego sería profundizada por la Unidad popular. Producido el golpe, los terratenientes se acercaron a los uniformados ofreciendo "listas" de campesinos "revoltosos". La ayuda brindada fue amplia, desde informes hasta vehículos se pusieron a disposición para acometer la tarea de detener y trasladar a los presos. Pero no fue solo eso.
Hasta el momento 20 civiles se encuentran procesados por los secuestros y asesinatos. Darío González participe de los secuestros, se refugia en "el secreto del sumario" para no dar entrevistas. "No puedo, la jueza me prohibió hablar", asegura. "Sólo trasladé policías nada más", afirma. Luego se excusa que fueron los militares quienes se llevaron a los hoy detenidos desaparecidos. "Aquí había tres escuelas de guerrillas", afirma a modo de justificación.
En realidad, de acuerdo a los testimonios y hechos consignados en los cerca de 40 expedientes judiciales, se trató de un crudo festín de sangre. Los apresaron en calles, en sus propias casas o en los asentamientos. Incluso los "citaron" para que comparecieran a la Sub Comisaría de Paine. A algunos, como al padre de la abogada Pamela Pereira, Andrés Pereira Salsberg, los detuvieron más de una vez.
Sobrevivió al fusilamiento
Los crímenes se siguieron extendiendo por las localidades de Paine, Hospital, Huelquén, Culitrín, Chada, Rangue, El Vínculo, Pintué y Laguna de Aculeo. A quien se ha sindicado como el líder de los civiles que secuestraron y asesinaron campesinos, es Juan Francisco Luzoro Montenegro. Se trata de un empresario ligado al transporte que ha sido procesado en múltiples causas y por distintos episodios del "Caso Paine".
Él fue quien "recibió" en las puestas de la sub comisaría de Paine a Alejandro Bustos, el campesino que sobrevivió a los fusilamientos. "Don Francisco Luzoro estaba también ahí, pero él que era civil, daba las órdenes, o eso parecía; harto raro. "Llegaste atrasado Colorín", me dijo, y mientras yo trataba de darle explicaciones, llamó a un carabinero a revisarme por si traía armas. "Aquí vai a tener que hablar todo lo que sabís, porque los otros ya nos contaron que erai vos el que llevabai la batuta", le dijo.
Alejandro Bustos jamás imaginó lo que acontecería más tarde. "Me obligaron a desnudarme y otros dos carabineros que no había visto, empezaron con que "cantara". Como yo les pregunté qué querían que cantara, me plantaron un palo en el espinazo y empezaron a darme también por los hombros con un "tonto de goma". "Habla", gritaban, "tenís que hablar", pero qué iba a decirles, y entonces, otro salió con que "a ustedes les llegaron más de cinco mil armas, tenís que decirme dónde las escondieron", y palo tras palo, "vos tenís que saber porque por algo estabai inscrito, te denunciaron, tenemos veinticinco ahí adentro y van a tener que llegar todos los otros".
Tortura y crimen
Mientras lo golpeaban sintió que lo levantaban del pelo. "Desde cuándo erís rojo" me preguntaron al oído, y yo respondí que siempre había tenido el pelo rojo. "No te hagai el estúpido", gritó el policía indignado, "los rojos son los comunistas, guevón". A partir de ahí comienzan otra sarta de palos. Meta palos conmigo en la espalda y la cabeza, pero un poco después perdí el conocimiento. Me despertaron con un balde de agua, no podía abrir los ojos, los tenía como pelotas".
Bustos recuerda que cuando empezó a oscurecer, los carceleros sacaron unas chuicas de vino y empezaron a prender fuego para un asado. "Había carabineros y civiles, casi todos camioneros. Estaban los Carrasco, el Tito y el Toño Ruiz Tagle, el peluquero Aguilera, el Pato Meza, Miguel González, Carlos Sánchez, el Jara, el Cristián Kast, Larraín, Suazo. Eran unos quince civiles y unos dieciocho carabineros, yo los veía desde mi rincón cómo se reían y emborrachaban, pero estaba muy quieto, porque cuando se acordaban de mí, se acercaban civiles o pacos a darme de puntapiés por las costillas", rememora.
Cerca de la una de la madrugada fueron sacados del calabozo todos los detenidos. "El paco Retamal abrió la puerta del calabozo, con él entraron Leiva y Manuel Reyes, carabineros también. Nos hicieron salir por detrás de la guardia mientras Claudio Obregón y Carrasco nos nombraban por una lista. Atrás de la guardia nos esperaba un furgón verde y el auto crema de los Carrasco, también estaba la camioneta verde de don Jorge Sepúlveda, la camioneta amarilla de Obregón, y el auto de González. Nos subieron al furgón y los autos partieron, los propios dueños los manejaban".
"Van a matarnos"
El furgón policial iba al final y lo conducía el carabinero Juan Valenzuela, según consta de los expedientes. "Nosotros nos preguntábamos mientras tanto que si estarían llevándonos al Estadio Nacional o al Chile o al Regimiento de Chena (...) a pesar de la sospecha tremenda, a ninguno se le ocurrió mencionar que nos llevaban a algún escondrijo para matarnos.
Mucho más allá, cuando el finao Ramírez que era evangélico empezó a orar, se me puso la carne de gallina; supongo que a todos les pasó lo mismo porque empezaron a encomendarse a Dios, a los santos; yo también recé porque soy católico, devoto de la Virgen".
Un largo silencio acompañó la caravana, "recién por Champa el finado Chávez lo dijo, estábamos todos rezando y él nos interrumpió, "van a matarnos", dijo enronquecido, después en voz baja agregó, "el que quede vivo que sea hombre y cuente dónde van a botarnos". Un momento más tarde, como si hubiera tenido una revelación, me dijo, "usted Alejo, que va salvarse, avise que estamos muertos".
Fueron violentamente bajados de los vehículos y puestos a la orilla del río. "Hasta allí yo todavía creía que podían estar amenazándonos solamente, pero empezaron a empuñar las metralletas, todos ellos, civiles y carabineros, nada más que hablar. El sargento (Manuel) Reyes nos condujo a empujones a la orilla del río, y burlándose de nosotros nos hizo levantar los brazos, "¡vamos a matarlos por no ponerse de acuerdo en sus mentiras!", sentenció.
"Lenguas de fuego"
"Sucedió todo en un segundo, lenguas de fuego salieron por los cañones y las ráfagas comenzaron a rugir. La noche pareció iluminarse con demonios y una quemazón en el brazo me echó al suelo, caí revolcándome, Orlando Pereira cayó encima mío, su sangre corrió por mi cuerpo. Quedé de costillas al lado del sargento Reyes y Pancho Luzoro gritó "éste ya está muerto!", entonces con Daniel Carrasco me tomaron de las piernas para arrojarme al agua. Pero no alcancé a caer, unas moras me detuvieron".
Desde ese lugar Bustos vio como remataban a los que aún estaban vivos. "Creo que casi todos ya estaban muertos, pero igual, pararon de disparar y empezaron a torturarlos. Vi cómo a Raúl Lazo le sacaban los ojos y la lengua, pero al menos gritaba, a los otros les aplastaban la cabeza con peñascos, con palos. Parece que ya no les quedaban balas, todo era ahora con piedras y cuchillos, y entonces los empiezan a empujar al agua como a mí. Tiran a Orlando Pereira pa'abajo y cae encima mío, y ahí sí que me fui abajo", recuerda.
En las turbulentas aguas era difícil sostenerse, más aun estando heridos. Él junto Orlando, el padre de la abogada Pamela Pereira, lograron llegar a un banco de arena. "En ese momento justo se limpió la luna y pude verlo clarito, entonces me dijo "hasta aquí no más Rucio, voy a morirme", y se echó sobre mis piernas tiritando y tiritando hasta que ya no se movió más.
Murió a mi lado sin que yo pudiera hacer nada, nada; me dejó ahí solo y no veía a ninguno de los otros, pero sí el resplandor de los autos de nuestros fusiladores que se retiraban", concluye Bustos.
Luego de huir de perros y perseguidores, de ser rechazado por vecinos que estaban atemorizados y ayudado por amigos y familiares e incluso por un oficial FACH, Bustos logró sobrevivir. Volvió a Paine donde fue constantemente asediado y amenazado. Seguro de cumplir la promesa hecha a los asesinados, relató judicialmente de lo que había sido testigo y víctima y aportó a los procesos.
Largos juicios y poca justicia
Si bien han evolucionado en el último tiempo con mayor celeridad las causas criminales abiertas como consecuencia de los 70 crímenes, la justicia plena aún no llega a las familias de las víctimas. Los procesados han aumentado y llegan a tocar a importantes oficiales y uniformados. Los particulares sometidos a proceso por los distintos jueces son ya cerca de 20.
Entre los civiles procesados se encuentran: Juan Francisco Luzoro Montenegro, Juan Quintanilla Jerez, Hugo Aguilera, Fernando Aguilera, Jorge Sepúlveda, Tito Carrasco, Claudio Oregón, Ruben Darío González Carrasco, Luis Guerrero, Mario Tagle, Ricardo Tagle, Yule Tagle y Jorge Aguirre, entre otros.
Los Carabineros procesados o imputados son los siguientes: Nelson Bravo Espinoza, capitán; Raúl Ortiz Maluenda, sargento 2º; Carlos Aburto Jaramillo, cabo 1º; José Retamal Burgos, cabo 1º; Víctor Sagredo Aravena, cabo 1º; Reyes, sargento; Luis Jara, teniente de Pintué; y los carabineros Samuel Ahumada Cabello; Raúl Donoso Figueroa; Alamiro Garrido Ubal; Jorge González Quezada; Víctor Labarca Díaz; Eduardo Molina Armijo; José Piñaleo Pérez y Jorge Verdugo, entre otros. Varios oficiales de la Escuela de Infantería de San Bernardo, también se encuentra requeridos judicialmente.
Mi hermano fue el primer detenido
"El 13 de septiembre mi hermano fue detenido por civiles y carabineros en el mercado El Sol. Algunos civiles estaban vestidos de carabineros", relata Silvia, hermana del DD.DD Pedro Vargas Barrientos. "A Pedro le pegaron cuando estaba en la cola del pan, en la calle, delante de toda la gente que esperaba comprar"
"Lo subieron a la camioneta amarilla de Oregón (Claudio Oregón Tudela, es uno de los civiles involucrados en la detención y posterior desaparición de varias personas de Paine), en la que andaban unos carabineros que eran pensionistas de mi mamá, gente conocida y lo tiraron boca abajo, sangrando y lo llevaron a la comisaría", relata Silvia.
Se pudo constatar por la familia que Pedro estuvo en esas dependencias policiales hasta al menos la mañana del 17 de septiembre. En la tarde ya fue negado que hubiera permanecido en ese lugar: "me dijeron que no había nada, que eran ocurrencias mías, que cómo podía tener la idea que mi hermano estaba ahí", relata la hermana. Nunca más le verían con vida.
"No, aquí no hay nada, nunca hubo nada, nunca hubieron detenidos acá", habían botado y quemado los libros, no había rastro. Le dije "Yo sé que hubo gente aquí, yo vine acá, vine a la puerta" - "No, usted está equivocada, no hubo gente detenida", le aseguró el capitán Nelson Bravo. La madre de Pedro, que era inválida y atendida por el muchacho, a esa época de 23 años, enloqueció al no poder entender ni aceptar lo que había acontecido. En esa familia persisten las tremendas heridas dejadas por la represión.
"Los civiles se tomaron el cuartel"
Así lo afirmó Guillermo Reyes, quien fuera alcalde de Paine entre 1953 y 1957 y uno de los testigos directos de los hechos acaecidos en aquella época: "Al principio, cuando el capitán (Nelson Bravo) pidió vehículos de apoyo, andaban dos carabineros y un particular. Después eran dos civiles y un carabinero; al final, puros particulares", aseguró.
Reyes nunca se explicó el actuar de algunos vecinos que se sintieron con el derecho de disponer de la vida o la muerte de otros seres humanos, a muchos de los cuales incluso conocían. "No lo entiendo... a lo mejor los mareó el poder que tenían en esos momentos, quizás actuaron por despecho o venganza... no lo sé. No encuentro una explicación, sólo sé que se metieron donde no debían y que tomaron represalias con quienes no correspondía", asegura el ex edil.
En esta localidad a diario conviven los familiares de las víctimas y sus victimarios. No es fácil superar miedos y rencores. También subsiste la complicidad de los victimarios acerca del destino de los desaparecidos. Niegan las detenciones, a pesar de las pruebas irrefutables y ocultan dónde los lanzaron. ¡Asesino! Se escucha en más de una oportunidad en la calle. ¡juro que yo no participé! Ha sido generalmente la respuesta, seguida de una rápida huida del lugar.
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